Pareces nuevo por aquí. Si quieres participar, ¡pulsa uno de estos botones!
La necesidad de una tercera España
“Hablando de la Guerra Civil se cómo es la gente: el que es totalitario, insolidario, nihilista, generoso. Reconoces al que, en la guerra, te habría denunciado, al que te habría paseado, al que te ayudaría llegado el caso, al que se jugaría la vida por ti y al traidor”.
(Página 246)
(...)
José Pestaña es un historiador melancólico y desgraciado. Está ya en la edad de andar midiéndose el antígeno prostático cada seis meses y, la verdad, nada en la vida le ha salido bien, bien. Como historiador, ha escrito multitud de libros pero, para su desgracia, lo ha hecho sobre ese tema sobre el que han escrito muchos otros, tirios, troyanos, testigos, estudiosos, víctimas, verdugos (Trapiello, por cierto, nunca los llama así; los llama victimarios, en un ejercicio de milimétrica precisión léxica)… la guerra civil española y el franquismo. Ha escrito, pues, acerca de la guerra civil, uno de los dos temas sobre los que, en España, todo el mundo lo sabe todo; el otro es el fútbol.
Pestaña está divorciado; de su mujer, y de su familia. De su mujer, apenas sabemos por qué. De su familia, porque su padre es un facha. Un fascista confeso y orgulloso que representa todo lo que Pestaña, en sus libros, ha denunciado. Padre e hijo son cuerpos siderales tras un Big Bang llamado guerra civil y, como los planetas tras el estallido del universo, se alejan el uno del otro a movimiento uniformemente acelerado, al compás de cada página, de cada artículo, que escribe el hijo.
Por razones que no están del todo claras (probablemente, ni Pestaña las entiende), el hijo pide el traslado desde Canarias a León, su ciudad natal y la residencia de sus padres. Allí reinicia una relación epidérmica con su familia que, sin embargo, se complica para siempre una tarde que, habiendo coincidido con su padre en la calle casualmente, y mientras ambos se protegen de la lluvia, se les acerca un anciano que reconoce al padre de José. Aquel anciano, Graciano, le refiere a Germán, el padre de José Pestaña, por qué lo conoce: él era el niño de nueve años que iba con su padre cierto día, al inicio de la guerra, cuando ambos, tratando de pasar a Asturias, llegaron a un puesto de vigilancia falangista. Allí, alguien, uno de los miembros de la partida azul, encendida la sangre al comprobar que el hombre es hermano de un activista leonés de izquierdas al que se le imputan la muerte de unos guardias civiles, uno de ellos su hermano, simplemente levanta la pistola, y lo mata. Delante de su hijo. De un tiro a quemarropa descerraja a aquel hombre, totalmente inocente, y descerraja, de paso, la vida de Graciano, que será, por esa sola causa, y por las siguientes siete décadas, una puta mierda de vida presidida por la duda sobre dónde enterrarían aquellos cabrones a su padre.
La escena enquista aun más la relación de José con su padre, máxime cuando éste se encastilla en la afirmación de que no recuerda nada y que, por supuesto, es incapaz de decirle a aquel hombre dónde está enterrado el cadáver de su padre. Desesperado por entender, desesperado por convertir aquella tragedia en algo moralmente coherente, José Pestaña resuelve engañar a la anciana víctima y presentársele tan sólo con sus credenciales de historiador de la guerra civil y, digamos, persona presente en eso que podemos llamar “entramado memoria histórica”. Le oculta, por lo tanto, que ese hombre que ha reconocido, ese hombre que quiere localizar para poder preguntarle por la tumba de su padre, es su propio hacedor.
La trama, digamos, superficial (aunque de superficial no tiene nada), de la novela, se complicará cuando el Departamento de Historia de la Universidad de León, al que Pestaña pertenece, toma cartas en el asunto. Los hechos se sitúan, además, en los momentos en los que la denominada Causa General del juez Garzón está on the top of the hill; lo cual quiere decir que medios de comunicación y políticos darían lo que fuese por un caso así: un asesinato aleve, cruel, repugnante, del que cuando menos hay un responsable superviviente. Es sólo cuestión de tiempo que los profesores de la Universidad se enteren de la movida y comiencen a investigarla. Pestaña, por supuesto, calla; calla, incluso, frente a su sorprendente y sorprendida amante, una joven profesora del departamento. Pero el engranaje de la memoria histórica se mueve, lento pero seguro.
Así pues, la novela, en este plano, son dos cosas. La primera, y más importante, es el conflicto interior de José Pestaña. Novela a mil voces, está concebida como un continuo de breves monólogos interiores en los que los distintos personajes de la historia nos la van desplegando. Las dos voces principales son las del hijo y el padre; uno, atormentado por los hechos y su conflicto con los recuerdos de un padre en el fondo preocupado y con su punto de bondad. El otro, el padre, inasequible al desaliento, eternamente resentido por lo que considera la traición permanente de su hijo, inamovible en sus pensamientos y en su valoración de las cosas, pero íntimamente carcomido por la culpa de atrocidades, se nos apunta, tal vez cometidas de su propia mano.
La segunda cosa que ocurre en la novela es el circo. El circo académico, intelectual, mediático, casi policial, que crece y crece alrededor del padre muerto, delante de su hijo de nueve años, siete décadas atrás; y del verdugo falangista superviviente. Como en todas las novelas buenas, los personajes son símbolos, así pues cada uno de ellos lleva en la espalda una mochila conceptual y moral; los valores a los que representa. José Antonio, el jefe de departamento, es tratado por Pestaña/Trapiello con cierta conmiseración. Es uno más de los muchos intelectuales que alimenta el fuego de la memoria histórica entendida como saldo de cuentas de las víctimas con sus verdugos (razón por la cual, entre otras cosas, desprecia los artículos de Trapiello en El País), pero por lo menos, o eso es lo que creo que apunta Pestaña, tiene una dimensión moral. En cambio Mariví, también miembro del departamento, representa el flanco amoral de la memoria histórica. Por un lado, es la principal impulsora de que la historia de Graciano se publique, se conozca y se encause en la Audiencia Nacional; pero, por otro, no suele referirse al viejo por su nombre. Lo llama “el paisano”, gesto en el que el autor quiere quintaesenciar el hecho de que a Mariví, en el fondo, Graciano, su vida de mierda, su dolor, su sufrimiento, le importan una ídem. Ella no está en lo que está para traer paz a los sufrientes, sino para sustantivar una rendición de cuentas social, histórica, ideológica. Para ganar, doblada la esquina del siglo XXI, una guerra que se perdió cuando el siglo anterior aún era adolescente. Mariví orgasma por las esquinas cuando, encima, se entera que de aquella partida de la Fonfría, en aquel grupo de camisas azules que perpetraron o permitieron el asesinato del labriego inocente delante de su hijo, había un ex senador del Partido Popular que sigue vivo. Para qué quieres más, Colás. “Mariví”, sentencia Pestaña, “quiere el escándalo, quiere ganar la guerra con él [se refiere a Graciano], que perdió mucho más que una guerra, a su padre”. (Página 251). Mariví vive, se nos dice en la página 264, bajo la presión “de tener que ganar una guerra que no fue la suya, pero que cree haber perdido, para inventarse una victoria que no existió ni existirá”.
La dureza para con Mariví lo es, en realidad, para el conjunto de quienes pretenden patrimonializar el dolor de una guerra que no sólo no vivieron, sino que había terminado décadas antes de que nacieran. De Jessica, la nieta de Graciano, el niño-víctima que en el tiempo de la novela es un anciano a las puertas de la muerte, dice Trapiello (pág. 88): “Se ha tomado la tarea de encontrar la tumba de su bisabuelo casi de forma deportiva, como quien conquista un everest, pero su dolor apenas guarda relación con el de su abuelo, es un dolor referido”.
Como en las tragedias griegas y en la vida real, esta situación, ya de por sí muy comprometida, se irá pudriendo cada vez más. La historia del pobre Graciano, de su madre gagá, de todo su dolor, es una goma que agarran por sus dos extremos el padre de Pestaña y sus compañeros de universidad; en cada página del libro, ambas partes tiran con mayor fuerza hacia sí, haciendo crecer la tensión.
(...)
Ayer no más es un terreno recorrido por eso que los ingleses llaman undertow; un río subterráneo que fluye por debajo de la historia, de los hechos, de los diálogos y, como un Guadiana, eclosiona a ratos para dejarse ver. Ayer no más es, además de una novela, un ensayo conceptual; la exposición de motivos de un hombre cansado.
¿Cansado? Sí: Pestaña es un hombre cansado, lo cual quiere decir que, muy probablemente, Trapiello también lo sea. Cansado de investigar con constancia y, por qué no decirlo, ilusión, ese hecho histórico llamado guerra civil española. Cansado de explorarlo y recorrerlo hasta encontrar en el camino medias verdades a miles, mentiras interesadas, interpretaciones subvencionadas, ideología por todas partes, dos días, tres meses, cuatro años, veinte años, más de medio siglo después de los hechos; y de que siempre sea lo mismo.
De la guerra civil española se ha escrito más que de cualquier otra cosa en España. Lo cual, lejos de ser una virtud, es una condenación. Tantos libros, tantas referencias, tantas versiones, tienen como consecuencia que, hoy, cualquier persona que sepa leer y sacar fichas tiene material más que sobrado para escribir un libro demostrando lo que sea, anexado con una bibliografía con centenares de referencias. Demostrar que la guerra civil fue inevitable no le llevará a un adjunto de universidad más allá de media tarde; podrá, así, dedicar la otra media a demostrar que [no] lo fue, e irse a cenar con la satisfacción del deber doblemente cumplido. Mi amigo y cobloguero Tiburcio suele decir, con inevitable sorna, que quedan apenas un par de años, como mucho, para que se publique un libro de Historia militar que demuestre, fehacientemente, que la guerra la ganó la República. Cualquiera que desee alimentar la idea de que José Antonio Primo de Rivera era un humanista que no quería hacerle daño a nadie no tiene más que adoptar la cliovisión de los Círculos Doctrinales José Antonio, subrayar las líneas pares, y luego escribir un libro copiándolas. Y, con las mismas, cualquiera que quiera hacer lo mismo con la figura de Buenaventura Durruti va a encontrar metros de anaqueles de biblioteca donde satisfacer sus anarcopasiones.
[Ésta es la razón, por cierto, por la que yo no comparto la generosa comprensión que derrocha Trapiello con el personaje de José Antonio, el catedrático; yo, sinceramente, no veo demasiada diferencia entre el gesto de la historiografía franquista de comprar, acríticamente, la narrativa de la Causa General, Arrarás et alia; y el gesto de los catedráticos de hoy, que adquieren, con la misma ausencia de duda, la exuberante parcialidad de la moderna historiografía, tantas veces histrionografía. De una verdadera comunidad académica cabría esperar una rebelión constante contra las trampas, los atajos conceptuales, las mamandurrias subvencionadas, las hagiografías infumables, y los autorcetes mediáticos, que les pueblan.]
La trama de la novela es, en sí, expresión clara de cómo se ha convertido la guerra civil española en un campo de mentiras.
(...)
La guerra civil española corre peligro de enquistarse en el alma de los españoles, y cabe tener en cuenta que los quistes morales nos duran mucho. El anterior, generado por tres guerras civiles que en el fondo fueron una sola y varias a la vez, estuvo allí, duro, embalsando pus en su interior, emponzoñándonos, durante 150 años (eso admitiendo, claro, que ya sea un quiste seco y cauterizado; que es muchísimo decir). Esto es lo que hace tan importante este segundo plano de la novela, el que yo considero el plano “auténtico”, aquél en el que el autor busca, de verdad transmitir. Ese plano en el que el libro se convierte en un ensayo histórico, filosófico y moral. Un ensayo que conviene leer y repasar con atención.
Es dolorosa para los creyentes, para todo aquel que está a ambos lados de la zanja, la precisión de cirujano con la que Pestaña/Trapiello diagnostica los males de este nuevo tipo de prosélitos. Nos dice (pág. 45): “La Guerra Civil española es así la única de la Historia en la que habiendo muerto más de medio millón de personas nadie ha matado a nadie. Por no hablar de los trescientos mil que fusilaron o pasearon en las retaguardias o acabada la guerra. Nunca hasta hoy, y hasta donde yo sé, después de haber leído miles de páginas en libros, memorias, diarios, confesiones policiales, sumarios judiciales, nadie ha confesado algo tan sencillo como esto: “Yo maté”.
Esta afirmación del historiador Pestaña es, como digo, enormemente dolorosa. Porque deviene en el espectáculo que se lleva viviendo desde el último parte de guerra de Franco; un espectáculo en el que todos, primero los protagonistas, luego sus turiferarios o hagiógrafos, se afanan en buscar las culpas de lo ocurrido en las espaldas de otros. El periodista anarquista Jacinto Thoryo nos dice: si, en los campos de concentración franceses, alguien hubiese entrado y hubiese comenzado a preguntar quién tuvo la culpa de la guerra, pocos serían los que no contestasen: “los comunistas”. El anarquista le echa la culpa a los comunistas; los comunistas a los anarquistas y su jodida revolución permanente, las izquierdas burguesas hacen como que todo lo que pasó en del 31 al 33 y, sobre todo en el 36, no tuvo nada que ver con ellos; todos ellos ponen a Franco a parir, Franco les pone a parir a ellos, y de cuando en cuando caen unas cuantas hostias de y hacia Gil-Robles. Esto es, sucintamente, todo lo que hemos hecho en materia de juicio de la guerra civil hasta el tiempo presente. Y ello a pesar de que cronológicamente, ya llevamos tanto tiempo en democracia como el que duró la larga noche del franquismo.
“Pasada la guerra”, relata la novela (pág. 139), “todos han querido persuadirnos de que no pudieron hacer otra cosa, y cada cual cree que en su bando los crímenes se cometieron en abstracto, de una manera indiferenciada, en nombre de la República o de Falange, del Comunismo, de la Anarquía o de la Iglesia, con lo cual, unos y otros, aceptando en principio que todos pudieron ser culpables, acaban teniéndose por inocentes”.
Un elemento importante de esta narrativa moral, lógico en un autor que acostumbra a documentar con paciencia de escriba las cosas que relata, es la acumulación de anécdotas o historias reales en la novela. Este libro, no lo he dicho, me lo ha regalado un muy buen amigo de León, la provincia donde transcurre; y me ha dicho que Trapiello ha cambiado algunos nombres y otros no, sin que yo, que lo más cerca que he estado de allí es el viejo palacio de la Inquisición zamorana, pueda saber exactamente cuáles son unos y otros. Y me dice que, en cualquier caso, incluso las historias escamoteadas tras seudónimos son reconocibles para cualquiera que, en León, no se haya pasado la vida sin pisar el Barrio Húmedo. Esto convierte el libro en una especie de nómina urgente de las brutalidades de la zona. Pero, ésta es la sorpresa, por ambos lados.
La novela despliega, tras la primera formulación de la tristísima historia del padre asesinado delante de su hijo, y quizás cuando el lector memoriohistórico se está empalmando a base de pensar que le van a contar más del mismo jaez, anécdotas que, repentinamente, se refieren también al otro bando. Un viejo catedrático de Metafísica (¿será ésta una referencia a Besteiro?) relata durante una cena la masacre de su padre y de todos sus hermanos, derechistas, masacre refinada por dos razones: la primera porque, pidiendo el padre morir primero, sus matones hacen exactamente lo contrario, y le obligan a ver morir a sus hijos. Lo segundo, porque uno que resulta no haber muerto se allega a una finca familiar, gravemente herido, y mientras duerme es delatado por la criada, que se apresta a buscar a los de la partida para que se presenten allí para rematarlo.
Comentarios
Las negritas son mías.
Voy a añadir algunas citas del libro de Trapiello que no tienen desperdicio:
"El error en que hemos incurrido durante tantos años los historiadores a la hora de abordar la Guerra Civil ha sido, tal y como hemos repetido hasta la saciedad, el de interpretar los hechos a partir de la idea de dos bandos, buenos y malos, de dos posiciones, una progresista y otra reaccionaria. Sólo así se comprende que la conducta criminal de unos individuos se justificara o condenara, dependiendo del bando o de las ideas. Eso ha enrocado a muchos españoles, durante décadas, incluidos historiadores, en cada uno de los dos bandos, en el "tú más", más que en el "yo también" (p. 51).
"A cualquiera que hubiera querido estar en el lado de las víctimas le habría bastado con haberse negado a estar en el lado de los victimarios de cualquiera de los dos bandos, por no hablar de aquellos que fueron a un tiempo víctimas y victimarios, cosa frecuente en una guerra civil, lo que nos llevaría a compadecerles como víctimas y a tener que exigirles responsabilidades como victimarios, y a no confundir la política con la Historia (p. 52).
"No podemos recordar en plural, sino como individuos" (p. 88).
"Se dirá que las víctimas de la República tuvieron ya su reparación durante el franquismo, pero no es esa la que reclaman, sino la del Estado y la de toda la sociedad, la de unos y otros, como deberían tener la del Estado y la de toda la sociedad las víctimas del franquismo, no sólo la de los partidos de izquierda. Una placa en las Cortes, como en el Parlmento alemán, con todos los diputados asesinados por unos y por otros. Esto tan sencillo despierta recelos y desconfianzas cada vez que se expone, y da lugar a inacabables porfías" (pp. 132-133).
"Pero la Historia no se hace a golpe de leyes. Una cosa son las acciones de gobierno que tratan de cambiar la situación de hecho del momento, y con esto sí se puede hacer Historia, y otra muy diferente hacer leyes dirigidas a cambiar la imagen de hechos pasados. Porque en el caso de la guerra, tanto como la Memoria Histórica es la memoria particular de cada cual, y esa no la va a cambiar una ley. Todos los intentos de revisar la Historia desde el poder han fracasado; y, por cierto, es una tentación en la que con frecuencia suelen caer los sistemas totalitarios" (pp. 152-153).
"Los españoles jugamos mucho a un juego siniestro: ¿Tú qué habrías hecho en la Guerra Civil?, nos preguntamos. Yo no sé lo que hubiese hecho en la guerra, porque no sé en qué zona me habría pillado, pero en cambio sí sé lo que habría tenido que hacer después, la hubiese ganado quien la hubiese ganado: subir al primer barco, si me dejaban" (p. 250).
"Y apruebo que quieran una república. Yo también. Pero esa no hay que ganarla en las fosas, sino en las urnas" (p. 251).
En la página 277 Trapiello escribe que "la verdad en una guerra en una guerra no existe" porque es imposible contar todos los crímenes que se cometen en ella. Quizá sea así, pero yo nunca había leído nada tan justo y verdadero sobre la Guerra Civil Española hasta este libro.
Ah, y Trapiello no es imparcial. Es de izquierdas. Y se le nota. Lo que ocurre es que además es honesto
Por favor, los que estéis de verdad interesados en el tema leed este libro.
Saludos.
Sip
Na, en serio que el tío se viste por los pies y sin necesidad de ser o parecer "equidistante" tiene toda la pinta de ser muy mesurado. Que ya es raro en españoles que estudien historia, como raro es también leer cosas de la guerra civil libres o ligeritas de prejuicios.
Khayman le da la bienvenida al payo y es muy probable que se termine comprando la novela.
La novela esta desde luego es brutal. No ya porque la trama enganche, que también, sino por la colección de verdades incontestables sobre la Guerra Civil que contiene.
Arriba hay muchas destacadas (y aún me he dejado alguna sin citar), y de todas ellas voy a quedarme con dos:
No podemos recordar en plural, sino como individuos.
Brutal, ya digo. Puede haber una conciencia colectiva, pero no una memoria colectiva. Esto es aplicable en el tema de la Guerra Civil pero también a los nacionalismos (como apunta Trapiello en la entrevista), tan dados a utilizar una supuesta historia nacional plagada de supuestos agravios en su beneficio.
La Guerra Civil española es así la única de la Historia en la que habiendo muerto más de medio millón de personas nadie ha matado a nadie. Por no hablar de los trescientos mil que fusilaron o pasearon en las retaguardias o acabada la guerra. Nunca hasta hoy, y hasta donde yo sé, después de haber leído miles de páginas en libros, memorias, diarios, confesiones policiales, sumarios judiciales, nadie ha confesado algo tan sencillo como esto: “Yo maté”.
Esto es una verdad como una catedral de grande. Dejando aparte la errata (no fueron 300.000, sino 200.000 los muertos en retaguardia más los de la posguerra, aunque es un detalle poco importante), mira que habré visto y leído testimonios de gente que admite haber matado a otras personas en guerras... salvo en la Guerra Civil Española. Trato de recordar y ahora mismo no me viene nadie a la cabeza que haya admitido haberse cargado a una sola persona de los cientos de miles que murieron aquí en aquellos años. Por eso la aparentemente absurda obstinación de Carrillo en negar que tuviera la menor relación con la matanza de Paracuellos no tiene nada de extraño, al revés: hace lo mismo que todos los demás, en ambos bandos, lo que ocurre es que a él se le ha señalado desde que fue secretario general del PCE.
Manuel Azaña, en sus cuadernos de La Pobleta, en la entrada de 17 de junio de 1937, introduce la siguiente reflexión: “Se tejerá una historia oficial para los vencedores, y acaso una antihistoria, no menos oficial, para los proscritos”. La imaginación del fantasmal presidente de aquella República que, tal es mi personal opinión, en aquel verano ya había perdido la guerra, no pudo ser más certera. A cuarenta años de bandeo a estribor se han seguido otros cuarenta de bandeo a babor, pero cuando menos yo comparto la desesperanzada mirada de José Pestaña, el desánimo con el que comprueba lo muy probable que es que, a pesar de la igualdad de tiempos, aun no haya llegado el momento de esa verdad construida en común por cuyo clamor Trapiello, creo yo, ha escrito este libro. Aún no ha llegado el momento de aquietar el bamboleo de la barca, y ponernos a remar hacia alguna parte.
Esto es jodidísimo, y muy cierto...
Hombre, que digo yo que podrías probar a leerte el libro antes de escribir tamañas bobadas.
Mejor no te leas el libro, que no ibas a entender nada.
Citas literales del libro:
"El error en que hemos incurrido durante tantos años los historiadores a la hora de abordar la Guerra Civil ha sido, tal y como hemos repetido hasta la saciedad, el de interpretar los hechos a partir de la idea de dos bandos, buenos y malos, de dos posiciones, una progresista y otra reaccionaria. Sólo así se comprende que la conducta criminal de unos individuos se justificara o condenara, dependiendo del bando o de las ideas. Eso ha enrocado a muchos españoles, durante décadas, incluidos historiadores, en cada uno de los dos bandos, en el "tú más", más que en el "yo también" (p. 51).
"A cualquiera que hubiera querido estar en el lado de las víctimas le habría bastado con haberse negado a estar en el lado de los victimarios de cualquiera de los dos bandos, por no hablar de aquellos que fueron a un tiempo víctimas y victimarios, cosa frecuente en una guerra civil, lo que nos llevaría a compadecerles como víctimas y a tener que exigirles responsabilidades como victimarios, y a no confundir la política con la Historia (p. 52).
¿Y tú te quedas con que en la guerra civil no hubo buenos ni malos? ¿No crees que la cosa es un poquillo menos simple?
¿Y esto lo sacas de aquí?
Nos han contado que la guerra fue una fatalidad. Es la primera gran mentira que compartieron todos, los unos y los otros. Los que la deseaban estaban igual en ambos bandos, hasta el extremo que se diría que habría sido decepcionante para ellos que no hubiese estallado
Que en ambos bandos había quienes deseaban una guerra civil es un hecho difícilmente contestable. Eso no significa que todas las ideas defendidas entonces fuesen equiparables (¿quién coño habla de ideas en ese párrafo?), sino que hijos de puta los había de todos los colores, que me parece que es algo distinto. Hijos de puta y víctimas. E incluso hijos de puta que luego fueron víctimas, ya ves. Que no te enteras.
De la entrevista a Trapiello que pegué y que se supone que te has leído:
Repito, ¿de dónde cojones sacas eso de que las ideas defendidas por ambos contendientes son equiparables?
Y esto ya es la repanocha. Trapiello es igualito a esos dos, vamos :jpshakehead:
Fíjate con qué atención has leído el hilo que ni siquiera te has dado cuenta de que lleva aquí desde diciembre.
Anda que...
No se cita como algo negativo, sino como argumento en contra del mito de que una vez empezada la guerra, los combatientes más fervorosos del bando republicano efectivamente luchaban por restablecer una república democrática. Resulta que no era así. Los militantes de cada organización política luchaban por sus ideas particulares, sin más, y prueba de ello es que efectivamente si observamos fotos de la guerra, las que más abundan entre los milicianos republicanos no son banderas republicanas, sino las de cada organización política junto a sus propios lemas o siglas. Estrellas, hoces y martillos, FAI, CNT, UHP, POUM, etc. Todo ello unido, más que por la República, por el antifascismo, como bien dices. Que no es lo mismo. Y por eso cada dos por tres los propios republicanos se enfrentaban entre sí.
Seguramente se ven muchas más banderas republicanas hoy en ciertas manifestaciones que entonces en la zona republicana, fruto del éxito que tienen en nuestro país los mitos históricos y del afán que tenemos en politizar el pasado y hacerlo servir a nuestros intereses.
Lo que quieras, pero afirmar que en 1936 sólo había partidarios de la violencia entre la derecha es no tener ni idea del asunto.
Tiene sentido hablar de todo ello, porque todo ello existió.
Se puede intuir, y por eso en el libro aparece un "quizá". Lo cierto es que los republicanos también ejercieron la represión en todas las zonas que controlaron, y nada indica que si hubieran controlado alguna provincia más, o todo el resto del país ganando así la guerra, se habrían comportado como angelitos sin asesinar ni maltratar a nadie. Vamos, que estamos hablando de la Guerra Civil Española, joder. Una guerra en la que hubo una represión bestial en ambas zonas. ¿O te parecen pocos los 50.000 que se cargaron los republicanos?
De todas formas, hablando de buenos y malos, insisto en que malos hubo muchos y en ambos bandos. Pero también hubo algunos buenos. Como éste, por ejemplo:
Éste sí que fue un bueno de verdad.
A mí qué coño me va a molestar Además, no los considero de mi propiedad, no te preocupes. Para mí los hilos son del foro, los abra quien sea, así que me da igual dónde participes. Y con respecto a los ataques personales es muy gracioso lo que dices, porque empezaste tú, y de una forma muy burda además.
Bueno, esta visión ya es un tópico, yo creo que la realidad es más compleja.
En primer lugar, es obvio que muchos asesinatos en la zona republicana se cometieron de forma ajena a la voluntad del Gobierno, pero porque el Gobierno carecía en muchos casos de autoridad, sobre todo en los primeros meses de la guerra, que es cuando se llevó a cabo la mayor parte de los crímenes. Ahora bien, eso no significa que el Gobierno, o las autoridades republicanas en general, no tuvieran responsabilidad en los asesinatos, más que nada porque esos killers que mataron a tanta gente habían sido nombrados por ellos.
Un ejemplo. Uno de los asesinos republicanos más famosos, Agapito García Atadell (que terminó siendo denunciado a los franquistas por los propios republicanos por ladrón), era un personaje muy respetado dentro del PSOE al inicio de la guerra, que lo aupó a formar parte de la Dirección General de Seguridad y a dirigir una brigada de investigación criminal. Y encima formaba parte del ala prietista del partido, es decir, la moderada. Aunque se sabía que sus labores formaban parte de la represión en retaguardia, fue elogiado varias veces por El Socialista, el periódico del partido, dirigido por Julián Zugazagoitia.
Hay que situarse en aquel contexto, el de una guerra civil. Todo el que hiciera algo en contra del fascismo era bien visto entre los republicanos, y evidentemente limpiar la retaguardia de fascistas no sólo no era reprochable (sobre todo al principio de la guerra) sino todo lo contrario. De hecho, las acciones humanitarias eran sospechosas.
Y como la realidad nunca es blanca ni negra sino gris, resulta que el propio García Atadell también llevó a cabo acciones humanitarias, también salvó a gente en retaguardia, motivo por el que sufrió ataques por parte de los comunistas.
En fin, que la Guerra Civil no fue una historia de buenos y malos, sino algo más complejo.
Creo que no contradices lo que digo yo, sea por los motivos que sea, tenemos dos casos distinto: un regimen que asesinaba y particulares que asesinaban en nombre de un regimen o de sus ideas o de lo que fuera, pero la República no fue un regimen asesino, como si lo fue el franquismo.
Si a eso le sumas que el bando republicano defendía la legalidad democrática y el franquista eran unos golpistas que defendían construir un regimen semifascista, creo que si podemos hablar de buenos y malos sin despeinarnos, no serían buenos y malos al 100 %, con todos los grises que quieras, pero podemos hablar de buenos y malos.
Los asesinos del bando republicano no fueron unos tipos que pasaban por allí y que no tenían nada que ver con nadie, fueron tipos que gozaban de prestigio en sus respectivos partidos u organizaciones (del Frente Popular, es decir, del Gobierno) y que ocupaban un puesto de responsablidad precisamente por eso. Y fueron tipos que, salvo excepciones como la de García Atadell, no sólo no resultaron condenados ni castigados por los republicanos sino todo lo contrario. Otro ejemplo, Ángel Pedrero, el lugarteniente de García Atadell en su brigada. Como tal, participó en los crímenes de ésta en 1936 (cientos de detenciones arbitrarias en Madrid, no pocas de las cuales terminaron en asesinatos), crímenes de los que estaba muy al tanto Manuel Muñoz, director general de Seguridad, por cierto. Pues bien, Pedrero terminó siendo nombrado jefe del SIM (la policía secreta militar) en Madrid, en 1937, por Indalecio Prieto, ministro de Defensa Nacional. En ese puesto gozaba de la confianza de Prieto y de Negrín (curiosamente al final de la guerra traicionó a éste participando en el golpe de Casado, sólo para acabar agarrotado por los franquistas) y hacía lo que le daba la gana. La ascendente carrera de Pedrero durante la guerra evidencia la continuidad en la zona republicana entre el terror extrajudicial de 1936 y la represión estatal instaurada después: los criminales fueron incorporados a las nuevas estructuras de seguridad interna.
Es posible que el Gobierno republicano no ordenara matanzas, pero sí las toleraba. El 12 de agosto de 1936, en Vallecas, hubo una matanza de casi 200 presos procedentes de Jaén en un tren porque Sebastián Pozas, ministro de Gobernación, ordenó a los guardias que los custodiaban que se retiraran dejándolos en manos de una muchedumbre armada. Días más tarde, el ministro de la Guerra, Juan Hernández Saravia, ordenó al director del hospital militar de Carabanchel, Federico González Deleito, que entregara al general López Ochoa "al pueblo". López Ochoa era republicano, pero se le responsabilizaba de la represión durante la revolución de Asturias de 1934 (a pesar de que en realidad había intentado que fuera lo menos sangrienta posible). Cuando estalló la guerra estaba hospitalizado, y aunque González Deleito trató de protegerlo fue en vano: los dos fueron asesinados, y encima el cadáver de López Ochoa fue decapitado y su cabeza paseada por las calles. La matanza de Paracuellos fue la continuación de las sacas de las cárceles madrileñas ocurridas antes pero a mayor escala. Esas sacas eran conocidas tanto por Manuel Muñoz, director general de Seguridad, como por Ángel Galarza, ministro de Gobernación. Ambos abandonaron Madrid justo antes de lo de Paracuellos, pero se fueron dejando que las sacas continuaran sin obstáculos. De hecho, tanto el ministro de Justicia, el anarquista Juan García Oliver, como Galarza, estuvieron al tanto de la matanza de noviembre de 1936. Galarza incluso mintió sobre ella cuando su colega Irujo, del PNV, le preguntó al respecto.
Dices que la República no fue un regimen asesino, como si lo fue el franquismo. Claro, la República no tuvo nada que ver con el franquismo, en eso estamos de acuerdo. La República fue un régimen democrático, con muy buenas intenciones pero fracasado. El franquismo fue una dictadura de mierda. Pero ahora hablamos de la guerra. El Frente Popular no fue "la República", sino sólo uno de sus gobiernos. Y cuando estalló la guerra ya no hubo democracia, sino un enfrentamiento en el que cada bando trataba de aniquilar al otro. Es absurdo pensar que de haber ganado los republicanos no habría habido más represión y que se habría reinstaurado la democracia como si nada.
No obstante, que no se me entienda mal. No creo que ambos bandos fueran iguales. Antes de la guerra las cosas no eran perfectas, ni mucho menos, y el Frente Popular creo que cometió muy graves errores, pero los que se sublevaron contra la legalidad en julio de 1936 no fueron más que una pandilla de asesinos despreciables. Ahora, yo sigo viendo la realidad de un color muy gris. Y si es gris no es ni blanca ni negra. Tú verás "buenos", yo sé que si estallara otra guerra civil iba a salir por patas de este puto país en cuanto pudiera, igual que habría hecho en 1936.
De eso ya hablamos aquí y aquí
Y lo de salir por patas, pues en la Segunda Guerra Mundial hubo millones de refugiados, claro. De hecho refugiados suele haber muchos en todas las guerras. Y si no se van del planeta será porque no pueden, que si no...
Pero bueno, podemos seguir repasando todas las guerras y conflictos del último siglo si quieres, que a mí me será igual de difícil establecer esa línea divisoria entre "buenos" y "malos" en todos los casos. Habrá bandos más o menos hijoputas, pero lo de "buenos" y "malos" es una calificación moral (o ética, si lo prefiere Khayman ) que no me parece apropiada para una guerra.
Siguiendo en la línea de Hail, voy a contar otra historia de la que ya he hablado un poco, en realidad. Agapito García Atadell fue un asesino y un ladrón, pero también salvó vidas. Como era jefe de una brigada de investigación criminal de la DGS y un destacado socialista que disfrutaba de la confianza de la ejecutiva del partido, podía abrirse paso en los tribunales revolucionarios y conseguir la liberación de presos. Era de Vivero, un pueblo de Lugo, así que favoreció a los presos gallegos y, sobre todo, a los que procedían de su pueblo. Emilia Donapetri López era de una familia de derechas de Vivero y su marido había sido asesinado durante la revolución de Asturias de 1934. Cuando estalló la guerra, los familiares de Donapetri se escondieron. Los milicianos de la UGT se llevaron a la mujer y la sometieron a una ejecución simulada para que les dijera dónde estaba su familia. Donapetri acudió a su paisano, Atadell, que le extendió un aval, le dio un número de teléfono y le dijo que si los milicianos volvían a molestarla le llamase inmediatamente "porque quien mandaba en Madrid era él". Evidentemente los milicianos volvieron a detener a la mujer, pero se llamó a Atadell, que respondió por ella y la dejaron en libertad.
El 22 de septiembre de 1936 los milicianos de la brigada comunista ¡No Pasarán! detuvieron a Lourdes Bueno, una chica de 17 años hija de un comandante de infantería retirado. Se había interceptado una carta que le había enviado desde Berlín el hijo de Aurelio Núñez Morgado, embajador de Chile en Madrid, y Lourdes fue acusada de espionaje. Su padre acudió a Atadell y éste rastreó Madrid hasta que localizó a Lourdes el 28 de septiembre, justo el día en que iban a fusilarla. La chica fue puesta en libertad.
Estos episodios dan una idea del poder que tenía Atadell en Madrid. A pesar de ello, el 30 de septiembre, Mundo Obrero elogió a la brigada ¡No Pasarán y a la vez reprochó a Atadell lo que había hecho achacándolo a un "estéril afán de popularidad". Inmediatamente, desde El Socialista se defendió al camarada García Atadell.
Entonces yo me pregunto en esa historia quiénes eran los "buenos" y quiénes los "malos".
Luego pasa también lo que dice Diomedes: muchos estuvieron en un lado u otro del frente porque es el que les tocó.
Se podría decir que, en teoría, los republicanos defendían la democracia y la libertad y por eso eran los "buenos". Pues en teoría sí, pero la práctica ya era otra cosa. Evidentemente la represión salvaje que se produjo en Madrid durante 1936 no ayudó nada a ofrecer al mundo esa imagen de los republicanos como garantes de la democracia y la libertad, es decir, como "buenos". Lo de matar curas tampoco les hacía parecer precisamente "buenos" (y mira que me caen mal los curas). Muy "buenos" no les debieron de ver las democracias cuando se negaron a prestarles ayuda. Esas mismas democracias que poco después fueron precisamente los "buenos" durante la Segunda Guerra Mundial. Una guerra en la que se derrotó al fascismo gracias sobre todo a la URSS de Stalin. Stalin, que fue el único que proporcionó ayuda eficaz a los republicanos, los "buenos" de nuestra guerra. Y eso que calificar de "bueno" a Stalin me parece que se saldría ya demasiado de madre
PD: Los 1.000 republicanos que se cargaron los propios republicanos en retaguardia qué eran, ¿buenos o malos? ¿Y sus verdugos?
http://hemeroteca.abc.es/nav/Navigate.exe/hemeroteca/madrid/abc/1936/09/30/010.html
Todos los muertos fueron víctimas de un golpe a la paz y a la democracia que acabó en guerra. Los responsables del golpe y la guerra los tenemos todos identificados. A los que no podemos identificar es a los resposables de todas las barbaridades que se hicieron durante y tras la guerra. Demasiados nombres de distintos colores.
Por poner otro ejemplo: ¿deberíamos considerar de igual forma lo que vino a ser el GAL que si el gobierno hubiese dado orden a la policía de ejecutar a los etarras sin juicio ni defensa alguna allá donde se les encontrase? Yo creo que no, porque entonces no habría diferencia alguna entre nuestro regimen y el de, por ejemplo, la Argentina de Videla. Y desde esa desigualdad, me creo en la posibilidad, si hablásemos de una guerra entre los dos regímenes de mi ejemplo, de considerar a uno bueno (con todas las salvedades que queráis) y otro malo (sin salvedad posible alguna).
Que a tí no te parezca así, Afri, es muy respetable, pero no más que la opinión que yo tengo, me parece.
No hay que olvidar que había una guerra civil, una guerra que desde luego no empezó el Gobierno, pero que hizo que su bando se radicalizase y dejase de comportarse en muchos casos como el representante de la democracia y la libertad. En ese contexto la línea divisoria entre "buenos" y "malos" se me antoja harto difícil de trazar. Ejemplos como los que he puesto en los mensajes anteriores se repitieron hasta la saciedad, y creo que son representativos de cuál era la situación.
Si me dices que el bando franquista fue peor, en todos los sentidos, estaremos de acuerdo. Pero la terminología de "buenos" y "malos" no me sirve, me parece que sólo vale para simplicar y falsear la realidad, porque tiene más que ver con las simpatías de cada uno que con los hechos y la verdad.
Ah, yo es que pienso que siempre tengo razón
Pues mejor me lo pones, que tú tengas siempre razón es una simple opinión tuya, mientras que que yo tenga siempre razón es una ley universal e inmutable
Tiene muy buena pinta, a ver qué tal.