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El antihilo de política (para eso que no sabes en qué hilo poner)
La diferencia es que estos han renegado del terrorismo, los asesinatos, mientras que Vox y la mayoría del PP sigue defiendiendo el franquismo.
"Arnaldo Otegi es una de las figuras más controvertidas en la política española. A pesar de su inicial militancia en ETA, años más tarde influyó en el final de la violencia de ETA, logrado definitivamente en 2011: participó muy activamente en la firma del Pacto de Estella,[1] que llevó a ETA a declarar una tregua «incondicional e indefinida», y también se reunió en secreto en varias ocasiones con Jesús Eguiguren,[1] del Partido Socialista de Euskadi (PSE-EE), para facilitar un proceso de paz que llevase al fin de la violencia. Ambos procesos terminaron por colapsar y Otegi recibió numerosas críticas por acatar las directrices de ETA tras la reactivación de la actividad terrorista. No obstante, Otegi se ha pronunciado en numerosas ocasiones en favor del final de la violencia[5][6][7] y fue una figura decisiva en el proceso que en 2011 llevaría a ETA al anuncio del «cese definitivo de su actividad armada». En 2012 pidió «sus más sinceras disculpas» a las víctimas de ETA y afirmó que sentía «de corazón» si desde su posición política había añadido «un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a las familias de las víctimas».[8][9][10] Asimismo se manifestó a favor de la disolución de ETA,[11][12][13][14] que se produjo en mayo de 2018.
Algunos políticos, entre otros el expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE),[15] Pablo Iglesias (Podemos)[16] o Josu Erkoreka (PNV),[17] han identificado a Otegi como un elemento clave para la paz en el País Vasco, sin el cual no habría sido posible; y alguna vez ha sido comparado con la figura de Gerry Adams en Irlanda del Norte.[1] Otros en cambio, como Mariano Rajoy (PP)[18] o Albert Rivera (Cs),[19] han rechazado frontalmente esta afirmación aludiendo a las numerosas condenas a Otegi por apología del terrorismo y colaboración con ETA."
La diferencia es que estos han renegado del terrorismo, los asesinatos, mientras que Vox y la mayoría del PP sigue defiendiendo el franquismo.
"Arnaldo Otegi es una de las figuras más controvertidas en la política española. A pesar de su inicial militancia en ETA, años más tarde influyó en el final de la violencia de ETA, logrado definitivamente en 2011: participó muy activamente en la firma del Pacto de Estella,[1] que llevó a ETA a declarar una tregua «incondicional e indefinida», y también se reunió en secreto en varias ocasiones con Jesús Eguiguren,[1] del Partido Socialista de Euskadi (PSE-EE), para facilitar un proceso de paz que llevase al fin de la violencia. Ambos procesos terminaron por colapsar y Otegi recibió numerosas críticas por acatar las directrices de ETA tras la reactivación de la actividad terrorista. No obstante, Otegi se ha pronunciado en numerosas ocasiones en favor del final de la violencia[5][6][7] y fue una figura decisiva en el proceso que en 2011 llevaría a ETA al anuncio del «cese definitivo de su actividad armada». En 2012 pidió «sus más sinceras disculpas» a las víctimas de ETA y afirmó que sentía «de corazón» si desde su posición política había añadido «un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a las familias de las víctimas».[8][9][10] Asimismo se manifestó a favor de la disolución de ETA,[11][12][13][14] que se produjo en mayo de 2018.
Algunos políticos, entre otros el expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE),[15] Pablo Iglesias (Podemos)[16] o Josu Erkoreka (PNV),[17] han identificado a Otegi como un elemento clave para la paz en el País Vasco, sin el cual no habría sido posible; y alguna vez ha sido comparado con la figura de Gerry Adams en Irlanda del Norte.[1] Otros en cambio, como Mariano Rajoy (PP)[18] o Albert Rivera (Cs),[19] han rechazado frontalmente esta afirmación aludiendo a las numerosas condenas a Otegi por apología del terrorismo y colaboración con ETA."
Tanto Bildu como su presidente (miembro de ETA) han hechouchas declaraciones glorificando etarras y quejandose de que se les aplique justicia.
Una cosa es que no les rente por ahora pegar tiros en la nuca y otra muy diferente que hayan renegado del terrorismo. Les pone palote al maximo.
Eso es falso ya que el enaltecimiento del terrorismo es un delito. Otra cosa es que pidan mejoras de las condiciones carcelarias, que es lo que ocurre.
Una cosa es que no les rente por ahora pegar tiros en la nuca y otra muy diferente que hayan renegado del terrorismo. Les pone palote al maximo.
Conociendo ese tipo de personajes, puedo decir que la mayoría de los guerrilleros marxistas que se "pacificaron" nunca se arrepintieron verdaderamente de sus crímenes, y si dejaron las armas era porque no era viable la conquista armada del poder porque el Estado los había debilitado mucho, pero apenas lograron por la vía política obtener poder en el Estado a lo grande, no tuvieron problema de volver a las practicas sangrientas de la lucha armada, en esta ocasión para reprimir a la población "reaccionaria", pegando tiros en la cabeza a los estudiantes de medicina "burgueses" que protestaban con piedras y escudos de cartón. Son asesinos irredentos agazapados en la "paz", esperando "oportunidades" para sacar a flote su verdadera naturaleza criminal. ¿O ustedes creen que los etarras si el día de mañana vieran una mínima oportunidad de alcanzar sus objetivos políticos por las armas, no lo harían porque se volvieron genuinamente pacifistas? Volverían a pegar tiros en la nuca sin el menor remordimiento.
Queremos dejar claro que nos sumamos a los movimientos que luchan no solo en Estados Unidos sino globalmente contra lacras de la sociedad como son el sexismo, el racismo o el menosprecio al inmigrante, pero manifestamos asimismo nuestra preocupación por el uso perverso de causas justas para estigmatizar a personas que no son sexistas o xenófobas o, más en general, para introducir la censura, la cancelación y el rechazo del pensamiento libre, independiente, y ajeno a una corrección política intransigente. Desafortunadamente, en la última década hemos asistido a la irrupción de unas corrientes ideológicas, supuestamente progresistas, que se caracterizan por una radicalidad, y que apela a tales causas para justificar actitudes y comportamientos que consideramos inaceptables.
Así, lamentamos que se hayan producido represalias en los medios de comunicación contra intelectuales y periodistas que han criticado los abusos oportunistas del #MeToo o del antiesclavismo new age; represalias que se han hecho también patentes en nuestro país mediante maniobras discretas o ruidosas de ostracismo y olvido contra pensadores libres tildados injustamente de machistas o racistas y maltratados en los medios, cuando no linchados en las redes. De todo ello (despidos, cancelación de congresos, boicot a profesionales) tienen especial responsabilidad líderes empresariales, representantes institucionales, editores y responsables de redacción, temerosos de la repercusión negativa que para ellos pudieran tener las opiniones discrepantes con los planteamientos hegemónicos en ciertos sectores.
La conformidad ideológica que trata de imponer la nueva radicalidad –que tanto parecido tiene con la censura supersticiosa o de la extrema derecha- tiene un fundamento antidemocrático e implica una actitud de supremacismo moral que creemos inapropiada y contraria a los postulados de cualquier ideología que se reclame “de la justicia y del progreso”.
Por si fuera poco, la intransigencia y el dogmatismo que se han ido abriendo paso entre cierta izquierda, no harán más que reforzar las posiciones políticas conservadoras y nacionalpopulistas y, como un bumerán, se volverán contra los cambios que muchos juzgamos inaplazables para lograr una convivencia más justa y amable.
¿En serio esto aporta algo al debate? ¿Una extraña anécdota, que ni siquiera sabemos si es real, debe condicionar el debate sobre el movimiento internacional antirracista?
A mí me sucedió en las ruinas de la antigua Volubilus, en Marruecos que, haciéndome una foto con un espectacular arco detrás, me dio por hacer el saludo romano. Unos ingleses de edad avanzada me lo afearon. Tras explicar la confusión nos echamos a reír y nos hicimos un selfie con el arco de fondo para inmortalizar el momento.
No se me ocurriría enlazar esa anécdota con un debate sobre lo equivocados que están los que sufrieron el nazismo cuando persiguen ciertas manifestaciones.
¿En serio esto aporta algo al debate? ¿Una extraña anécdota, que ni siquiera sabemos si es real, debe condicionar el debate sobre el movimiento internacional antirracista?
A mí me sucedió en las ruinas de la antigua Volubilus, en Marruecos que, haciéndome una foto con un espectacular arco detrás, me dio por hacer el saludo romano. Unos ingleses de edad avanzada me lo afearon. Tras explicar la confusión nos echamos a reír y nos hicimos un selfie con el arco de fondo para inmortalizar el momento.
No se me ocurriría enlazar esa anécdota con un debate sobre lo equivocados que están los que sufrieron el nazismo cuando persiguen ciertas manifestaciones.
Ok, que se haga un sencillo experimento social: que alguien se haga pasar por un trabajador cuyo nombre y empresa donde trabaja sea fácilmente identificable en su uniforme, y haga algún gesto que pueda se considerado racista, homofóbico, misógino, o lo que sea según los códigos de progres, y que su foto sea colocada bajo anonimato en las redes sociales, principalmente en grupos BLM; a ver cuantos correos recibe la empresa en su página web pidiendo el despido de ese trabajador. Según es un anécdota y la empresa no debería recibir ningún correo, a lo sumo dos o tres de pocos descerebrados; negado que reciba miles de correo amenazantes contra la empresa, exigiendo el despido del trabajador o de lo contrario un boicot contra la misma. No creo, eso es una exageración de la "derecha".
Creo que este párrafo sacado de tu enlace lo resume todo:
En mi caso, no era un símbolo. Solo estaba chasqueando los dedos. Pero un hombre blanco lo interpretó como un gesto parecido al 'OK', que sería racista, y se lo dijo a mis jefes, también blancos, que decidieron creerle a él, no a mí, que no soy blanco
Creo que este párrafo sacado de tu enlace lo resume todo:
En mi caso, no era un símbolo. Solo estaba chasqueando los dedos. Pero un hombre blanco lo interpretó como un gesto parecido al 'OK', que sería racista, y se lo dijo a mis jefes, también blancos, que decidieron creerle a él, no a mí, que no soy blanco
Las empresas no son racistas, simplemente son prácticas y se adaptan al contexto. Les resulta mucho mas sencillo despedir a un trabajador, aunque pueda ser inocente, que enfrentar una campaña masiva de descrédito por las redes sociales que afecta su imagen corporativa y le puede traer problemas con proveedores y clientes. Lo grave del asunto es la gran importancia que las empresas le están dando a eso; empoderaron a la masa histérica y sus linchamientos sociales.
Por ejemplo, Disney cambia a sus personajes blancos clásicos por negros en USA para complacer la moda de la "representación", pero al mismo tiempo borra al personaje negro de Star Wars en la promociones en China, porque a los chinos no le gustan los negros.
¿Una extraña anécdota, que ni siquiera sabemos si es real, debe condicionar el debate sobre el movimiento internacional antirracista?
A mí me sucedió en las ruinas de la antigua Volubilus, en Marruecos que, haciéndome una foto con un espectacular arco detrás, me dio por hacer el saludo romano. Unos ingleses de edad avanzada me lo afearon. Tras explicar la confusión nos echamos a reír y nos hicimos un selfie con el arco de fondo para inmortalizar el momento.
No se me ocurriría enlazar esa anécdota con un debate sobre lo equivocados que están los que sufrieron el nazismo cuando persiguen ciertas manifestaciones.
¿Perdiste tu trabajo por ello? Porque si no fue así, no sé qué cojones tiene que ver aquí tu anécdota.
Pero ya que la has comentado, propongo que cuelgues aquí tu foto haciendo el saludo fascis... romano
El sobrino de la vecina de mi abuela, que es conocido mío, perdió su trabajo por estar afiliado al PSOE hace 15 años. Lo único que se puede concluir de esto es que tenía un jefe gilipollas, no me pondré a decir que en España hay problemas para conservar tu trabajo según tu carné político. Aunque ya se sabe que en esta vida todo influye, y es mejor no meterla en la olla, por si acaso.
Pues el gringo ese debería denunciar la empresa y la BBC dejar de publicar artículos dignos de prensa amarilla, que evidentemente van a postear descerebrados.
Sobre la foto, cuando haga el próximo volcado del móvil al disco duro si la encuentro la pongo.
Se puede hacer un experimento con esa foto. Se postea la foto en una red donde este BLM, y se te identifica con un nombre falso, diciendo que fuiste pillado haciendo el saludo nazi cuando vistes a unos negros arrestados por la policía, y se coloca que trabajas en la empresa ficticia llamada Adam Smith INC en California USA, y se abre una página en Facebook con el logo de la empresa con un correo electrónico de contacto, y para guinda del pastel, en la misma página de la empresa, otra foto tuya pero normal en familia, señalándote como el empleado del mes por cumplir 20 años trabajando sin falta en la empresa. Tengo curiosidad del resultado.
LA UTOPÍA CUESTIONADA: ACADEMIA Y CONSENSO DEMOCRÁTICO EN LATINOAMÉRICA
No es casual que [tanto] los extremistas de izquierda como los de derecha sospechen de la democracia incluso desde el punto de vista de las virtudes que ella alimenta
Norberto Bobbio
En 1933, buena parte de los nacionalistas y conservadores alemanes, encabezados por el mariscal P. V. Hindenburg, auparon la entrada de los nazis al último Gobierno de la república de Weimar. En 1945, amplios segmentos de los socialistas europeos apoyaron la conformación, junto a los comunistas, de gobiernos de unidad y reconstrucción en países del este de Europa. En ambos casos, elementos no radicales, de izquierda y derecha, apoyaron tempranamente a los totalitarios; creyendo que serían leales con los elementos básicos de la democracia, proveyendo estabilidad y crecimiento a sus atribuladas sociedades. Cualquier análisis objetivo de las ideologías entonces sustentadas por Hitler y Stalin les habría demostrado lo contrario. Pagaron caro su error.
La Guerra Fría prolongó la existencia de dictaduras de derecha con raigambre fascista en España, Grecia y Portugal, así como de un bloque de regímenes leninistas allende el Elba. Francisco Franco y António de Oliveira Salazar (tolerados por la Alianza Atlántica) proscribieron no sólo a los partidos de izquierdas, sino también a liberales y conservadores. Erich Honecker y János Kádár (apoyados por Moscú) impidieron todo pluralismo, incluido el de los otros socialistas. Empero, entre ambas realidades, Europa Occidental construyó paulatinamente un modelo capaz de combinar Estado de Bienestar y democracia de calidad. En ese contexto, las culturas políticas de todas las corrientes ideológicas (democristianos, liberales, socialistas y, paulatinamente, los eurocomunistas) abrazaron los consensos liberales básicos del pluralismo político, el gobierno representativo y una ciudadanía integral con fuerte raigambre socialdemócrata.
Con las transiciones de Europa meridional y del este, ese consenso se extendió, en lo fundamental, a la mayoría de la población y los intelectuales de aquellos países. Claro que siempre sobrevivieron nostálgicos del fascismo y el comunismo, los cuales abrazaron más recientemente las variantes derechista e izquierdista del populismo europeo (ver Ángel Rivero; Javier Zarzalejos & Jorge Del Palacio -coord.-, 2018); pero, en general, se sostuvo el consenso sobre los mínimos poliárquicos, aderezado por aportaciones de la democracia participativa y los nuevos movimientos sociales (ver Tony Judt, 2006, y Geoff Eley, 2002).
Si se revisan las posturas del Council of European Studies o la European Alliance for Social Sciences and Humanities, por ejemplo, éstas parecen apuntar más a la Academia que al activismo. Y cuando las grandes organizaciones de Ciencias Sociales europeas emiten pronunciamientos, están más enfocados en aquellas situaciones que afectan directamente a sus miembros y cometido (sea el asedio a la Universidad Europea en la Hungría de Viktor Orbán o la represión que impacta un congreso de Ciencia Política en la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan), evaluados siempre desde los elementos básicos del consenso democrático.
Hablar aquí de democracia alude a la conjunción de un ideal normativo (modo de vida que cuestiona las asimetrías de jerarquía y poder dentro del orden social), un movimiento social democratizador (conjunto de actores, luchas y reclamos expansivos de la ciudadanía), un proceso socio-histórico (con fases y horizontes de democratización; ver Charles Tilly, 2010) y un orden político (régimen democrático) que institucionaliza los valores, prácticas y reglas que hacen efectivos los derechos a la participación, representación y deliberación políticas y la renovación periódica de los titulares del poder estatal. Democracia que adquiere hoy la forma de república liberal de masas (ver Aníbal Pérez-Liñán, 2007) en los marcos de un Estado-nación, una economía capitalista (con diversas modalidades) y una compleja sociedad multicultural; siendo dentro de estos órdenes políticos donde los sectores populares han obtenido conquistas más firmes, incluyentes y duraderas (ver D. Rueschemeyer; E. H. Stephens & J.D. Stephen, 1992), a través de una dialéctica ciudadanizante que abarca los momentos de lucha social, reconocimiento legal e incorporación a la política pública.
En Latinoamérica, la historia ha sido algo diferente. La recuperación regional de las democracias no vino de la mano de la construcción de estados de Bienestar robustos e inclusivos. Más bien coincidió con políticas de ajuste, desarrolladas de modo más devastador que en Europa. Se mantuvieron notables desigualdades en los terrenos social y económico, y en algunos casos se ampliaron. Pero se rescató el estatus y los mecanismos de ejercicio de la ciudadanía, conculcados por la dupla autoritarismo-neoliberalismo. La lucha por los derechos humanos se convirtió en un poderoso movimiento regional, que puso a dialogar a activistas diversos con agendas comunes en contextos diversos.
Sin embargo, pese a que entre la Europa y Latinoamérica postransicionales pueden hallarse diferencias de grado en la calidad de sus instituciones y culturas políticas, así como en sus políticas económicas y sociales (ver al respecto los estudios respectivos de Latinobarómetro y Eurobarómetro, así como los informes del PNUD y el Banco Mundial), hay áreas donde las distancias parecen más notables. Una de ellas, en la cultura democrática de la intelectualidad.
En este punto, el compromiso axiológico e ideológico de la Academia latinoamericana (incluidos sectores con sensibilidad e ideologías de izquierdas; ver Fernando Pedrosa, 2012, y Pierre Gaussens, 2018) para con la democracia es, en buena medida, problemático. Es temporalmente variable (algunos condenaron a Alberto Fujimori y celebraron a Hugo Chávez, con pocos años de distancia), conceptualmente epidérmico (se defiende genéricamente el demos, pero se repudian las instituciones que conforman la cracia) e ideológicamente sesgado (apoyando o denostando a Jair Bolsonaro o Nicolás Maduro, según la filiación política). Claro que en Europa también encontramos, en la Academia, defensores del populismo de izquierda mouffeano, y que las derivas iliberales de la derecha son preocupantes (ver Ivan Krastev y Stephen Holmes, 2019). Pero la distancia entre intelectualidad y democracia parece menor en el Viejo Continente (donde se hace difícil constatar hoy alguna hegemonía autoritaria relevante) que de este lado del Atlántico.
Amplios sectores de la Academia latinoamericana, incluidos jóvenes sofisticadamente formados bajo la Ciencia Social postransición, no asumen la existencia y la crítica de otros autoritarismos ajenos a las viejas Dictaduras de Seguridad Nacional. Su imaginación sociológica y visión politológica son ordenadas, en muchos casos, desde lecturas un tanto esquemáticas de la rica obra de Guillermo O’Donnell o Norbert Lechner, aderezada por intelectuales de la ola posfundacional (ver Oliver Marchart). Aunque se asumen posmarxistas, repiten taras del manualismo soviético. Aunque se definan cómo posliberales agonistas, repiten enfoques antiliberales y ‘schmittianos’.
El régimen cubano, con seis décadas en el poder, no tiene cabida en sus análisis. Cuando ello sucede, se le trata como un exotismo sin influencia en la política regional o como un tipo de democracia popular, superior a la liberal. Noveles intelectuales latinoamericanos comprometidos con una democracia plebeya (que hacen fecunda vida en las redes latinoamericanistas, como la Asociación Latinoamericana de Sociología, el Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales y la Latin American Studies Association) desconocen que el leninismo caribeño es distinto, incluso, a su modelo populista; y que bajo ese orden burocrático, el rol que asumen como intelectuales orgánicos y los sujetos populares autónomos cuyas luchas acompañan, no podrían, coherentemente, existir.
Esta incoherencia se traslada al campo político, donde hace vida también política parte de esa intelectualidad. El Foro de Sao Paolo es la expresión pura de una esquizofrenia donde conviven, sin conflicto aparente, partidos leninistas que proscriben el pluralismo allí donde gobiernan con formaciones de izquierda democrática adaptadas a la competencia política e innovadoras en materia de participación e inclusión social. Es como si en Europa cohabitaran, en un mismo foro, las centroderechas democráticas (liberales, democratacristianas) y sus primos radicales, xenófobos y abiertamente fascistas; algo extraño desde valores mínimamente democráticos.
En la ‘postransición’, la hegemonía en el pensamiento social latinoamericano asumió un sesgo de izquierda radical. El paradigma marxista-leninista, combinado con variantes del populismo y con viejos y nuevos movimientos sociales marcadamente antiliberales, son fuertes en la región. El prototipo de intelectual militante (y no su pariente anfibio, simultáneamente comprometido, reflexivo y autocrítico; ver Maristella Svampa, 2007) deviene hegemónico en muchas universidades y centros de investigación públicos de Latinoamérica. Si bien podría comprobarse el peso numérico de su membresía, su capacidad de incidencia política es visiblemente mayor que la de la izquierda moderada. Sirva como ejemplo, la profusión de pronunciamientos políticos exclusivamente dirigidos a cuestionar las políticas y desmanes de los gobiernos de derecha (como el bolsonarismo), en contraste con el silencio ante los abusos cometidos por gobiernos de izquierda autoritaria (ver Magdalena Álvarez, 2019)
En contraposición, una corriente neoconservadora, acaso minoritaria pero materialmente bien dotada, se afianza en instituciones (think tanks, universidades privadas, organizaciones gremiales y redes informales) de la derecha regional. Una postura cuya propaganda convierte temas como igualdad, empoderamiento femenino y reclamos raciales en formas de subversión comunista. Definiendo, de modo distorsionado, a toda izquierda y movimiento social como enemigo de la democracia (ver Axel Kaiser, 2009, y Gloria Álvarez, 2017.
La contradicción políticamente más relevante en el seno de la Academia latinoamericana actual, por su impacto en la vida pública, es aquélla que toma partido ante dos formas contrapuestas de concebir el poder, respectivamente fundadas en el reconocimiento o la negación de la soberanía popular y los derechos humanos: democracia versus autocracia. Las distinciones entre izquierdas y derechas, definidas por sus respectivos sistemas de valores y prioridades de política pública, pueden ser procesadas de modo contingente, pero razonable, en las instituciones y procesos de nuestras imperfectas democracias. Pero la actitud antidemocrática, abierta o velada, no deja espacio a la existencia misma de una Academia comprometida con el pluralismo de ideas y el pensamiento crítico.
Según la bandería ideológica, dentro de la Academia regional se definen autoritarismos condenables y excusables. El impacto de esta situación rebasa lo meramente teórico. El efecto legitimador de la intelectualidad progresista que ha rehusado a condenar la deriva autocrática en Venezuela ha invisibilizado la comprensión de la crisis en ese país, ayudando en el frente diplomático a Maduro y dejando la reacción en manos de las derechas, lo que genera efectos inhibitorios en otros actores y gobiernos democráticos. La denuncia de esta situación ha llevado a algunos intelectuales a abrazar, acríticamente, las posturas igualmente autoritarias de Trump, Bolsonaro y sus pares de la derecha regional.
Lo que sostengo en este texto será pronto objeto de una investigación mayor, con todos los rigores, teóricos y metodológicos, que el caso comporta. Empero, la experiencia sostenida me indica que un amplio segmento de la intelectualidad de las Ciencias Sociales latinoamericana (al menos ésa que hace parte activa en las grandes organizaciones latinoamericanistas, tomando el devenir de la región como objeto de su indagación y acción) está precariamente comprometida con la democracia realmente existente. Hay un núcleo, organizado activo y nada despreciable, cuya mirada jacobina le lleva a recelar, abierta o sigilosamente, del pluralismo y la alternancia característicos de las democracias liberales de masas. Otro grupo, acaso más pequeño que el anterior, sostiene una postura conservadora que apela a hombres fuertes y recela de movimientos sociales. Y un tercer grupo, quiza numéricamente mayor, abraza, alternamente, posturas liberales y progresistas, pero deja hacer a los extremos; bien sea por permanecer absorto en sus procesos profesionales, por temor de confrontar a los radicales o por simple y llana pereza. Al final, una gran cantidad de académicos ajenos los extremos de izquierda o derecha permanece sin voz ni representación, ‘secuestrados’ por sus pares radicales de todo signo político.
Mientras que las ideas, valores y prácticas del consenso liberal y progresista no se extiendan de forma decisiva a una mayoría sólida y activa de la Academia e intelectualidad regionales, la idea de un cabal compromiso de aquéllas para con nuestras imperfectas pero reales democracias será, en el mejor de los casos, una utopía. Y, en el peor, un credo paralizante que impide detener, con tiempo y fuerza, los autoritarismos varios de los epígonos criollos de Carl Schmitt.
Mentirijillas varias en el artículo. Se puede pedir la presolicitud si no se tiene ningún medio de identificación electrónica, es decir, cl@ve o certificado.
Si se tiene se puede hacer la solicitud por internet.
Y si estamos ante una prestación contributiva normal incluso se puede autoreconocer por internet.
El problema es conseguir cita para el certificado digital en Madrid, porque el ayuntamiento ha decidido que ellos no lo tramitan. Que sus oficinas están para otras cosas.
Mentirijillas varias en el artículo. Se puede pedir la presolicitud si no se tiene ningún medio de identificación electrónica, es decir, cl@ve o certificado.
Si se tiene se puede hacer la solicitud por internet.
Y si estamos ante una prestación contributiva normal incluso se puede autoreconocer por internet.
El problema es conseguir cita para el certificado digital en Madrid, porque el ayuntamiento ha decidido que ellos no lo tramitan. Que sus oficinas están para otras cosas.
El certificado digital también los tramitan las consejerías.
Mentirijillas varias en el artículo. Se puede pedir la presolicitud si no se tiene ningún medio de identificación electrónica, es decir, cl@ve o certificado.
Si se tiene se puede hacer la solicitud por internet.
Y si estamos ante una prestación contributiva normal incluso se puede autoreconocer por internet.
El problema es conseguir cita para el certificado digital en Madrid, porque el ayuntamiento ha decidido que ellos no lo tramitan. Que sus oficinas están para otras cosas.
El certificado digital también los tramitan las consejerías.
Y los ministerios, y la seguridad social y Hacienda. Todos menos el ayuntamiento de Madrid.
Comentarios
Hay que ver que raro que sin tener nada que ver con ET.. Pffffff jajajajajaj
Estos no tienen que ver con ETA como Vox no tiene que ver con el franquismo.
"Arnaldo Otegi es una de las figuras más controvertidas en la política española. A pesar de su inicial militancia en ETA, años más tarde influyó en el final de la violencia de ETA, logrado definitivamente en 2011: participó muy activamente en la firma del Pacto de Estella,[1] que llevó a ETA a declarar una tregua «incondicional e indefinida», y también se reunió en secreto en varias ocasiones con Jesús Eguiguren,[1] del Partido Socialista de Euskadi (PSE-EE), para facilitar un proceso de paz que llevase al fin de la violencia. Ambos procesos terminaron por colapsar y Otegi recibió numerosas críticas por acatar las directrices de ETA tras la reactivación de la actividad terrorista. No obstante, Otegi se ha pronunciado en numerosas ocasiones en favor del final de la violencia[5][6][7] y fue una figura decisiva en el proceso que en 2011 llevaría a ETA al anuncio del «cese definitivo de su actividad armada». En 2012 pidió «sus más sinceras disculpas» a las víctimas de ETA y afirmó que sentía «de corazón» si desde su posición política había añadido «un ápice de dolor, sufrimiento o humillación a las familias de las víctimas».[8][9][10] Asimismo se manifestó a favor de la disolución de ETA,[11][12][13][14] que se produjo en mayo de 2018.
Algunos políticos, entre otros el expresidente del Gobierno de España José Luis Rodríguez Zapatero (PSOE),[15] Pablo Iglesias (Podemos)[16] o Josu Erkoreka (PNV),[17] han identificado a Otegi como un elemento clave para la paz en el País Vasco, sin el cual no habría sido posible; y alguna vez ha sido comparado con la figura de Gerry Adams en Irlanda del Norte.[1] Otros en cambio, como Mariano Rajoy (PP)[18] o Albert Rivera (Cs),[19] han rechazado frontalmente esta afirmación aludiendo a las numerosas condenas a Otegi por apología del terrorismo y colaboración con ETA."
Ya podrías seguir su ejemplo.
Tanto Bildu como su presidente (miembro de ETA) han hechouchas declaraciones glorificando etarras y quejandose de que se les aplique justicia.
Una cosa es que no les rente por ahora pegar tiros en la nuca y otra muy diferente que hayan renegado del terrorismo. Les pone palote al maximo.
Conociendo ese tipo de personajes, puedo decir que la mayoría de los guerrilleros marxistas que se "pacificaron" nunca se arrepintieron verdaderamente de sus crímenes, y si dejaron las armas era porque no era viable la conquista armada del poder porque el Estado los había debilitado mucho, pero apenas lograron por la vía política obtener poder en el Estado a lo grande, no tuvieron problema de volver a las practicas sangrientas de la lucha armada, en esta ocasión para reprimir a la población "reaccionaria", pegando tiros en la cabeza a los estudiantes de medicina "burgueses" que protestaban con piedras y escudos de cartón. Son asesinos irredentos agazapados en la "paz", esperando "oportunidades" para sacar a flote su verdadera naturaleza criminal. ¿O ustedes creen que los etarras si el día de mañana vieran una mínima oportunidad de alcanzar sus objetivos políticos por las armas, no lo harían porque se volvieron genuinamente pacifistas? Volverían a pegar tiros en la nuca sin el menor remordimiento.
Mira mamá, me tratan como a Lombardia en el brote inicial. Cantemos els segadors
"Perdí el mejor empleo de mi vida por una foto en redes sociales": los peligros de la "cultura de la cancelación" (y dónde está el límite)
¿En serio esto aporta algo al debate? ¿Una extraña anécdota, que ni siquiera sabemos si es real, debe condicionar el debate sobre el movimiento internacional antirracista?
A mí me sucedió en las ruinas de la antigua Volubilus, en Marruecos que, haciéndome una foto con un espectacular arco detrás, me dio por hacer el saludo romano. Unos ingleses de edad avanzada me lo afearon. Tras explicar la confusión nos echamos a reír y nos hicimos un selfie con el arco de fondo para inmortalizar el momento.
No se me ocurriría enlazar esa anécdota con un debate sobre lo equivocados que están los que sufrieron el nazismo cuando persiguen ciertas manifestaciones.
Ok, que se haga un sencillo experimento social: que alguien se haga pasar por un trabajador cuyo nombre y empresa donde trabaja sea fácilmente identificable en su uniforme, y haga algún gesto que pueda se considerado racista, homofóbico, misógino, o lo que sea según los códigos de progres, y que su foto sea colocada bajo anonimato en las redes sociales, principalmente en grupos BLM; a ver cuantos correos recibe la empresa en su página web pidiendo el despido de ese trabajador. Según es un anécdota y la empresa no debería recibir ningún correo, a lo sumo dos o tres de pocos descerebrados; negado que reciba miles de correo amenazantes contra la empresa, exigiendo el despido del trabajador o de lo contrario un boicot contra la misma. No creo, eso es una exageración de la "derecha".
Creo que este párrafo sacado de tu enlace lo resume todo:
Las empresas no son racistas, simplemente son prácticas y se adaptan al contexto. Les resulta mucho mas sencillo despedir a un trabajador, aunque pueda ser inocente, que enfrentar una campaña masiva de descrédito por las redes sociales que afecta su imagen corporativa y le puede traer problemas con proveedores y clientes. Lo grave del asunto es la gran importancia que las empresas le están dando a eso; empoderaron a la masa histérica y sus linchamientos sociales.
Por ejemplo, Disney cambia a sus personajes blancos clásicos por negros en USA para complacer la moda de la "representación", pero al mismo tiempo borra al personaje negro de Star Wars en la promociones en China, porque a los chinos no le gustan los negros.
Sí.
¿Perdiste tu trabajo por ello? Porque si no fue así, no sé qué cojones tiene que ver aquí tu anécdota.
Pero ya que la has comentado, propongo que cuelgues aquí tu foto haciendo el saludo fascis... romano
Se puede hacer un experimento con esa foto. Se postea la foto en una red donde este BLM, y se te identifica con un nombre falso, diciendo que fuiste pillado haciendo el saludo nazi cuando vistes a unos negros arrestados por la policía, y se coloca que trabajas en la empresa ficticia llamada Adam Smith INC en California USA, y se abre una página en Facebook con el logo de la empresa con un correo electrónico de contacto, y para guinda del pastel, en la misma página de la empresa, otra foto tuya pero normal en familia, señalándote como el empleado del mes por cumplir 20 años trabajando sin falta en la empresa. Tengo curiosidad del resultado.
No pidas imposibles.
Yo pido el Internet cuántico antes de 20 años.
LA UTOPÍA CUESTIONADA: ACADEMIA Y CONSENSO DEMOCRÁTICO EN LATINOAMÉRICA
No es casual que [tanto] los extremistas de izquierda como los de derecha sospechen de la democracia incluso desde el punto de vista de las virtudes que ella alimenta
Norberto Bobbio
En 1933, buena parte de los nacionalistas y conservadores alemanes, encabezados por el mariscal P. V. Hindenburg, auparon la entrada de los nazis al último Gobierno de la república de Weimar. En 1945, amplios segmentos de los socialistas europeos apoyaron la conformación, junto a los comunistas, de gobiernos de unidad y reconstrucción en países del este de Europa. En ambos casos, elementos no radicales, de izquierda y derecha, apoyaron tempranamente a los totalitarios; creyendo que serían leales con los elementos básicos de la democracia, proveyendo estabilidad y crecimiento a sus atribuladas sociedades. Cualquier análisis objetivo de las ideologías entonces sustentadas por Hitler y Stalin les habría demostrado lo contrario. Pagaron caro su error.
La Guerra Fría prolongó la existencia de dictaduras de derecha con raigambre fascista en España, Grecia y Portugal, así como de un bloque de regímenes leninistas allende el Elba. Francisco Franco y António de Oliveira Salazar (tolerados por la Alianza Atlántica) proscribieron no sólo a los partidos de izquierdas, sino también a liberales y conservadores. Erich Honecker y János Kádár (apoyados por Moscú) impidieron todo pluralismo, incluido el de los otros socialistas. Empero, entre ambas realidades, Europa Occidental construyó paulatinamente un modelo capaz de combinar Estado de Bienestar y democracia de calidad. En ese contexto, las culturas políticas de todas las corrientes ideológicas (democristianos, liberales, socialistas y, paulatinamente, los eurocomunistas) abrazaron los consensos liberales básicos del pluralismo político, el gobierno representativo y una ciudadanía integral con fuerte raigambre socialdemócrata.
Con las transiciones de Europa meridional y del este, ese consenso se extendió, en lo fundamental, a la mayoría de la población y los intelectuales de aquellos países. Claro que siempre sobrevivieron nostálgicos del fascismo y el comunismo, los cuales abrazaron más recientemente las variantes derechista e izquierdista del populismo europeo (ver Ángel Rivero; Javier Zarzalejos & Jorge Del Palacio -coord.-, 2018); pero, en general, se sostuvo el consenso sobre los mínimos poliárquicos, aderezado por aportaciones de la democracia participativa y los nuevos movimientos sociales (ver Tony Judt, 2006, y Geoff Eley, 2002).
Si se revisan las posturas del Council of European Studies o la European Alliance for Social Sciences and Humanities, por ejemplo, éstas parecen apuntar más a la Academia que al activismo. Y cuando las grandes organizaciones de Ciencias Sociales europeas emiten pronunciamientos, están más enfocados en aquellas situaciones que afectan directamente a sus miembros y cometido (sea el asedio a la Universidad Europea en la Hungría de Viktor Orbán o la represión que impacta un congreso de Ciencia Política en la Turquía de Recep Tayyip Erdoğan), evaluados siempre desde los elementos básicos del consenso democrático.
Hablar aquí de democracia alude a la conjunción de un ideal normativo (modo de vida que cuestiona las asimetrías de jerarquía y poder dentro del orden social), un movimiento social democratizador (conjunto de actores, luchas y reclamos expansivos de la ciudadanía), un proceso socio-histórico (con fases y horizontes de democratización; ver Charles Tilly, 2010) y un orden político (régimen democrático) que institucionaliza los valores, prácticas y reglas que hacen efectivos los derechos a la participación, representación y deliberación políticas y la renovación periódica de los titulares del poder estatal. Democracia que adquiere hoy la forma de república liberal de masas (ver Aníbal Pérez-Liñán, 2007) en los marcos de un Estado-nación, una economía capitalista (con diversas modalidades) y una compleja sociedad multicultural; siendo dentro de estos órdenes políticos donde los sectores populares han obtenido conquistas más firmes, incluyentes y duraderas (ver D. Rueschemeyer; E. H. Stephens & J.D. Stephen, 1992), a través de una dialéctica ciudadanizante que abarca los momentos de lucha social, reconocimiento legal e incorporación a la política pública.
En Latinoamérica, la historia ha sido algo diferente. La recuperación regional de las democracias no vino de la mano de la construcción de estados de Bienestar robustos e inclusivos. Más bien coincidió con políticas de ajuste, desarrolladas de modo más devastador que en Europa. Se mantuvieron notables desigualdades en los terrenos social y económico, y en algunos casos se ampliaron. Pero se rescató el estatus y los mecanismos de ejercicio de la ciudadanía, conculcados por la dupla autoritarismo-neoliberalismo. La lucha por los derechos humanos se convirtió en un poderoso movimiento regional, que puso a dialogar a activistas diversos con agendas comunes en contextos diversos.
Sin embargo, pese a que entre la Europa y Latinoamérica postransicionales pueden hallarse diferencias de grado en la calidad de sus instituciones y culturas políticas, así como en sus políticas económicas y sociales (ver al respecto los estudios respectivos de Latinobarómetro y Eurobarómetro, así como los informes del PNUD y el Banco Mundial), hay áreas donde las distancias parecen más notables. Una de ellas, en la cultura democrática de la intelectualidad.
En este punto, el compromiso axiológico e ideológico de la Academia latinoamericana (incluidos sectores con sensibilidad e ideologías de izquierdas; ver Fernando Pedrosa, 2012, y Pierre Gaussens, 2018) para con la democracia es, en buena medida, problemático. Es temporalmente variable (algunos condenaron a Alberto Fujimori y celebraron a Hugo Chávez, con pocos años de distancia), conceptualmente epidérmico (se defiende genéricamente el demos, pero se repudian las instituciones que conforman la cracia) e ideológicamente sesgado (apoyando o denostando a Jair Bolsonaro o Nicolás Maduro, según la filiación política). Claro que en Europa también encontramos, en la Academia, defensores del populismo de izquierda mouffeano, y que las derivas iliberales de la derecha son preocupantes (ver Ivan Krastev y Stephen Holmes, 2019). Pero la distancia entre intelectualidad y democracia parece menor en el Viejo Continente (donde se hace difícil constatar hoy alguna hegemonía autoritaria relevante) que de este lado del Atlántico.
Amplios sectores de la Academia latinoamericana, incluidos jóvenes sofisticadamente formados bajo la Ciencia Social postransición, no asumen la existencia y la crítica de otros autoritarismos ajenos a las viejas Dictaduras de Seguridad Nacional. Su imaginación sociológica y visión politológica son ordenadas, en muchos casos, desde lecturas un tanto esquemáticas de la rica obra de Guillermo O’Donnell o Norbert Lechner, aderezada por intelectuales de la ola posfundacional (ver Oliver Marchart). Aunque se asumen posmarxistas, repiten taras del manualismo soviético. Aunque se definan cómo posliberales agonistas, repiten enfoques antiliberales y ‘schmittianos’.
Esta incoherencia se traslada al campo político, donde hace vida también política parte de esa intelectualidad. El Foro de Sao Paolo es la expresión pura de una esquizofrenia donde conviven, sin conflicto aparente, partidos leninistas que proscriben el pluralismo allí donde gobiernan con formaciones de izquierda democrática adaptadas a la competencia política e innovadoras en materia de participación e inclusión social. Es como si en Europa cohabitaran, en un mismo foro, las centroderechas democráticas (liberales, democratacristianas) y sus primos radicales, xenófobos y abiertamente fascistas; algo extraño desde valores mínimamente democráticos.
En la ‘postransición’, la hegemonía en el pensamiento social latinoamericano asumió un sesgo de izquierda radical. El paradigma marxista-leninista, combinado con variantes del populismo y con viejos y nuevos movimientos sociales marcadamente antiliberales, son fuertes en la región. El prototipo de intelectual militante (y no su pariente anfibio, simultáneamente comprometido, reflexivo y autocrítico; ver Maristella Svampa, 2007) deviene hegemónico en muchas universidades y centros de investigación públicos de Latinoamérica. Si bien podría comprobarse el peso numérico de su membresía, su capacidad de incidencia política es visiblemente mayor que la de la izquierda moderada. Sirva como ejemplo, la profusión de pronunciamientos políticos exclusivamente dirigidos a cuestionar las políticas y desmanes de los gobiernos de derecha (como el bolsonarismo), en contraste con el silencio ante los abusos cometidos por gobiernos de izquierda autoritaria (ver Magdalena Álvarez, 2019)
En contraposición, una corriente neoconservadora, acaso minoritaria pero materialmente bien dotada, se afianza en instituciones (think tanks, universidades privadas, organizaciones gremiales y redes informales) de la derecha regional. Una postura cuya propaganda convierte temas como igualdad, empoderamiento femenino y reclamos raciales en formas de subversión comunista. Definiendo, de modo distorsionado, a toda izquierda y movimiento social como enemigo de la democracia (ver Axel Kaiser, 2009, y Gloria Álvarez, 2017.
La contradicción políticamente más relevante en el seno de la Academia latinoamericana actual, por su impacto en la vida pública, es aquélla que toma partido ante dos formas contrapuestas de concebir el poder, respectivamente fundadas en el reconocimiento o la negación de la soberanía popular y los derechos humanos: democracia versus autocracia. Las distinciones entre izquierdas y derechas, definidas por sus respectivos sistemas de valores y prioridades de política pública, pueden ser procesadas de modo contingente, pero razonable, en las instituciones y procesos de nuestras imperfectas democracias. Pero la actitud antidemocrática, abierta o velada, no deja espacio a la existencia misma de una Academia comprometida con el pluralismo de ideas y el pensamiento crítico.
Según la bandería ideológica, dentro de la Academia regional se definen autoritarismos condenables y excusables. El impacto de esta situación rebasa lo meramente teórico. El efecto legitimador de la intelectualidad progresista que ha rehusado a condenar la deriva autocrática en Venezuela ha invisibilizado la comprensión de la crisis en ese país, ayudando en el frente diplomático a Maduro y dejando la reacción en manos de las derechas, lo que genera efectos inhibitorios en otros actores y gobiernos democráticos. La denuncia de esta situación ha llevado a algunos intelectuales a abrazar, acríticamente, las posturas igualmente autoritarias de Trump, Bolsonaro y sus pares de la derecha regional.
Lo que sostengo en este texto será pronto objeto de una investigación mayor, con todos los rigores, teóricos y metodológicos, que el caso comporta. Empero, la experiencia sostenida me indica que un amplio segmento de la intelectualidad de las Ciencias Sociales latinoamericana (al menos ésa que hace parte activa en las grandes organizaciones latinoamericanistas, tomando el devenir de la región como objeto de su indagación y acción) está precariamente comprometida con la democracia realmente existente. Hay un núcleo, organizado activo y nada despreciable, cuya mirada jacobina le lleva a recelar, abierta o sigilosamente, del pluralismo y la alternancia característicos de las democracias liberales de masas. Otro grupo, acaso más pequeño que el anterior, sostiene una postura conservadora que apela a hombres fuertes y recela de movimientos sociales. Y un tercer grupo, quiza numéricamente mayor, abraza, alternamente, posturas liberales y progresistas, pero deja hacer a los extremos; bien sea por permanecer absorto en sus procesos profesionales, por temor de confrontar a los radicales o por simple y llana pereza. Al final, una gran cantidad de académicos ajenos los extremos de izquierda o derecha permanece sin voz ni representación, ‘secuestrados’ por sus pares radicales de todo signo político.
Mientras que las ideas, valores y prácticas del consenso liberal y progresista no se extiendan de forma decisiva a una mayoría sólida y activa de la Academia e intelectualidad regionales, la idea de un cabal compromiso de aquéllas para con nuestras imperfectas pero reales democracias será, en el mejor de los casos, una utopía. Y, en el peor, un credo paralizante que impide detener, con tiempo y fuerza, los autoritarismos varios de los epígonos criollos de Carl Schmitt.
http://agendapublica.elpais.com/la-utopia-cuestionada-academia-y-consenso-democratico-en-latinoamerica/?fbclid=IwAR3ILb1-pZ66vgbBLElL6My_VEvlktLEUYOzVepwNxYgX4e8TxPGsZKN43o
A ver qué nos cuenta Yolanda.
Bueno, pues ya se puede decir que estuvieron 4 años pa' ná.
Mentirijillas varias en el artículo. Se puede pedir la presolicitud si no se tiene ningún medio de identificación electrónica, es decir, cl@ve o certificado.
Si se tiene se puede hacer la solicitud por internet.
Y si estamos ante una prestación contributiva normal incluso se puede autoreconocer por internet.
El problema es conseguir cita para el certificado digital en Madrid, porque el ayuntamiento ha decidido que ellos no lo tramitan. Que sus oficinas están para otras cosas.
!Exito del PP!
El certificado digital también los tramitan las consejerías.
Llevan unos cuantos más de cuatro, por desgracia.
Y los ministerios, y la seguridad social y Hacienda. Todos menos el ayuntamiento de Madrid.