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Todo el que se mete en el fango de Juana Rivas acaba igual. Lo que no se es por qué le denuncia a él solo, cuando ha habido más gente, empezando por la ministra Montero, que se ha expresado de manera similar, o peor.
E indulto, el de mis cojones.
Les ha demandado a los dos. Les llama a conciliacion, primero para que se retracten.
Ya me extrañaba. No se cómo no ha trascendido lo de la mujer de Pablo Iglesias incluso más que lo de Errejón.
Montero esta quemada, más allá de esta legislatura no le queda vida política. Errejón es, quizá, tal vez, eventualmente, es posible, quizá, con matices, un valor en alza. Y hay que neutralizarlo.
Pero si lo ha publicado el en Twiter
Ya estaba divulgado en redes antes de que se hiciera eco.
Puede que tengas razon, lo decia porque en el sector trans hardcore no se acepta la idea "las mujeres sangran" como no se acepta la idea que "las mujeres tienen vagina", pero no conozco el caso, tampoco demasiadas ganas de conocerlo, la verdad.
Puede que tengas razon, lo decia porque en el sector trans hardcore no se acepta la idea "las mujeres sangran" como no se acepta la idea que "las mujeres tienen vagina", pero no conozco el caso, tampoco demasiadas ganas de conocerlo, la verdad.
Por un twit así intentaron cancelar a JK Rowling, y así sigue, todavía forrada de millones pero con alguna amenaza de muerte que otra.
Por un twit así intentaron cancelar a JK Rowling, y así sigue, todavía forrada de millones pero con alguna amenaza de muerte que otra.
¿Seguro que fue por un tweet y no por su continuo desprecio a la gente trans? JK Rowling es un TERF y lo mejor que puede hacer es no opinar de cosas de las que no tiene ni puta idea, cómo suele hacer la mayoría de la gente.
Por un twit así intentaron cancelar a JK Rowling, y así sigue, todavía forrada de millones pero con alguna amenaza de muerte que otra.
¿Seguro que fue por un tweet y no por su continuo desprecio a la gente trans? JK Rowling es un TERF y lo mejor que puede hacer es no opinar de cosas de las que no tiene ni puta idea, cómo suele hacer la mayoría de la gente.
Dijo en un twit que sólo las mujeres menstruaban, lo cual es cierto, si eso es despreciar a la gente trans, que se lo hagan mirar.
Y libertad de expresión es opinar de lo que se quiera, nos guste o no.
Y es que Disney ha anunciado que va a modernizar el personaje para que esté "en sintonía con la cultura actual", por lo que le pondrá una gabardina y un sombrero y modificará la trama de la atracción para que Jessica Rabbit tenga "su propio servicio de detectives privados".
Vamos, que la "cultura actual" la refrendaría el sector más pacato del franquismo.
Los progres se volvieron conservadores regresivos, y los muy estúpidos juran que están evolucionando la cultura "para mejor".
Las izquierdas están que trinan. Ya sea en las redes, en eventos como el Congreso Sabiduría y Conocimiento, celebrado recientemente en Córdoba, o en los medios, un nuevo concepto parece haber copado la opinión pública generando todo tipo de reacciones viscerales, tanto a favor como en contra: me refiero a lo posmoderno o posmo, y su asociación acertada a la problemática de las identidades. De un lado, se suele acusar a sus adalides de ofenderse con demasiada facilidad por cuestiones relacionadas con el feminismo, el antirracismo o el ecologismo que, supuestamente, minarían la defensa de derechos sociales y una conquista de mejor vida material; es decir (de manera muy sucinta), la izquierda posmo se cargaría las reivindicaciones de clase. Del otro lado, los que se alinean con lo postmoderno abogan por denunciar los abusos cometidos contra las poblaciones marginalizadas y, a menudo, rechazan la nostalgia por ser ésta, a su juicio, una herramienta de desmovilización política. En el batiburrillo de argumentos, se alude a las batallas identitarias que están teniendo lugar en Estados Unidos mientras se utilizan datos sacados de contexto que en nada ilustran la compleja realidad del país norteamericano. Al final, el conflicto suele sustituir al diálogo y la desinformación sigue su curso en forma de bola de nieve. Vayamos por partes.
La postmodernidad, como periodo histórico en que estamos todos inmersos, no se elige. Existe un gran consenso académico sobre esto y, si me lo permite el anti-intelectualismo cada vez más arraigado, acusar a alguien de “posmo” viene a ser algo así como esgrimir el término “visigodo” o “renacentista” como insulto: un absurdo. Somos postmodernos en cuanto que habitamos una época caracterizada por una gran multiplicidad de relatos que nos dan sentido, una corriente que lleva constatándose desde, al menos, los años sesenta, aunque la teorizaran años más tarde pensadores como Jean-François Lyotard. En lugar de agarrarnos a los pocos discursos emancipadores de antaño (la religión o el marxismo), éstos conviven con causas que van desde la lucha contra la violencia de género o el cambio climático, hasta la defensa de los derechos LGBTQ pasando por los del colectivo inmigrante, porque a partir de este giro histórico, precisamente, se produce una mayor atención a las víctimas, lo cual ha supuesto no pocos avances en las vidas de muchas personas.
El fenómeno, desde luego, no es nuevo y le debe mucho a la memoria histórica surgida tras una barbarie como el Holocausto que, en un primer momento, sirvió para instigar textos legales fundamentales como la Declaración de los Derechos Humanos y, más tarde, dio lugar a ramificaciones muy productivas como nuestra propia memoria de la Guerra Civil, entendida desde la acción política organizada más allá del recuerdo individual. Si no fuéramos postmodernos, nuestro cuestionamiento de los conflictos bélicos sería mucho más leve; es más, seguramente nos pondríamos mayoritariamente del lado de los vencedores y asumiríamos sus logros como propios, ya que los postulados del estado-nación primarían sobre la dignidad humana. Una escritora como Svetlana Alexiévich, quien contó la absoluta desolación de la ciudadanía soviética ante la Guerra de Afganistán o el dolor extremo provocado por el desastre nuclear de Chernóbil, es profundamente postmoderna, pues antepone el sufrimiento de cualquiera al corpus institucional creado, en muchos casos, para ocultarlo.
Al mismo tiempo, la atención a las víctimas, la rememoración de sus circunstancias, así como la incertidumbre que provoca un futuro que se tambalea por muchísimas razones, entre las que se encuentran el estrepitoso fracaso de proyectos socialistas como la antigua Unión Soviética pero también, cada vez más, las ruinas que nos ha traído el neoliberalismo, con su constante amenaza a los estados del bienestar y una concatenación de crisis que ha desatado una precariedad difícil de tolerar, hacen que la nostalgia aflore. El mundo que parece haberse desmoronado ante nuestros ojos, sin garantías ni certezas de ningún tipo, incita a pensar que cualquier tiempo pasado fue mejor, mediando el peligro de mitificar períodos anteriores de manera acrítica, pero también de que los detractores de la nostalgia obliteren el potencial político que representa si se usa para rescatar elementos que podrían aprovecharse en agendas progresistas, pues todo depende de cómo se gestione esa nostalgia y no necesariamente de que exista —lo cual es inevitable—.
Sólo hay que reflexionar un poco para darnos cuenta de que es un rasgo de época que recorre todo el espectro político; no es casual que tanto el eslogan republicano (Make America great again) como el demócrata (Build back better) en las últimas elecciones estadounidenses fueran regresivos, aunque se hayan movilizado en función de programas disímiles que, ésos sí, afectarán a los años venideros. Así, el recuerdo de lo perdido no constituye per se un acto reaccionario. Siguiendo con Estados Unidos, es notable que el colectivo negro se organizara masivamente contra Trump, a quien le preguntaban, incisivos, si esa América grande de antaño no sería acaso la de la esclavitud o las leyes Jim Crow, mientras mostraban su afinidad con las propuestas demócratas, que también supuran ecos de un pasado industrial, pero prometen una mejora de las condiciones de vida.
Y aquí es necesario aclarar cómo operan las identidades en una cultura —la yanqui— donde es imprescindible atender a la gente sistemáticamente discriminada, cuando no masacrada, muchas veces a manos de la policía. Cuando la población negra tiene menor esperanza de vida que la blanca, llena cárceles privadas con las que se lucran empresas concretas, y el racismo es la principal causa de que no haya, por ejemplo, una sanidad pública que cubra a todos, ¿se puede desligar la identidad de las distintas reclamaciones de derechos? Si la exclusión de tantos es tan sangrante, y esto se debe al color de la piel, ¿podemos permitirnos criticar la diversidad? Y, si la mortalidad materna en las mujeres negras es altísima y hasta una deportista adinerada como Serena Williams estuvo a punto de morir tras dar a luz, ¿se pueden explicar atropellos de tal calibre sólo aludiendo a la clase social, que no deja de ser, por cierto, otro relato más en la parrilla postmoderna disponible?
Sin omitir el hecho de que existe una correlación entre la raza y el poder adquisitivo, la batalla cultural que se está produciendo en Estados Unidos y muchos citan a la ligera es también una batalla en su sentido literal, donde hay cuerpos en juego cuya identidad es indisociable de su vulnerabilidad —véase George Floyd—. La llamada cancelación que se erige a modo de injusticia censora cristaliza, especialmente, contra los más débiles, quienes continúan peleando por derechos tan básicos como el voto, muy restringido a las minorías. Las traducciones imperfectas a escenarios españoles no sólo deslegitiman estas luchas, sino que nublan un entendimiento de las mejoras sociales que necesitamos. La desestimación de lo posmo, reino donde confluyen y se relacionan estas problemáticas, además de absurda, es contraproducente, pues impide que podamos estar ahora, conforme escribo, trabando alianzas entre quienes no perseguimos más que una justicia social que, precisamente porque los grandes relatos han perdido su posición hegemónica, requiere de una red de colaboraciones que, respetando las diferencias, nos conduzca a buen puerto. Yo soy posmo, tú también, qué tal asumirlo y ponernos manos a la obra.
Azahara Palomeque es escritora y doctora en estudios culturales por la Universidad de Princeton. Su último libro es Año 9. Crónicas catastróficas en la Era Trump.
Cuando yo era un chavea, los posmodernos eran los que paraban en el Rock'Ola, llevaban zapatones de hebilla y vestían todo de negro, incluídos labios y ojos.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
En política el posmodernismo es un comodín que se usa para calificar cualquier movimiento reivindicativo que no tiene un fundamento sólido establecido, sea argumentativo o sea filosófico y que es generalmente atribuido a la izquierda.
Pero a los chavales de la generación Z les da lo mismo. Si les preguntas si son posmodernos te dirán que qué es eso, porque están fuera de la burbuja boomer y los boomer no entran en sus círculos. Además vienen pisando fuerte y tampoco les importa (porque ni se lo plantean) si los mayores de 40 les comprenden. Tampoco lo necesitan. Es lo que tiene ser los herederos del mundo. El trono es para ellos.
Cuando yo era un chavea, los posmodernos eran los que paraban en el Rock'Ola, llevaban zapatones de hebilla y vestían todo de negro, incluídos labios y ojos.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
Cuando yo era un chavea, los posmodernos eran los que paraban en el Rock'Ola, llevaban zapatones de hebilla y vestían todo de negro, incluídos labios y ojos.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
Eso eran los góticos, so cachondo.
Cuando los góticos yo tenía veintimuchos pa treinta, te hablo de cuando tenía catorce o quince, a principios de los ochenta. Entonces a la gente que vestía tipo "Alaska y los Pegamoides" les llamábamos posmodernos y eran como otra tribu urbana.
Cuando yo era un chavea, los posmodernos eran los que paraban en el Rock'Ola, llevaban zapatones de hebilla y vestían todo de negro, incluídos labios y ojos.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
Eso eran los góticos, so cachondo.
Cuando los góticos yo tenía veintimuchos pa treinta, te hablo de cuando tenía catorce o quince, a principios de los ochenta. Entonces a la gente que vestía tipo "Alaska y los Pegamoides" les llamábamos posmodernos y eran como otra tribu urbana.
Vaya tela todo el artículo entero... Pero es que este párrafo tiene especial delito:
Y aquí es necesario aclarar cómo operan las identidades en una cultura —la yanqui— donde es imprescindible atender a la gente sistemáticamente discriminada, cuando no masacrada, muchas veces a manos de la policía. Cuando la población negra tiene menor esperanza de vida que la blanca, llena cárceles privadas con las que se lucran empresas concretas, y el racismo es la principal causa de que no haya, por ejemplo, una sanidad pública que cubra a todos, ¿se puede desligar la identidad de las distintas reclamaciones de derechos? Si la exclusión de tantos es tan sangrante, y esto se debe al color de la piel, ¿podemos permitirnos criticar la diversidad? Y, si la mortalidad materna en las mujeres negras es altísima y hasta una deportista adinerada como Serena Williams estuvo a punto de morir tras dar a luz, ¿se pueden explicar atropellos de tal calibre sólo aludiendo a la clase social, que no deja de ser, por cierto, otro relato más en la parrilla postmoderna disponible?
Qué forma de cargarse el concepto de clase y de follarse la izquierda política.
Lo peor de todo, es que bajo el prisma de lo posmo lo que destaco en negrita es realmente así. Es la banalización de todo.
Es que esos negros son discriminados por su color de piel, sí, pero básicamente por ser pobres. Esto segmenta y diluye lo que entendíamos como clase social, y cada nueva o vieja identidad se dedica a la pelea aspiracional por lo suyo huyendo de la transversalidad. Tan posmo como suena.
Cuando yo era un chavea, los posmodernos eran los que paraban en el Rock'Ola, llevaban zapatones de hebilla y vestían todo de negro, incluídos labios y ojos.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
Eso eran los góticos, so cachondo.
Cuando los góticos yo tenía veintimuchos pa treinta, te hablo de cuando tenía catorce o quince, a principios de los ochenta. Entonces a la gente que vestía tipo "Alaska y los Pegamoides" les llamábamos posmodernos y eran como otra tribu urbana.
Comentarios
Éxito el otro día de la marcha del Orgullo en Kiev.
Ya estaba divulgado en redes antes de que se hiciera eco.
Gente que sangra.
Me da que no.
No lo parece. Uno de los ocurrentes es la Asociación "Cromosomos X" que habla de que su labor va dirigida a personas con "cuerpos menstruantes".
Yo ya lo siento.
Por un twit así intentaron cancelar a JK Rowling, y así sigue, todavía forrada de millones pero con alguna amenaza de muerte que otra.
Qué se puede esperar de esta justicia patriarcal que bla, bla, bla.
¿Seguro que fue por un tweet y no por su continuo desprecio a la gente trans? JK Rowling es un TERF y lo mejor que puede hacer es no opinar de cosas de las que no tiene ni puta idea, cómo suele hacer la mayoría de la gente.
Dijo en un twit que sólo las mujeres menstruaban, lo cual es cierto, si eso es despreciar a la gente trans, que se lo hagan mirar.
Y libertad de expresión es opinar de lo que se quiera, nos guste o no.
Que le pongan un burka.
Proximamente Conan vestido con una cazadora y unos vaqueros repartiendo caramelos.
Vamos, que la "cultura actual" la refrendaría el sector más pacato del franquismo.
Los progres se volvieron conservadores regresivos, y los muy estúpidos juran que están evolucionando la cultura "para mejor".
Los posmodernos ya han llegado a España.
No hace falta leer a una doctora de Princeton, el libro de Daniel Bernabé "La trampa de la diversidad" ya nos habla de todo esto.
Vaya, que se llevaba hablando de posmodernos desde hace, al menos, cuarenta años.
En política el posmodernismo es un comodín que se usa para calificar cualquier movimiento reivindicativo que no tiene un fundamento sólido establecido, sea argumentativo o sea filosófico y que es generalmente atribuido a la izquierda.
Eso eran los góticos, so cachondo.
Cuando los góticos yo tenía veintimuchos pa treinta, te hablo de cuando tenía catorce o quince, a principios de los ochenta. Entonces a la gente que vestía tipo "Alaska y los Pegamoides" les llamábamos posmodernos y eran como otra tribu urbana.
PD: A los jevimetaleros no nos caían muy bien
Esos eran lo que hoy se conoce como "posers".
Vaya tela todo el artículo entero... Pero es que este párrafo tiene especial delito:
Qué forma de cargarse el concepto de clase y de follarse la izquierda política.
Lo peor de todo, es que bajo el prisma de lo posmo lo que destaco en negrita es realmente así. Es la banalización de todo.
Tal cual
Como me jode ser tan mayor
La pregunta es: ¿Qué hacen marineros soviéticos come-niños crudos sentados ahí, con esos "N-word", en 1945?