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Es autoeditado, pero cuento con el apoyo oficioso de la BRIPAC, que dio su visto bueno, y me escribe el prólogo el director de su museo, que fue superior mío. Se habló de un apoyo mucho más directo, incluyendo una posible presentación en sus instalaciones, pero... las cosas de palacio van despacio. O no van, ya veremos.
Por cierto, con todos los años que llevo aquí, he publicdo este hilo en el subforo incorrecto. Lo último que vais a encontrar en el libro es "actualidad" y mucho menos, "política"
Copio y pego hilo (tocho que escribí en Forocoches (sí, confieso), por si pudiera resultar interés.
Van a cumplirse 25 años de mi entrada en la Brigada Paracaidista y acabo de escribir un libro que no voy a anunciar aquí, porque a nadie le gusta el espam. Pero sí puedo hacer un resumen que, quizá, os parezca interesante. Contesto preguntas, siempre y cuando sean serias.
Antiguo cartel de reclutamiento de los años setenta..
Entré por la puerta del Batallón de Instrucción Paracaidista (BIP) el 18 de noviembre de 1996. La crisis de mediados de los noventa no era moco de pavo y, encima, todos los hombres teníamos a la mili esperándonos. A mí nunca me había disgustado la idea del Ejército, así que opté por convertirme en militar de empleo, a falta de otros horizontes. Después de optar a plazas bastante golosas sin ninguna suerte (como Ofímatica, en el Ejército del Aire), escogí la Brigada Paracaidista. Por qué no. Quería comprobar si daría la talla, sobre todo a la hora de tirarme de cabeza de un avión.
No parezco muy arrepentido de haberme alistado, ¿no?
La mayoría de las imágenes están extraídas de vídeos caseros, de ahí su calidad:
Puerta principal del BIP, cerca de Alcantarrilla (en Murcia)
En el BIP, éramos aspirantes a militares de empleo. Había que superar dos meses de instrucción, incluyendo superar el curso de salto, antes de poder firmar contrato y pasar a nuestro destino definitivo, ya como profesionales. Por supuesto, tcoaba aprender lo básico, desde saber moverse a formación a disparar el fusil que usábamos entonces, el Cetme modelo L (que estuvo en servicio hasta el 99).
Cetme L
Desfilando. Ni que decir tiene que, en esos primeros días, nadie era capaz de llevar el paso.
Aprendiendo a reptar.
Ejercicio de tiro. Un paracaidista digno de ese título debe acertar a 200 metros con el fúsil.
Ese flacucho soy yo, el día de la Jura de Bandera.
Hasta finales de los ochenta, en el BIP sólo entraba reemplazo, y algunos veteranos cuentan terribles historias de miedo sobre el trato que recibían de sus instructores. En mis tiempos, habían cambiado las tornas. En unidades operativas de la BRIPAC sólo podían entrar militares profesionales. El reemplazo no realizaba el curso de salto, y sólo iba destinado a unidades auxiliares, como las de servicio. El trato era muy bueno. Aunque terminabas el día con tantas agujetas que casi no podías dormir, de tanto correr, patear o desfilar, los instructores conseguían que todo pareciese un juego, y que te apeteciera ir subiendo de nivel. Creo que, casi desde el primer momento, tenía claro que la Brigada era mi sitio.
El curso de salto consistía en dos semanas de teórica, que culminaban con seis saltos. Nos explicaban que la caída era bastante dura, muy diferente del elegante aterrizaje que hacen los saltadores que usan paracaidas manuales. Aquí la idea es llegar al suelo cuanto antes, como buenamente se pueda. Incluso estando ya en el suelo, no estábamos libres de peligro. En el año 72, el viento arrastró a varios paracaidistas que acaban de atterizar. Los envió tan lejos y con tanta violencia, que murieron 13 hombres y más de medio centenar acabaron heridos. Por eso se ensayaba una y otra vez las distintas fases del salto.
Uno de los elementos más temidos era la torre, desde la que simular la salida del avión. No hay más que ver su tamaño:
Salir del avión no es tan díficil. No hay más que ver las imágenes: se va cargado hasta los topes (¡y en estas fotos no llevan el armamento ni el equipo completo! Fusil o ametralladoras, munición, raciones y demás, pueden suponer hasta 20 kilos más), el avión es estreccho e incómodo, la puerta o la rampa se lleva abierta, y el interior se llena con el ruido de los motores y el olor del queroseno. Lo que te pide el cuerpo es salir de allí cuanto antes, no importa de qué manera.
En la imagen, se aprecia la cinta que, cuando se desenrolle del todo, abrirá la bolsa que retiene el paracaidas. Si algo falla, se tiene el paracaidias de emergencia.... y algo menos de 8 segundos para reaccionar. Los saltos se realizan a una altura comprendida entre los 600 y los 350 metros.
Hay varios segundos de calma y silencio... hasta que te das cuenta que el suelo se acerca MUY rápido.
Mi promoción hizo su último salto el 23 de diciembre. Esa tarde nos íbamos todos de permiso, y yo sufriría una de la experiencias más estrambóticas de mi vida militar, en la que casi pierdo mi recién estrenado diploma de Cazador Paracaidista y acabo en comisaría. Pero son aventuras demasiado largas para contarlas aquí.
Cuanto terminamos el permiso, nos pusieron el contrato por delante. Al firmar, no sabíamos donde nos destinarían pero, siendo nuestra especialidad Infantería, lo más probable era acabar en una Bandera. En efecto, yo acabé en la Primera Compañía de la Primera Bandera. Según nos garantizó nuestro capitán era "La mejor de la mejor", y él se encargaría de que continuara siéndolo. así que, pollos recién salido del huevo, poneos las pilas. Que ya estáis jugando con los mayores.
Interior del cuartel Primo de Rivera, situado en el centro de Alcalá, sede de la Primera Bandera. Hoy en día pertenece a la Universidad (casi toda la brigada se trasladó a Paracacuellos a principios de los 2000)
Interior de la Primera Compañía. el fotograma corresponde a un vídeo grabado cuando las instalaciones ya se habían desalojado, por eso todo aparece vacío. Se aprecia el lema de la Compañía aún pintado en la pared: "Sangre roja". Procede un himno que se cantaba al paso ligero:
Sangre roja, un puñal.
Piel de roble, libertad.
En la mano, un fusil.
En la boca, un puñal.
El puñal lleva sangre,
sangre roja enemiga.
Con nosotros, quien quiera.
Contra nosotros, quien pueda.
Pisa fuerte, paracaidista.
No te pares, al correr.
Si te arrastras, malherido,
en tu mente, no hay dolor.
Jamás un paracaidista,
dirá que está cansado,
hasta caer reventado
Cuando las canciones son esas, ya sabes que nos has terminado de vacaciones en un hotelito, ¿no? en la Bandera empezaba la caña de verdad. De entrada, dos meses de instrucción complementaria, para tener derecho a llevar la boina negra. Días donde no tenías tiempo de respirar, entre el amanacer y las últimas luces del día, suponiendo que estuvieras en el campo, y te tocara también hacer ejercicios nocturnos. También había hueco para teórica, sobre todo las relacionadas con el armamento, las tácticas de combate y (algo esencial para un paracaidista, destinado a ser lanzado en cualquier parte) usar la brújula y el mapa.
Una vez terminaba la instrucción complementaria, tenías derecho a vivir fuera del cuartel sin dar explicaciones, y trabajabas de ocho a cinco, de lunes a viernes. Al menos, en teoría. La instrucción eran constante. Ya fuera en cualquier descampado cercano al cuartel o en cualquier de los grandes campos de maniobra, como Chinchilla o San Gregorio. Sin contar ejercicios conjuntos con otros miembros de la OTAN. Se usaba el material más moderno disponible (incluso el experimental: no era raro que fuéramos los primeros en probar nuevos equipos).
Ni un día sin carrerita, de entre 6 y 8 kilómetros, a buen ritmo.
Cuando se dice "dar barrigazos" pocos entienden lo que eso significa. Andar varios kilómetros hasta el punto indicado, a veces con todo el equipo. Se forma una línea de ataque detrás de una divisoria próxima, a una distancia de un kilómetro o dos. "Fuego, movimiento y choque". La idea es cubrir esa distancia tan rapidamente como sea posible, para minimizar las bajas, y llegar al cuerpo a cuerpo. Unos avanzan, otros cubren con su fuego. Corres diez metros, tan rápido y agachado como puedas, y te lanzas detrás de cualquier obstáculo o arbusto, mientras alguien dispara para protegerte. Luego disparas tú, y vuelta a empezar. ¿se completó el asalto? Pues a repetirlo desde el principio. Una vez, dos veces, tres veces... Hasta que caiga la noche. Por supuesto, ya no se hace la guerra de esa manera, asaltando posiciones como si estuviéramos en la Segunda Guerra Mundial, pero es el paso previo para dar el salto a entrenamientos mñas especializados. Y, de paso, te curtes. Nada endurece más que arrastrarse por las piedras y espinas de un campo de maniobras toda una semanita.
Pateada. Decía Julio César que la guerra se ganaba con los pies, y eso sigue siendo cierto en algunas ocasiones, incluso en pleno siglo XXI.
No todo es asaltar cotas, claro. Si algo no falta en la vida de un paracaidista son emociones, cada una más sorprendente que la anterior.
Combate en población. En los videojuegos parece muy fácil. En la vida real, arodillarse en el duro asfalto, aplastarse en una esquina en busca de refugio y, en definitiva, pelearse contra los edificios, es muy doloroso y agotador.
Ametralladora MG42. Se utilizaba en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, y sigue siendo igual de fiable y efectiva.
Por supuesto, la vida militar está llena de anécdotas. Sólo contaré una:
Chinchilla, último día de maniobras. En algún momento, tal vez cavando un agujero para desalojar la última ración de callos a la madrileña, encontré un alacrán. Era de color ámbar, de la longitud de mi mano, y amenazaba con dar un picotazo. ¿Lo dejé allí? Pues no. En ese momento, por uno de esos (estúpidos) antojos que se tienen a los veinte años, estaba pensando comprarme un terrario, para criar una tarántula o algo parecido. Así que esa era la mía. Agarré al alacrán con mucho cuidado, y lo metí en una caja de raciones vacía. Daba por hecho que aguantaría sin problemas el viaje hasta Alcalá de Henares.
En los camiones del Ejército, cuando se vuelven de varios días de maniobras, con su colección de asaltos, marchas y ejercicios nocturnos, la gente aprovecha para dormir, de cualquier manera. Casi todo el mundo estaba tirado en el suelo, por encima o por debajo de mochilas y fusiles, tapándose con las mantas americanas. Muchos de ellos roncaban como jabalíes con Covid. Yo no dormía. Comentaba con dos o tres compañeros lo que pensaba hacer con el bicho. Mi primer paso, sería ir a una tienda especializada en busca de consejo. En algún momento, un cabo me pidió verlo. Así que saqué la caja, la abrí y, os vais a reír fijo, porque es muy gracioso, pero aquí ya no está el alacrán. Fue decir que el monstruo andaba suelto, y ver como veintitantos tíos se ponían de pie en menos de un segundo, muchos de ellos cagándose en mi estampa. Busca a ese bicho asqueroso, Fermín, o te tiramos del camión ahora mismo. Yo intentaba poner calma: a ver, ¿no le tenéis miedo al Hércules y os asustáis de un escorpioncito? Además, sus picaduras casi no se notan y duelen muy poco. Creo.
Llegamos a Alcalá dos o tres horas después, y el bicho no había aparecido. Nadie volvió a tumbarse en el suelo tampoco, y a mi madre (y puede que a todos mis antepasados, hasta la sexta generación) le estuvo pitando el oído toda la semana. Nunca más se supo. Puede que el alacrán saltara a la carretera (lo dudo), se escondiera en algún rinconcito del camión o se colase de pasajero en alguna mochila. Quién sabe.
Por lo demás, ya conté en el foro que estuve de misión en Bosnia, en el año 99. La OTAN estaba bombardeando Serbia, aún se desenterraban cadáveres de matanzas como Srebrenica, y las cosas estaban calientes.
Ahí estoy. Mi puesto en Bosnia era el de radiotirador. Me encargaba de la radio y la ametralladora Browling. ¿Qué otra cosa podía ser con ese bigote?
Parte de mi pelotón, descansando cerca de la aldea de Ravno. Allí se mataría uno de nuestros sargentos, en un accidente de coche.
Mis galones y emblemas, además de mi vieja boina
¿QUIÉNES SOMOS NOSOTROS?
Los paracaidistas, pecho de muralla,
que al bélico grito de ¡España Imperial!
salimos al aire entre la metralla,
caer por la Patria es nuestro ideal.
Hay en la Bandera sangre palpitante
cantando saltamos sin desfallecer.
La muerte no importa, vamos adelante
nuestro sino es solo morir o vencer.
Primera Bandera juventud de España
jura que en la lucha serás siempre fiel
por el suelo patrio lucharas con saña
y el amor que dejas te traerá un laurel.
Marchemos alegres, nuestra es la victoria,
a los que cayeron debemos seguir
Nos dieron su sangre, honra su memoria
por España y ellos debemos morir.
Arriba clarín de guerra
bravo timbre de conquista,
al grito de ¡paracaidista!
para liberar la tierra.
Bandera siempre adelante,
sin jamás retroceder.
Sin vacilar un instante,
paracaidistas adelante
Hasta morir o vencer
Fueron tres años y pico de Brigada Paracaidista. La dejé cuando ascendí y pedí destino, en febrero del año 2000. Años después, me arrepiento de no haber vuelto, tal vez con galones de sargento. De la vida militar escribí:
"Puede que la milicia sea un credo, como defendía Calderón, donde la sangre trascienda a la cuna, el honor parchee cualquier carencia y se busquen las alturas desde la máxima humildad. Yo creo que ser soldado significa entregarse a una causa superior, al precio de la propia vida. Es subordinar todos los miedos y caprichos a las necesidades del grupo. Es entender que el liderazgo se ejerce desde primera línea, dando ejemplo a todos los que siguen, y ayudando a quienes no pueden mantener el paso. Es romper los propios límites, y dudar de la propia excelencia, para seguir mejorando todos los días. Es saber que puedes, donde otros dudan, y animarte a intentarlo, cuando muchos se rinden. Ser soldado es pasar frío en una trinchera que has excavado tú mismo, dejándote las manos hechas una pena, y sentirte privilegiado por contemplar un firmamento que no está contaminado por las luces de ninguna ciudad. Es recordar el valor de tantas cosas que parecen insignificantes, como una simple cama, cuando te has pasado muchas noches durmiendo en el suelo. También es, y no puedo negarlo, saltar de un avión, subirte a un helicóptero, correr bajo el fuego de las ametralladoras, descender por la fachada de un edificio por una cuerda, y otras mil cosas que la gente sólo puede ver en el cine. Todas esas experiencias, junto a muchas otras, vendrán a consolarnos cuando se agote toda la arena de nuestro reloj. Podremos pensar que hemos aprovechado nuestro tiempo.
Sigo creyendo en esos valores, tanto tiempo después [...]"
Pues eso. Por cierto, el libro lleva un tiempo siendo el número 1 de su categoría. Algo tendrá, digo yo.
Comentarios
¿Es autoeditado? ¿Cuánto te ha llevado escribirlo?
Por cierto, con todos los años que llevo aquí, he publicdo este hilo en el subforo incorrecto. Lo último que vais a encontrar en el libro es "actualidad" y mucho menos, "política"
Enhorabuena, Kol
Felicitaciones!!!
Van a cumplirse 25 años de mi entrada en la Brigada Paracaidista y acabo de escribir un libro que no voy a anunciar aquí, porque a nadie le gusta el espam. Pero sí puedo hacer un resumen que, quizá, os parezca interesante. Contesto preguntas, siempre y cuando sean serias.
Antiguo cartel de reclutamiento de los años setenta..
Entré por la puerta del Batallón de Instrucción Paracaidista (BIP) el 18 de noviembre de 1996. La crisis de mediados de los noventa no era moco de pavo y, encima, todos los hombres teníamos a la mili esperándonos. A mí nunca me había disgustado la idea del Ejército, así que opté por convertirme en militar de empleo, a falta de otros horizontes. Después de optar a plazas bastante golosas sin ninguna suerte (como Ofímatica, en el Ejército del Aire), escogí la Brigada Paracaidista. Por qué no. Quería comprobar si daría la talla, sobre todo a la hora de tirarme de cabeza de un avión.
No parezco muy arrepentido de haberme alistado, ¿no?
La mayoría de las imágenes están extraídas de vídeos caseros, de ahí su calidad:
Puerta principal del BIP, cerca de Alcantarrilla (en Murcia)
En el BIP, éramos aspirantes a militares de empleo. Había que superar dos meses de instrucción, incluyendo superar el curso de salto, antes de poder firmar contrato y pasar a nuestro destino definitivo, ya como profesionales. Por supuesto, tcoaba aprender lo básico, desde saber moverse a formación a disparar el fusil que usábamos entonces, el Cetme modelo L (que estuvo en servicio hasta el 99).
Cetme L
Desfilando. Ni que decir tiene que, en esos primeros días, nadie era capaz de llevar el paso.
Aprendiendo a reptar.
Ejercicio de tiro. Un paracaidista digno de ese título debe acertar a 200 metros con el fúsil.
Ese flacucho soy yo, el día de la Jura de Bandera.
Hasta finales de los ochenta, en el BIP sólo entraba reemplazo, y algunos veteranos cuentan terribles historias de miedo sobre el trato que recibían de sus instructores. En mis tiempos, habían cambiado las tornas. En unidades operativas de la BRIPAC sólo podían entrar militares profesionales. El reemplazo no realizaba el curso de salto, y sólo iba destinado a unidades auxiliares, como las de servicio. El trato era muy bueno. Aunque terminabas el día con tantas agujetas que casi no podías dormir, de tanto correr, patear o desfilar, los instructores conseguían que todo pareciese un juego, y que te apeteciera ir subiendo de nivel. Creo que, casi desde el primer momento, tenía claro que la Brigada era mi sitio.
El curso de salto consistía en dos semanas de teórica, que culminaban con seis saltos. Nos explicaban que la caída era bastante dura, muy diferente del elegante aterrizaje que hacen los saltadores que usan paracaidas manuales. Aquí la idea es llegar al suelo cuanto antes, como buenamente se pueda. Incluso estando ya en el suelo, no estábamos libres de peligro. En el año 72, el viento arrastró a varios paracaidistas que acaban de atterizar. Los envió tan lejos y con tanta violencia, que murieron 13 hombres y más de medio centenar acabaron heridos. Por eso se ensayaba una y otra vez las distintas fases del salto.
Uno de los elementos más temidos era la torre, desde la que simular la salida del avión. No hay más que ver su tamaño:
Salir del avión no es tan díficil. No hay más que ver las imágenes: se va cargado hasta los topes (¡y en estas fotos no llevan el armamento ni el equipo completo! Fusil o ametralladoras, munición, raciones y demás, pueden suponer hasta 20 kilos más), el avión es estreccho e incómodo, la puerta o la rampa se lleva abierta, y el interior se llena con el ruido de los motores y el olor del queroseno. Lo que te pide el cuerpo es salir de allí cuanto antes, no importa de qué manera.
En la imagen, se aprecia la cinta que, cuando se desenrolle del todo, abrirá la bolsa que retiene el paracaidas. Si algo falla, se tiene el paracaidias de emergencia.... y algo menos de 8 segundos para reaccionar. Los saltos se realizan a una altura comprendida entre los 600 y los 350 metros.
Hay varios segundos de calma y silencio... hasta que te das cuenta que el suelo se acerca MUY rápido.
Mi promoción hizo su último salto el 23 de diciembre. Esa tarde nos íbamos todos de permiso, y yo sufriría una de la experiencias más estrambóticas de mi vida militar, en la que casi pierdo mi recién estrenado diploma de Cazador Paracaidista y acabo en comisaría. Pero son aventuras demasiado largas para contarlas aquí.
Cuanto terminamos el permiso, nos pusieron el contrato por delante. Al firmar, no sabíamos donde nos destinarían pero, siendo nuestra especialidad Infantería, lo más probable era acabar en una Bandera. En efecto, yo acabé en la Primera Compañía de la Primera Bandera. Según nos garantizó nuestro capitán era "La mejor de la mejor", y él se encargaría de que continuara siéndolo. así que, pollos recién salido del huevo, poneos las pilas. Que ya estáis jugando con los mayores.
Interior del cuartel Primo de Rivera, situado en el centro de Alcalá, sede de la Primera Bandera. Hoy en día pertenece a la Universidad (casi toda la brigada se trasladó a Paracacuellos a principios de los 2000)
Interior de la Primera Compañía. el fotograma corresponde a un vídeo grabado cuando las instalaciones ya se habían desalojado, por eso todo aparece vacío. Se aprecia el lema de la Compañía aún pintado en la pared: "Sangre roja". Procede un himno que se cantaba al paso ligero:
Piel de roble, libertad.
En la mano, un fusil.
En la boca, un puñal.
El puñal lleva sangre,
sangre roja enemiga.
Con nosotros, quien quiera.
Contra nosotros, quien pueda.
Pisa fuerte, paracaidista.
No te pares, al correr.
Si te arrastras, malherido,
en tu mente, no hay dolor.
Jamás un paracaidista,
dirá que está cansado,
hasta caer reventado
Cuando las canciones son esas, ya sabes que nos has terminado de vacaciones en un hotelito, ¿no? en la Bandera empezaba la caña de verdad. De entrada, dos meses de instrucción complementaria, para tener derecho a llevar la boina negra. Días donde no tenías tiempo de respirar, entre el amanacer y las últimas luces del día, suponiendo que estuvieras en el campo, y te tocara también hacer ejercicios nocturnos. También había hueco para teórica, sobre todo las relacionadas con el armamento, las tácticas de combate y (algo esencial para un paracaidista, destinado a ser lanzado en cualquier parte) usar la brújula y el mapa.
Good morning, San Gregorio.
Ni un día sin carrerita, de entre 6 y 8 kilómetros, a buen ritmo.
Cuando se dice "dar barrigazos" pocos entienden lo que eso significa. Andar varios kilómetros hasta el punto indicado, a veces con todo el equipo. Se forma una línea de ataque detrás de una divisoria próxima, a una distancia de un kilómetro o dos. "Fuego, movimiento y choque". La idea es cubrir esa distancia tan rapidamente como sea posible, para minimizar las bajas, y llegar al cuerpo a cuerpo. Unos avanzan, otros cubren con su fuego. Corres diez metros, tan rápido y agachado como puedas, y te lanzas detrás de cualquier obstáculo o arbusto, mientras alguien dispara para protegerte. Luego disparas tú, y vuelta a empezar. ¿se completó el asalto? Pues a repetirlo desde el principio. Una vez, dos veces, tres veces... Hasta que caiga la noche. Por supuesto, ya no se hace la guerra de esa manera, asaltando posiciones como si estuviéramos en la Segunda Guerra Mundial, pero es el paso previo para dar el salto a entrenamientos mñas especializados. Y, de paso, te curtes. Nada endurece más que arrastrarse por las piedras y espinas de un campo de maniobras toda una semanita.
Pateada. Decía Julio César que la guerra se ganaba con los pies, y eso sigue siendo cierto en algunas ocasiones, incluso en pleno siglo XXI.
No todo es asaltar cotas, claro. Si algo no falta en la vida de un paracaidista son emociones, cada una más sorprendente que la anterior.
Combate en población. En los videojuegos parece muy fácil. En la vida real, arodillarse en el duro asfalto, aplastarse en una esquina en busca de refugio y, en definitiva, pelearse contra los edificios, es muy doloroso y agotador.
Ametralladora MG42. Se utilizaba en los campos de batalla de la Segunda Guerra Mundial, y sigue siendo igual de fiable y efectiva.
Por supuesto, la vida militar está llena de anécdotas. Sólo contaré una:
Chinchilla, último día de maniobras. En algún momento, tal vez cavando un agujero para desalojar la última ración de callos a la madrileña, encontré un alacrán. Era de color ámbar, de la longitud de mi mano, y amenazaba con dar un picotazo. ¿Lo dejé allí? Pues no. En ese momento, por uno de esos (estúpidos) antojos que se tienen a los veinte años, estaba pensando comprarme un terrario, para criar una tarántula o algo parecido. Así que esa era la mía. Agarré al alacrán con mucho cuidado, y lo metí en una caja de raciones vacía. Daba por hecho que aguantaría sin problemas el viaje hasta Alcalá de Henares.
En los camiones del Ejército, cuando se vuelven de varios días de maniobras, con su colección de asaltos, marchas y ejercicios nocturnos, la gente aprovecha para dormir, de cualquier manera. Casi todo el mundo estaba tirado en el suelo, por encima o por debajo de mochilas y fusiles, tapándose con las mantas americanas. Muchos de ellos roncaban como jabalíes con Covid. Yo no dormía. Comentaba con dos o tres compañeros lo que pensaba hacer con el bicho. Mi primer paso, sería ir a una tienda especializada en busca de consejo. En algún momento, un cabo me pidió verlo. Así que saqué la caja, la abrí y, os vais a reír fijo, porque es muy gracioso, pero aquí ya no está el alacrán. Fue decir que el monstruo andaba suelto, y ver como veintitantos tíos se ponían de pie en menos de un segundo, muchos de ellos cagándose en mi estampa. Busca a ese bicho asqueroso, Fermín, o te tiramos del camión ahora mismo. Yo intentaba poner calma: a ver, ¿no le tenéis miedo al Hércules y os asustáis de un escorpioncito? Además, sus picaduras casi no se notan y duelen muy poco. Creo.
Llegamos a Alcalá dos o tres horas después, y el bicho no había aparecido. Nadie volvió a tumbarse en el suelo tampoco, y a mi madre (y puede que a todos mis antepasados, hasta la sexta generación) le estuvo pitando el oído toda la semana. Nunca más se supo. Puede que el alacrán saltara a la carretera (lo dudo), se escondiera en algún rinconcito del camión o se colase de pasajero en alguna mochila. Quién sabe.
Ahí estoy. Mi puesto en Bosnia era el de radiotirador. Me encargaba de la radio y la ametralladora Browling. ¿Qué otra cosa podía ser con ese bigote?
Parte de mi pelotón, descansando cerca de la aldea de Ravno. Allí se mataría uno de nuestros sargentos, en un accidente de coche.
Mis galones y emblemas, además de mi vieja boina
Los paracaidistas, pecho de muralla,
que al bélico grito de ¡España Imperial!
salimos al aire entre la metralla,
caer por la Patria es nuestro ideal.
Hay en la Bandera sangre palpitante
cantando saltamos sin desfallecer.
La muerte no importa, vamos adelante
nuestro sino es solo morir o vencer.
Primera Bandera juventud de España
jura que en la lucha serás siempre fiel
por el suelo patrio lucharas con saña
y el amor que dejas te traerá un laurel.
Marchemos alegres, nuestra es la victoria,
a los que cayeron debemos seguir
Nos dieron su sangre, honra su memoria
por España y ellos debemos morir.
Arriba clarín de guerra
bravo timbre de conquista,
al grito de ¡paracaidista!
para liberar la tierra.
Bandera siempre adelante,
sin jamás retroceder.
Sin vacilar un instante,
paracaidistas adelante
Hasta morir o vencer
Fueron tres años y pico de Brigada Paracaidista. La dejé cuando ascendí y pedí destino, en febrero del año 2000. Años después, me arrepiento de no haber vuelto, tal vez con galones de sargento. De la vida militar escribí:
"Puede que la milicia sea un credo, como defendía Calderón, donde la sangre trascienda a la cuna, el honor parchee cualquier carencia y se busquen las alturas desde la máxima humildad. Yo creo que ser soldado significa entregarse a una causa superior, al precio de la propia vida. Es subordinar todos los miedos y caprichos a las necesidades del grupo. Es entender que el liderazgo se ejerce desde primera línea, dando ejemplo a todos los que siguen, y ayudando a quienes no pueden mantener el paso. Es romper los propios límites, y dudar de la propia excelencia, para seguir mejorando todos los días. Es saber que puedes, donde otros dudan, y animarte a intentarlo, cuando muchos se rinden. Ser soldado es pasar frío en una trinchera que has excavado tú mismo, dejándote las manos hechas una pena, y sentirte privilegiado por contemplar un firmamento que no está contaminado por las luces de ninguna ciudad. Es recordar el valor de tantas cosas que parecen insignificantes, como una simple cama, cuando te has pasado muchas noches durmiendo en el suelo. También es, y no puedo negarlo, saltar de un avión, subirte a un helicóptero, correr bajo el fuego de las ametralladoras, descender por la fachada de un edificio por una cuerda, y otras mil cosas que la gente sólo puede ver en el cine. Todas esas experiencias, junto a muchas otras, vendrán a consolarnos cuando se agote toda la arena de nuestro reloj. Podremos pensar que hemos aprovechado nuestro tiempo.
Sigo creyendo en esos valores, tanto tiempo después [...]"
Pues eso. Por cierto, el libro lleva un tiempo siendo el número 1 de su categoría. Algo tendrá, digo yo.