En mayo de 1942, el alcalde ruso, el destacado jurista soviético Boris Menshagon, sugirió a los alemanes que la limpieza del gueto mejoraría las condiciones de vida de los rusos. Pocas semanas más tarde, los policías locales rusos ayudaron a los alemanes a asesinar al remanente de judíos de Smolensk.
Timothy Snyder
Hace 75 años, en el verano de 1941, Alemania invadió la Unión Soviética en la llamada
Operación Barbarossa. Comenzó así lo que los soviéticos denominarían Gran Guerra Patria, una de las mayores, más brutales y más duraderas campañas terrestres de la historia. También en aquel verano, los nazis empezaron a asesinar en masa a los judíos, y lo hicieron precisamente en los territorios que iban ocupando de la URSS. Es decir, en ese momento empezó el Holocausto propiamente dicho. La coincidencia en tiempo y lugar de ambos trágicos acontecimientos no fue nada casual.
Vivimos una época de grandes desmitificaciones históricas, sobre todo referentes a hechos recientes. Así, en su reciente libro "Tierra negra" (Galaxia Gutenberg, 2015), Timothy Snyder da una visión del Holocausto bastante novedosa y más estremecedora, si cabe, que la que teniamos hasta ahora. Entre otras cosas, explica por qué los nazis empezaron a matar en masa a los judíos solo después de iniciar su invasión de la URSS, el 22 de junio de 1941. Efectivamente, hasta aquel momento los nazis se habían limitado a hacer la vida imposible a los judíos para que emigraran, tanto de su país como de los que se habían anexionado o invadido. O los habían encerrado en guetos, en Polonia, pero no habían comenzado a asesinarlos sistemáticamente. ¿Por qué el Holocausto empezó con la
Operación Barbarossa? Las causas que apunta Snyder son básicamente dos: la doble ocupación -soviética y nazi- de Europa oriental, que conllevó la destrucción de varios Estados, y la colaboración de muchos ciudadanos soviéticos en las masacres. Este colaboracionismo socava el mito de una población soviética defendiendo su patria como un solo hombre contra el invasor fascista.
El genocidio judío comenzó pues en los territorios que fueron doblemente ocupados, por los soviéticos y por los nazis. Es decir, como señala Snyder, en los lugares en los que se produjo el colapso de ciertos Estados donde los judíos eran ciudadanos. Por otro lado, cientos de miles de ciudadanos soviéticos colaboraron con los nazis mientras duró el enfrentamiento entre Alemania y la URSS. La Unión Soviética fue el único país invadido por el Reich en el que este obtuvo una masa de colaboracionistas, no ya desde antes de concluir la invasión (cosa que nunca lograría), sino desde los primeros días del conflicto. La Unión Soviética fue además el lugar en que los alemanes reclutaron más extranjeros para vestir su uniforme -quizá en torno a un millón-, y con mucha diferencia. En estos aspectos, la URSS fue excepcional. En su gran mayoría, esas personas no eran terratenientes ni de derechas, sino gente humilde que había sido educada bajo el régimen soviético. Muchas, de hecho, eran comunistas. No todas participaron en matanzas, pero sí apoyaron la causa hitleriana de una u otra forma.
En 1939 Alemania y la Unión Soviética
firmaron una alianza por la que, entre otras cosas, se repartían zonas de influencia en Europa. A los soviéticos les tocó la mitad oriental de Polonia (que invadieron conjuntamente con los alemanes), Estonia, Letonia, Lituania, Finlandia, Besarabia y el norte de Bucovina, lo que dio la oportunidad a Stalin de recuperar muchos territorios perdidos por el Imperio ruso tras la Primera Guerra Mundial. En el verano de 1940 la URSS se había anexionado ya todos esos territorios salvo Finlandia, de la que solo se pudo apropiar de algunas regiones orientales debido a la fuerte resistencia opuesta por los fineses durante la Guerra de Invierno. La cosa quedó como en el mapa de la derecha:
Un año más tarde, cuando Hitler se lanzó a su vez a invadir la Unión Soviética, los primeros territorios que fueron ocupados por los nazis y sus aliados fueron precisamente los que se había anexionado Stalin gracias a su pacto con Alemania. Y allí comenzaron las matanzas. En palabras de Snyder:
Al invadir la Unión Soviética en 1941, los alemanes encontraron un terreno donde podían hacer todo lo que quisieran, donde podían matar a judíos de forma masiva por primera vez. Fue en la zona de doble ocupación, donde el dominio soviético precedió al alemán, donde después de que los soviéticos destruyeran los Estados de entreguerras, los alemanes aniquilaron las instituciones soviéticas; fue en esa zona donde se perfiló la Solución Final. De los dos millones de judíos [polacos] que cayeron bajo el dominio alemán en 1939, prácticamente todos murieron. Lo mismo puede decirse de los dos millones de judíos que sufrieron la invasión soviética entre 1939 y 1940. De hecho, los judíos que cayeron incialmente bajo el dominio soviético fueron los primeros en ser asesinados en masa por los alemanes.
En la Polonia anterior a la guerra el antisemitismo estaba en auge, pero no por motivos raciales, sino políticos y económicos. El desempleo rural superaba el 50%, y los judíos empezaron a ser tomados como un "excedente de población". A partir de 1935, los judíos vieron recortados sus derechos en Polonia, y las autoridades polacas comenzaron a planear su salida del país. Nunca se pensó en asesinarlos ni en deportarlos a un lugar inhóspito, como querían hacer los nazis, sino en forzar su emigración a un Estado hebreo en Palestina (por entonces bajo control británico). De hecho, Polonia llegó a entrenar, financiar y armar a miembros del Irgún.
En 1939 los países bálticos (Estonia, Letonia y Lituania) estaban dirigidos por regímenes autoritarios de derechas, pero no antisemitas. Baste decir que Lituania fue un importante refugio para los judíos: 23.000 de ellos se escaparon a aquel país entre 1938 y 1939, huyendo de los nazis o de los soviéticos. Uno de ellos, Raphael Lemkin, inventaría más tarde el término "genocidio".
Entre septiembre y octubre de 1939 se consumó la ocupación de Polonia por parte de Alemania y la URSS y dio comienzo la Segunda Guerra Mundial en Europa (el Reino Unido y Francia declararon la guerra a Alemania pero no a la URSS, aunque el delito de ambas era el mismo). Nazis y soviéticos borraron literalmente del mapa al Estado polaco bajo la premisa de que su existencia no tenía sentido. Es más, para ellos en realidad Polonia nunca había existido.
Mapa adjunto adjunto al Tratado Germano-Soviético de Amistad, Cooperación y Demarcación (28 de septiembre de 1939), con las firmas de Stalin y Von Ribbentrop
Comentarios
En los guetos polacos, los judíos estaban sometidos a una farsa de autoridad hebrea instituida por los nazis llamada Judenrat, que se encargaba de ejecutar las órdenes alemanas. A su vez, los Judenräte controlaban una policía judía. Esta policía comenzó a detener a sus correligionarios en 1941 para deportarlos desde los guetos a los campos de trabajos forzados. Y en 1942, a campos de exterminio.
Si para Marx la historia se explicaba por la lucha de clases, para Hitler se explicaba por la lucha de razas. Las razas eran como las especies: competían entre sí y la ley de la selva era la única ley. "La naturaleza -escribió en Mi Lucha- no conoce de fronteras políticas: sitúa formas de vida sobre el globo terrestre y las libera para que jueguen por hacerse con el poder". En esa lucha, solo sobrevivirían las razas más fuertes. Este pensamiento no era tan extraño en aquel momento: desde finales del siglo XIX, la idea de la selección natural de Darwin, la competencia como un bien para la sociedad, llegó a influir en todas las principales formas de la política. Para los defensores teóricos del capitalismo, el mercado era como un ecosistema en el que sobrevivían los mejores y los más fuertes. Los marxistas, por su parte, también veían la lucha de clases como algo científico.
En la visión hitleriana del mundo, las razas competían por el control del espacio, del que dependía su alimentación, es decir, su supervivencia. Era pues un espacio vital: en alemán, Lebensraum. A partir de ahí, según Hitler, los judíos no eran una raza inferior ni superior, sino una antirraza. Los judíos habían creado los mandamientos bíblicos que, según él, se oponían a las leyes de la naturaleza. Conceptos como el de la piedad para Hitler eran nefastos, porque daban alas a los débiles. Con su religiosidad, los judíos habían introducido la falsa distinción entre política y naturaleza, entre humanidad y lucha. Si el hombre solo puede sobrevivir a través de una matanza racial incontrolada, el triunfo del ideal judío únicamente podía significar el fin de la especie humana. El cacao de ideas religiosas y biológicas que tenía Hitler en la cabeza llegaba a su culmen cuando se reconciliaba con Dios, creador de esa vieja Tierra de razas y exterminio: "Por lo tanto, creo actuar de acuerdo con los deseos del Creador. En la medida en que domine a los judíos, estaré defendiendo al obra del Señor".
Siguiendo con las interpretaciones hitlerianas, los judíos no se conformaban con conquistar un determinado hábitat, como hacían otras razas, sino que buscaban dominar el conjunto del planeta. Para ello, inventaban ideas que alejaban a las razas de la lucha natural. Toda actitud no racista era judía, según Hitler, y toda idea universal, un mecanismo de dominio hebreo. Así, tanto el capitalismo como el comunismo eran obra de los judíos: tretas para dominar el mundo. A su vez, el comunismo era "hijo ilegítimo del cristianismo", ambos eran "invenciones de los judíos". Jesús era un enemigo de los judíos cuyas ideas habían sido pervertidas por Pablo para transformarse en otro falso universalismo judío: el de la piedad hacia los débiles. Por otro lado, la idea del Estado también era judía. "El objetivo supremo de los seres humanos", escribió, no era "la preservación de ningún Estado o gobierno dados, sino la preservación de su especie". Por tanto, las fronteras de los Estados carecían de importancia, ya que serían borradas por las fuerzas de la naturaleza en la lucha racial.
Queda claro que para Hitler el problema del mundo eran los judíos, que manejaban a la humanidad con engaños y falsas promesas. De esa forma se habían hecho con el Imperio ruso: engañando a los eslavos, que eran una raza inferior y por tanto maleable, con la falsa idea del comunismo. Esta era la base del mito judeobolchevique: los judíos como artífices del comunismo y del régimen soviético. La solución era invadir la URSS y después segregar a los judíos y obligarlos a vivir en un lugar inhóspito y despoblado donde no podrían ya manipular a nadie y sucumbirían a la ley de la selva. Primero pensó en una isla lejana (Madagascar) y más tarde en las estepas siberianas. En el verano de 1941 comentó que le resultaba indiferente que se enviase a los judíos a un lugar o a otro. Poco después, sus hombres empezaron a fusilar a judíos por decenas de miles en las zonas ocupadas de la URSS.
Hitler estaba dispuesto a invadir el Estado soviético, que sería aplastado en pocas semanas, y entonces sus judíos, junto a otros grupos, podrían ser enviados a Siberia. Sabemos que se equivocaba en todo, pero es que errar formaba parte esencial del pensamiento nazi. El Führer jamás se equivocaba, solo el mundo se equivocaba, y cuando esto ocurría, los judíos cargaban con la culpa.
El Lebensraum hitleriano
Una vez que los alemanes sustituyeran a los judíos como amos de las colonias, los alimentos procedentes de Ucrania podrían ser desviados desde las absurdas poblaciones soviéticas hacia las agradecidas ciudades germanas y hacia una Europa sumisa. Surgió así la idea nazi del Plan del Hambre, según el cual "muchas decenas de millones de personas en este territorio pasarán a ser innecesarias y morirán o tendrán que emigrar a Siberia".
Como ya hemos dicho, si la guerra no marchara según lo previsto, si los soviéticos se resistían a ser derrotados, los nazis tendrían que intensificar la lucha contra los judíos. Es decir, tendrían que exterminarlos por fases. Y así fue. No se empezó a asesinar a los judíos de toda Europa a la vez, primero fue a los soviéticos. Conforme la guerra se recrudecía y cambiaban las tornas, la matanza se desplazó hacia el oeste, a la Polonia ocupada. Y de ahí al resto de Europa.
Antes de 1917, la Rusia Imperial había sido tierra natal de muchos más judíos que ningún otro lugar del mundo, a la vez que un país con un antisemitismo muy activo fomentado por las autoridades. Al fin y al cabo, fue la policía secreta zarista quien creó Los Protocolos de los Sabios de Sion. Desde finales del siglo XIX, los pogromos eran cada vez más intensos y frecuentes. Durante la Primera Guerra Mundial se culpó a los judíos de las derrotas rusas, el Ejército imperial deportó a cientos de miles de ellos, y sus vecinos e incluso los propios soldados se quedaron con sus propiedades. Obviamente esta situación hizo que muchos judíos rusos emigraran, lo que provocó en el resto de Europa la sensación de que estaban por todas partes. Después de la Revolución de Febrero de 1917, mientras el Imperio ruso se transformaba en república, los judíos recuperaron sus derechos y se convirtieron en ciudadanos. Resulta curioso que Hitler los identificara con el triunfo de la Revolución bolchevique cuando fue Alemania quien la instigó para sacar a Rusia de la guerra. Efectivamente, en abril de 1917 los alemanes organizaron el traslado de Lenin desde Suiza a Petrogrado en un tren precintado. El triunfo de los bolcheviques unos meses más tarde se tomó como una gran victoria alemana.
En Moscú, muchos judíos refugiados se unieron a Lenin creyendo que les traería una vida mejor, aunque los primeros pogromos tras la revolución los llevó a cabo el Ejército Rojo. No obstante, en teoría los bolcheviques no eran antisemitas. Entre los blancos, en cambio, predominaba el antisemitismo, básicamente de origen cristiano. Ellos desarrollaron el mito judeobolchevique, muy influido por Los Protocolos de los Sabios de Sion. La idea del poder judíos global permitía culpar a los hebreos de una doble catástrofe: la derrota militar y la revolución.
Alemania apoyó a los revolucionarios de octubre de 1917 para, no mucho después, estar del lado de los contrarrevolucionarios. Gracias al Tratado de Brest-Litovsk, firmado con los bolcheviques en marzo de 1918, los alemanes construyeron una cadena de Estados satélites entre el mar Báltico y el mar Negro. El más importante de todos era Ucrania.
Estonia, Letonia, Lituania, Bielorrusia, Polonia, Besarabia y Ucrania. Curiosamente, en esos mismos territorios comenzaría el Holocausto veintitrés años más tarde.
La victoria bolchevique en la Guerra Civil Rusa provocó un exilio masivo. Cientos de miles de súbditos imperiales rusos inundaron Alemania. Algunos de ellos llevaban Los Protocolos de los Sabios de Sion, que fueron publicados en alemán en 1920. Y uno de los que los leyeron y asimilaron el mito judeobolchevique fue Adolf Hitler.
Por entonces, los bolcheviques se habían enzarzado en una guerra con Polonia. Las intenciones de Lenin y los suyos, además de recuperar Polonia, eran llevar la revolución a Alemania e incluso al resto de Europa. En agosto de 1920 avanzaban sobre Varsovia y parecía que iban a lograr sus propósitos, pero fueron derrotados de forma sorprendente y decisiva por los polacos. Uno de los líderes bolcheviques que participaron en aquella campaña fue Iósif Stalin, que no olvidaría aquel fracaso. Con el tiempo, se vengaría con sadismo de los polacos y también de algunos de sus camaradas de aquel momento, como Tujachevsky o Trotsky.
Un cartel de la época que muestra a los elfos polacos matando a los orcos bolcheviques
Durante la Segunda Guerra Mundial, la filósofa política Hannah Arendt, judía y alemana, interpretó perfctamente la ideología nazi: para erradicar al pueblo judío del planeta, primero había que separarlo del Estado. Como escribió más tarde, "tan solo con los apátridas puede uno hacer lo que quiera" (Eichmann en Jerusalén). Separar a las personas del Estado es privarlas de derechos: "el primer paso esencial en el camino de la dominación total es matar en el hombre a la persona jurídica". Arendt llegó a la conclusión de que los judíos "corrían más peligro que nadie ante el repentino hundimiento de los Estados nación" (Los orígenes del totalitarismo). Para la aparición del Holocausto no bastaban ni la guetización ni la proclamación de un sistema colonial. Hacía falta algo más: la doble destrucción de los Estados.
Los tres millones de soldados alemanes que en junio de 1941 se disponían a invadir la URSS desde Polonia estaban en medio de unos territorios que habían sido colonizados y en los que se había sembrado el terror. La Polonia ocupada por los germanos había sido completamente transformada: sus judíos, humillados y encerrados en guetos, y el resto de la población, sometida a un improvisado desgobierno de explotación. Cuando la Wehrmacht cruzó la frontera soviética, entraba en una zona muy especial: los territorios que Alemania le había concedido a la Unión Soviética casi dos años antes. La invasión nazi en realidad fue una "reinvasión" de territorios ya invadidos hacía poco. Ese ataque significaba la destrucción del aparato estatal soviético, después de que los soviéticos hubiesen destruido los aparatos estatatales de un conjunto de países que habían sido independientes en las décadas de los años veinte y treinta. Una doble destrucción de Estados, en definitiva.
Tras la ocupación de Polonia, en 1939, los Einsatzgruppen nazis se encargaron de eliminar a la intelligentsia polaca. Decenas de miles de polacos prominentes (altos funcionarios, terratenientes, miembros del clero, intelectuales) fueron asesinados o enviados a cárceles y campos de concentración. Entre las víctimas había judíos, pero estas acciones no iban específicamente contra ellos, sino que tenían como fin descabezar al Estado polaco. Los soviéticos, por su parte, hicieron algo similar en Polonia oriental, aunque sus criterios eran algo diferentes. Los nazis pensaban que las razas inferiores, como la polaca, no merecían una existencia política; los soviéticos, en cambio, opinaban que el Estado polaco había sido creado por las clases altas, que había que eliminar. En todo caso, el resultado de lo que hicieron unos y otros fue el mismo: terror y asesinatos en masa. Y se pusieron a ello con diligencia.
Alemanes y soviéticos juntos en Polonia, 1939. En la foto de arriba, el general alemán Heinz Guderian y el comandante de brigada soviético Semyon Moiseievich Krivoshein. Este último era judío
Uno de los enviados al Gulag fue un joven escritor de Kielce, Gustaw Herling-Grudziński. Los soviéticos lo acusaban de haber tratado de huir a Lituania para luchar contra la URSS. El acusado pidió que modificaran sus cargos, pues en realidad había planeado huir de Polonia para luchar contra Alemania, pero sus interrogadores le aseguraron que resultaba indiferente. Tiempo después, Herling escribiría uno de los testimonios más desgarradores sobre la vida en los campos de concentración soviéticos.
Herling-Grudziński, preso de la NKVD
En cuestiones de represión, los tipos de la NKVD eran mucho más expertos que los miembros de los Einsatzgruppen, que asesinaban en masa por primera vez: los primeros llevaban años haciéndolo. No obstante, nazis y soviéticos no dudaron en coordinarse para decapitar a la sociedad polaca y combatir contra una posible resistencia. Para ello, organizaron entre 1939 y 1940 hasta cuatro conferencias conjuntascuatro conferencias conjuntas.
De entre los polacos deportados, los más peligrosos para los soviéticos eran los oficiales del Ejército. En la primavera de 1940, casi 22.000 oficiales y civiles polacos fueron asesinados por la NKVD en el bosque de Katyn y otros puntos de la URSS. El crimen sería descubierto y denunciado por los nazis en 1943. Los soviéticos lo negaron y culparon a su vez a los alemanes, una situación que se mantendría hasta 1990, cuando la URSS admitió por fin su responsabilidad en la matanza.
Habría que mencionar ahora a Vasili Mijailovich Blojin, el principal verdugo de la NKVD. Durante la Gran Purga, ejecutó a miles de personas. Ejecutó personalmente, por ejemplo, a Tujachevsky, Mijail Koltsov, Isaak Bábel y Vsévolod Meyerhold. También a sus superiores Yagoda y Yezhov. Durante la masacre de Katyn, disparaba a 250 hombres cada noche, de modo que ejecutó a 7.000 en 28 días. Es el verdugo más prolífico de la historia.
Blojin
Igual que los judíos, muchos de los polacos asesinados aquella primavera tenían familia en la zona ocupada por Alemania. En el asunto de eliminar a la élite polaca, nazis y soviéticos se facilitaban la labor mutuamente.
En Estados Unidos y el Reino Unido se supo la verdad sobre la matanza de Katyn ya durante la guerra, pero sus dirigentes prefirieron ocultarla para no perjudicar a su, por entonces, aliado Stalin.
Los nazis excluyeron a los polacos de su nuevo orden, pero los soviéticos los obligaron a participar en el suyo. En Polonia oriental se instaló la igualdad en el sentido soviético: todos igual de mal. Los ciudadanos polacos aprendieron a desconfiar unos de otros por igual. Todo el mundo era un traidor en potencia. Además, se introdujo la versión soviética de la democracia, donde la participación era abierta, obligatoria y los votantes no tenían alternativas. El 22 de octubre de 1939 los habitantes de Polonia oriental fueron convocados a una farsa de elecciones cuyo resultado, favorable a las tesis soviéticas, claro está, sirvió para dar apariencia de legitimidad a la anexión del territorio a la URSS (en concreto a las Repúblicas Soviéticas de Bielorrusia y Ucrania).
La anexión soviética también significaba que los polacos orientales pasaban a ser ciudadanos soviéticos, algo que no tenía su equivalente en la parte ocupada por Alemania. Supuso asimismo la teórica liberación de las minorías ucraniana, bielorrusa y judía, así como de los comunistas. En realidad toda esa gente pasó a formar parte de un régimen dictatorial con prioridades propias, como por ejemplo mantener la alianza con los nazis. Así, los carniceros judíos dejaron de ser dueños de sus mataderos y, como empleados del Estado soviético, tuvieron que preparar carne para las tropas alemanas que luchaban contra las democracias. La URSS garantizaba a Alemania seguridad en el este, y los recursos necesarios para la guerra en el oeste: combustible, minerales y cereales.
La Unión Soviética no perseguía a los judíos como tales, sin embargo, las medidas anticapitalistas que se tomaron en Polonia oriental (colectivizaciones, deportaciones, ejecuciones) afectaron a los judíos más que a nadie. Antes de la guerra, los judíos eran aproximadamente el 10% de la población de Polonia, pero aportaban más de un tercio de los impuestos y sus empresas representaban casi la mitad del comercio exterior. Polonia oriental era un territorio bastante pobre, pero más próspero que la URSS, de modo que debía equilibrarse, y para ello los ricos debían ser despojados de sus bienes y deportados al Gulag. Ocurría que muchos de esos ricos eran judíos. La expropiación masiva de judíos por parte de los soviéticos hizo que no pocos de sus vecinos se quedaran con sus casas y tierras. Esto supuso una oportunidad inesperada para los nazis cuando invadieron la URSS: los no judíos pudieron reclamar la devolución de sus propiedades, pero los judíos obviamente no. De modo que con la llegada del poder alemán, las expropiaciones soviéticas se convirtieron en una cuestión racial.
En 1940, la situación de los judíos europeos se tornó muy difícil: en el este el poder soviético ampliaba sus fronteras, y en el oeste los nazis cada vez conquistaban más países. Como la emigración fuera del continente era impensable para la mayoría -Palestina y Estados Unidos estaban cerrados- solo tenían dos opciones: someterse a los nazis o a los soviéticos. En esas condiciones, no les quedaba más remedio que considerar la URSS como un mal menor.
La incorporación a la URSS vinculó a los polacos a un régimen de terror con el que tenían que colaborar, y la mayoría lo hizo por miedo. La línea para diferenciar colaboradores y víctimas quedaba muy difuminada, porque hubo personas que fueron ambas cosas. No obstante, esa línea quedaría definida con la llegada de los nazis, como ya veremos.
En realidad, los nazis no tenían ninguna intención de facilitar la aparición de una Ucrania independiente, sino todo lo contrario: querían conquistar Ucrania. De ese modo, se aprovecharon de los deseos de los nacionalistas ucranianos permitiéndoles colaborar solo en la administración local o en la policía, donde no tenían poder ni autoridad política, y encarcelaron a los que proclamaron la independencia. El mensaje de los nazis a los que aspiraban colaborar con ellos fue que si había una liberación a la que podían contribuir, era a librarse de los judíos, y que cualquier cooperación política en el futuro dependería de su participación en dicho proyecto. Y así, desviaron sus aspiraciones políticas hacia el crimen racial, hacia el genocidio.
A diferencia de Polonia, los países bálticos fueron ocupados y destruidos solo por la URSS, de modo que en ellos los nazis encontrarían un porcentaje de colaboradores aún mayor que en Polonia. Y eso a pesar de que habían sido refugio para miles de judíos mientras eran independientes, ya que no tenían leyes antisemitas, como ya apuntamos. La ocupación soviética de Estonia, Letonia y Lituania se consumó hace 76 años, en junio de 1940, meses después de que miles de soldados del Ejército Rojo se hubieran instalado ya en su suelo. Lo primero que hicieron los soviéticos a partir de ese momento fue deportar al Gulag o asesinar a la mayoría de los dirigentes políticos que no habían huido aún. Así, el primer ministro lituano, Antanas Merkys, fue deportado con su familia a la URSS, donde murió en 1955. El presidente del país, Antanas Smetona, había logrado huir con su familia a Estados Unidos. El presidente de Letonia, Kārlis Ulmanis, fue deportado y murió dos años después en Turkmenistán. El presidente de Estonia, Konstantin Päts, fue deportado junto a su familia y murió en un hospital psiquiátrico soviético en 1956. El jefe del Ejército estonio, Johan Laidoner, fue deportado con su familia y murió en prisión en 1953. De los once miembros del último Gobierno de Estonia, diez fueron encarcelados y nueve asesinados (cuatro ejecutados y cinco murieron en campos soviéticos). La represión alcanzó también a antiguos dirigentes, a miembros de los parlamentos y a "elementos hostiles" en general. Miles de personas. Después comenzaron las expropiaciones, empezando por los judíos (por ricos, no por judíos). Y a continuación llegaron las deportaciones masivas. En junio de 1941, decenas de miles de personas fueron cargadas en vagones y muy pocas de ellas regresarías. A lo largo del año que va desde junio de 1940 a junio de 1941, en los países bálticos los soviéticos asesinaron, arrestaron o deportaron a cerca de 125.000 personas: hombres, mujeres y niños.
Continuará...
http://andaquepaque.blogspot.com.es/2016/06/el-holocausto-y-el-mito-de-la-gran.html
Gracias Aunque lo verdaderamente grande es el libro de Snyder (y no por tamaño).
Te has pegado un buen curro, gracias, Afri.
Gracias a ti. Cuando pueda pongo más.
Gracias a vosotros por leerlo. Esta semana pongo la continuación.
¿Un libro? Je, lo que no tengo es tiempo.
Na, eso os lo dejo a los escritores de verdad
A vosotros. Aquí llega la segunda parte:
"Bolchevismo sin máscara": propaganda nazi sobre el mito judeobolchevique
Con sus crímenes de masas, los soviéticos ofrecieron a los nazis la ventaja de la promesa de una guerra de liberación. La trágica coincidencia fue que cuando los soviéticos tuvieron a punto los trenes para llevar a cabo sus masivas deportaciones, los alemanes tenían dispuestos los suyos para invadir la URSS. Cuando los germanos cruzaron la frontera el 22 de junio, hacía solo una semana que los soviéticos habían perpetrado una oleada de deportaciones, pero tenían preparada otra aún mayor para finales de mes, de modo que sus cárceles estaban repletas. Tanto Hitler como Stalin eran muy conscientes de que la alianza que habían firmado en 1939 tendría fecha de caducidad más pronto que tarde, pero el primero se adelantó en finiquitarla. De hecho, Stalin se empeñó en creer que todas las informaciones que había recibido acerca de la invasión alemana no eran más que una sarta de mentiras, de modo que no se había podido preparar una evacuación ni una defensa. En tal caso los prisioneros eran la última prioridad, así que muchos fueron asesinados por sus guardianes justo antes de huir. Cuando los alemanes llegaron a los países bálticos contemplaron los cadáveres frescos, igual que en Ucrania occidental. Así, el proyecto soviético de destrucción del Estado coincidió con el nazi en espacio y en tiempo.
Para los nazis, coincidir con el poder soviético en los territorios que fueron doblemente ocupados fue una gran oportunidad de la que sacaron partido. Cuanto más drástica hubiera sido la ocupación soviética, mayor era la justificación política y más amplio el campo para la innovación nazi. La política genocida que comenzó en el verano de 1941 fue una creación espontánea de los nazis y de los habitantes de las tierras que estaban siendo invadidas por segunda vez: la política del mal mayor.
En los seis meses posteriores a la invasión alemana de la URSS, se asesinó a un millón de judíos. Los comandantes de los Einsatzgruppen, que seguían al Ejército alemán hacia el este, daban cuenta a Berlín de las personas asesinadas. Estas comunicaciones eran interceptadas y descodificadas por los británicos, que habían descifrado la famosa máquina Enigma con ayuda de criptógrafos polacos. "Nos encontramos ante un crimen sin nombre", dijo Winston Churchill (lo que quiere decir que los Aliados estuvieron al tanto de las masacres de judíos desde que empezaron, aunque no solían mencionarlas en sus declaraciones públicas ni en su propaganda). Sin embargo, al inicio de la invasión, los nazis no tenían ningún plan trazado para el exterminio de los judíos. Ya hemos visto que una propuesta era enviarlos a Siberia tras una campaña victoriosa de pocas semanas que jamás tendría lugar. La misión inicial de los Einsatzgruppen era acabar con el Estado, igual que habían hecho en Polonia, y para ello sus objetivos eran los líderes comunistas (incluyendo a los comisarios) y los varones judíos en edad militar.
El Holocausto no se explica solo por el odio de los nazis a los judíos. Cuando los miembros de los Einsatzgruppen fueron enviados a Austria y a Checoslovaquia en 1938, no mataron a judíos. En Polonia, en 1939, mataron a muchos más polacos no judíos que judíos. Durante la ocupación de la URSS, asesinaron a discapacitados, gitanos, comunistas, polacos, civiles y prisioneros de guerra, además de a los judíos. Los Einsatzgruppen no mataban solo a judíos, y no solo los Einsatzgruppen mataban a judíos. Aunque sus hombres fueron los primeros en asesinar a judíos en masa, eran un pequeña minoría de los ejecutores alemanes. El mito de su responsabilidad total surgió durante los juicios de la posguerra en la República Federal de Alemania: culpando del genocidio exclusivamente a los Einsatzgruppen, se protegía a la mayoría de los responsables y se aislaba a la sociedad alemana de los crímenes. En realidad, el número de hombres de los Einsatzgruppen en el Frente Oriental era muy inferior al de miembros de la Policia del Orden (Ordnungspolizei u OrPo, la policía regular alemana), y estos últimos asesinaron a más judíos. En el momento de la invasión de la URSS, cerca de un tercio de los oficiales de la OrPo pertenecía a las SS y unos dos tercios al partido nazi. De hecho, la policia alemana estaba subordinada al jefe de las SS, Heinrich Himmler. Pero es que los soldados de la Wehrmacht también asesinaron a un gran número de judíos, e incluso ayudaron ya en 1941 a los Einsatzgruppen y a la policía a organizar masacres cada vez mayores. Además, con los Einsatzgruppen, los policías y los soldados alemanes, colaboraron grandes sectores de la población local: entre todos perpetraron asesinatos en masa sin que hubiera ningún plan previo.
Miembros de la OrPo durante una redada en el Gueto de Cracovia, 1941
Efectivamente el antisemitismo estaba extendido por Europa del Este, pero una cosa es el sentimiento y otra el asesinato, y pasar del primero al segundo no es sencillo. Según los nazis, la URSS era un imperio judío que sería destruido por un imperio alemán, pero cuando entraron en territorio soviético no encontraron a la gente dividida entre gobernantes judíos y cristianos oprimidos. Lo que encontraron fue el rastro de la reciente represión estalinista: decenas de miles de asesinados y cientos de miles de deportados desde los territorios más occidentales de la Unión Soviética, no pocos de los cuales también morirían. Incluidos muchos judíos. El régimen soviético, como pasa siempre en las dictaduras comunistas, había integrado a la población completamente en su sistema. De ese modo, prácticamente toda la ciudadanía se había visto implicada en su política y también en sus crímenes, bien participando directamente en ellos, bien apoyándolos, bien dejándose reclutar como informadores, bien sirviendo en la policía o en el Ejército Rojo, o bien colaborando de cualquier otra forma. Como ya dijimos, había personas que podían considerarse como víctimas y colaboradoras a la vez. Por otro lado, los nazis invadieron la URSS bajo el mito judeobolchevique. Esta falsedad les hizo sacar provecho tanto a ellos, como a la población soviética no judía. Ni el sistema soviético era el resultado de un contubernio judío, ni la mayoría de miembros del partido comunista, policía y colaboradores eran judíos. Muchos ciudadanos soviéticos no judíos que recibieron a los alemanes asumieron el mito nazi, a pesar de saber que no era cierto, y afirmaron a su vez que los responsables del régimen comunista habían sido, efectivamente, los judíos. Todos los judíos eran responsables y todos los responsables eran judíos. Al definir el comunismo como judío y a los judíos como comunistas, los nazis perdonaron de facto a la gran mayoría de los auténticos responsables y colaboradores del régimen soviético. Para los nazis, el mito judeobolchevique daba sentido a su invasión: un golpe a la URSS podía ser el fin de la conspiración judía mundial, y por tanto un golpe a los judíos podía acabar con la Unión Soviética. Eliminados los judíos, "toda la podrida estructura del bolchevismo se vendrá abajo como un castillo de naipes", en palabras de Hitler. A la vez, eso permitía limpiar su pasado a las personas que realmente habían participado en el régimen soviético. Los judíos se convertían así -igual que otras veces en su historia- en el perfecto chivo expiatorio. El sangriento resultado de esta situación fue una creación conjunta de los nazis y de los ciudadanos soviéticos, en un momento en que un régimen político brutal daba paso a otro igual, en un lugar en que la colaboración con el estalinismo había sido generalizada y en el que las instrucciones que tenían los invasores para el asesinato racial no eran específicas. Como escribe Snyder, "la política del mal mayor fue una creación colectiva en una época de caos".
Los alemanes son recibidos con flores en un lugar de Ucrania, verano de 1941
En Polonia oriental, la desaparición del poder soviético con la llegada de los alemanes dio lugar a una oleada de ajustes de cuentas entre la población, pero esta no tenía un carácter étnico, sino que se debía a los agravios acumulados durante el periodo comunista. Sin embargo, a lo largo del verano de 1941, los nacionalistas ucranianos que vivían en el sureste de la Polonia anterior a la guerra ayudaron a los nazis a organizar pogromos. Así, en la ciudad de Leópolis (Lwów en polaco y L’viv en ucraniano) la NKVD asesinó a varios miles de prisioneros en los primeros días de la invasión. Los alemanes tomaron la ciudad el 30 de junio y descubrieron los cadáveres.
Los nacionalistas ucranianos los ayudaron a presentar aquellos asesinatos como un crimen judío contra la nación ucraniana. Los auténticos responsables de la masacre, los miembros de la NKVD, se habían marchado, pero los judíos de la ciudad seguían allí. Un crimen político se transformó de repente en otro que implicaba una responsabilidad étnica. La historia inmediata se convertía así en una fábula racial cuya moraleja era el asesinato. A lo largo de las cuatro semanas siguientes, unos 6.000 judíos fueron asesinados en la ciudad, bien por el Einsatzgruppe C, o bien en pogromos organizados por los nazis y los nacionalistas ucranianos. Los nazis filmaron los ataques para mostrar así la justificada ira popular contra los judíos.
El objetivo de la masacre de Białystok era mostrar que los judíos eran los responsables de la ocupación soviética y matarlos formaba parte de la liberación, es decir, fomentar los pogromos en aquella región. Incluso hubo órdenes en ese sentido de Heydrich, Himmler y Göring, pero los nazis no lograron los resultados inmediatos que esperaban: en el noreste de Polonia la gente seguiría sin lanzarse espontáneamente contra los judíos. El 10 de julio, en Jedwadne, ocurrió un trágico suceso cuya escenografía fue similar a la de Białystok, con la diferencia de que esta vez los nazis establecieron las normas y los polacos las ejecutaron. En presencia alemana, los vecinos polacos reunieron a unos 300 judíos y los obligaron a quitar la estatua de Lenin. Después, se les obligó a desfilar con una bandera roja hasta un granero donde fueron quemados vivos. Como solía ocurrir en estos casos, entre los asesinos había personas que habían colaborado con el régimen soviético y entre las víctimas había sin duda otras que no lo habían hecho. Y así ocurrió en más lugares del noroeste de Polonia: los nazis reunían a los polacos, los polacos reunían a los judíos, los polacos golpeaban y humillaban a los judíos, los obligaban a cantar canciones soviéticas, a llevar banderas soviéticas y a destruir monumentos de Lenin o Stalin cuando los había. Y luego los asesinaban. Estos sádicos rituales no eran auténticos pogromos, no eran espontáneos, eran más bien el resultado de un esfuerzo conjunto de los nazis y la población local para reinventar la experiencia de la ocupación soviética de una forma aceptable para ambas partes. Matando a los judíos, los polacos podían exculparse a sí mismos de su asociación con el régimen soviético e incluso hacerse con sus propiedades.
Los soviéticos habían destruido Lituania y miles de emigrantes de ese país habían buscado refugio en Alemania. Con una parte de ellos, en noviembre de 1940 se fundó en Berlín el Frente Activista Lituano (LAF), cuyos miembros creían que podrían aprovechar la potencia militar alemana para liberar su país. Los nazis, claro está, pensaban utilizarlos para lograr sus propios fines.
En junio de 1941 los activistas lituanos volvieron a su país con los alemanes. De los 1.593 negocios que los soviéticos habían nacionalizado en Lituania en el otoño de 1940, 1.327 pertenecían a judíos, es decir, el 83%. A pesar de ello, los activistas lituanos colgaron pancartas que identificaban a los judíos con el poder y los crímenes soviéticos, lo que permitía a los lituanos no judíos apoderarse de los negocios expropiados a los judíos. Los soviéticos habían deportado al Gulag a muchos de los judíos más adinerados. Los restantes, quedaron a merced de lo que los nazis y los lituanos quisieran hacer con ellos. El LAF declaró la independencia del país, aunque sería efímera.
Como en Polonia oriental, en Lituania la población había estado involucrada en el régimen soviético. El mito judeobolchevique ofreció la oportunidad a los lituanos no judíos acogerse a una amnistía política masiva, además de la posibilidad de reclamar todos los negocios que los soviéticos habían expropiado a los judíos, como ya hemos dicho. A los miembros del Partido Comunista de Lituania se les permitió unirse al LAF siempre que no fueran judíos. A los comunistas detenidos se les comunicó que el precio de su libertad era una demostración de lealtad hacia su país: debían matar judíos. En Lituania, la doble colaboración fue más la norma que la excepción. Muchos soldados lituanos desertaron del Ejército Rojo y se unieron al LAF. Policías que habían estado trabajando para los soviéticos se unieron de repente a los partisanos que habían combatido a los comunistas desde el año anterior. Los alemanes no tuvieron que modificar casi la administración local: en general, las mismas personas que habían promulgado las políticas soviéticas promulgaban ahora las nazis. Así, Jonas Dainauskas, un oficial de la policía de seguridad lituana anterior a la guerra, había trabajado después para la NKVD, pero cuando llegaron los nazis se reunió con Franz Walter Stahlecker, comandante del Einsatzgruppe A, para organizar la participación de sus hombres en la matanza de judíos. Juozas Knyrimas, que había ayudado a los soviéticos a deportar a ciudadanos lituanos, se unió a la policía lituana y asesinó a judíos. Y Jonas Baranauskas, que había trabajado para la policía soviética, se unió a los partisanos lituanos y también se dedicó a matar judíos. En el verano y otoño de 1941, un gran número de judíos escasamente relacionados con la ocupación soviética de Lituania fueron asesinados por un gran número de lituanos que sí habían participado en ella. Para finales de año, los alemanes había prohibido toda organización lituana y ya no tenía sentido seguir relacionando el mito judeobolchevique con la liberación del país. Claro que por entonces casi todos los judíos de Lituania habían muerto.
En 1941 había en Vilna cerca de 100.000 judíos. La ciudad había sido capital de Lituania entre diciembre de 1939, cuando la URSS se la cedió tras invadir Polonia, y junio de 1940, cuando la URSS ocupó y se anexionó el país. Durante el año siguiente fue la capital de la República Socialista Soviética de Lituania. En julio de 1941, los nazis y sus aliados lituanos empezaron a asesinar a miles de judíos de Vilna en el cercano bosque de Ponary. Las masacres las dirigía el doctor en Derecho Alfred Filbert, comandante del Einsatzkommando 9. Tres años después, los nazis y sus aliados habían asesinado en Ponary a cerca de 100.000 personas, en su mayoría judíos.
A lo largo del verano de 1941, los nazis empezaron a asesinar a mujeres y niños judíos, además de los hombres. El motivo para violar ese tabú, el asesinato de niños, era que la guerra en el este no iba tan bien como esperaban las autoridades germanas. La URSS no se había derrumbado como un "castillo de naipes" o un "gigante con pies de barro", como decía Hitler. Se avanzaba, pero lentamente. Ese mismo septiembre, en Alemania, los judíos mayores de seis años fueron obligados a llevar la estrella amarilla, que los identificaba como responsables de la pérdida de fuerza en la campaña militar. Fueron tomados como rehenes del éxito de la Wehrmacht, un aumento extraordinario de responsabilidad que se mantendría hasta su conclusión lógica.
Igual que en Lituania, los alemanes llegaron a Letonia con un grupo de refugiados del país que habían huido de la ocupación soviética. Igual que en otros lugares, la propaganda empezó a mostrar a los prisioneros asesinados por la NKVD como víctimas de los judíos. En Letonia los nazis inventaron algo nuevo: un comando asesino encabezado por ciudadanos letones que llevaron a cabo la mayor parte de las matanzas siguiendo órdenes alemanas. Su líder fue Viktors Bernhard Arājs.
Arājs
Arājs nació en 1910 en el Imperio ruso. Su madre era de origen alemán. Igual que Stahlecker, Filbert y otros autores de masacres nazis, se formó como abogado. Se matriculó en Derecho en 1932, en la Letonia independiente, e ingresó en la policía para procurarse un sueldo. Se casó con una mujer mayor que le pagaba los estudios y tuvo una amante más joven. Se licenció en la Letonia soviética, es decir, en Derecho soviético, con un trabajo académico sobre la Constitución de Stalin. Parece ser que en el verano de 1941, durante su retirada, los soviéticos mataron a la amante de Arājs y a la familia de esta, aunque se desconoce si él lo supo o si le importó. A comienzos de julio Arājs se reunió con Stahlecker, cuando la violencia contra los judíos ya se extendía por Riga. El 3 de julio, Arājs y sus hombres (el Kommando Arājs) detenían a los primeros judíos. Al día siguiente, quemaron las sinagogas de Riga.
Llegada de los alemanes a Riga
El Riga, Arājs recibió la autorización para utilizar la casa de una familia de banqueros judíos como cuartel general. Los banqueros habían sido expropiados y deportados, pero no por los nazis, sino por los soviéticos. Para cuando llegaron los alemanes, los judíos más ricos de Letonia ya estaban en el Gulag. Otros judíos menos ricos seguían allí, pero nunca recuperarían sus posesiones.
Muchos de los voluntarios que se alistaron en la unidad de Arājs, o en la Policía Auxiliar Letona (a la que pertenecía la unidad de Arājs), fueron soldados letones del Ejército Rojo que querían deshacerse de la vergüenza de haber llevado uniforme soviético. Otros, fueron ciudadanos letones que habían sufrido la represión comunista. En su mayoría eran trabajadores, y los primeros en enrolarse no sabían de antemano que su principal labor consistiría en asesinar a judíos. Sin duda, no todos eran nacionalistas letones. De hecho, algunos eran rusos. De los cerca de 66.000 judíos que había en Letonia en el verano de 1941, el Kommando de Arājs asesinó a 22.000 y después ayudó a acabar con otros 28.000. Además de judíos, los hombres de Arājs también asesinaron a pacientes de hospitales psiquiátricos y a civiles bielorrusos (en las operaciones contra los partisanos soviéticos).
Friedrich Jekeln fue un SS-Obergruppenführer (teniente general de las SS) que sirvió como Jefe Superior de las SS y la Policía en el sur y en el norte de los territorios ocupados de la URSS. Fue el artífice de varias masacres de judíos: la de Kamianéts-Podilskyi, en Ucrania (27-28 de agosto de 1941, 23.600 judíos asesinados, en su mayoría deportados por Hungría, aliada de Alemania); la de Babi Yar, cerca de Kiev, Ucrania (29-30 de septiembre, 33.771 judíos asesinados); y la de Rumbula, cerca de Riga, Letonia (30 de noviembre y 8 de diciembre de 1941, unos 25.000 judíos asesinados). Para sus matanzas Jekeln inventó el "método de la sardina", una forma de masacre industrial que permitía matar a más de diez mil personas en un solo día. El sistema consistía en que las víctimas eran obligadas a tumbarse boca abajo en la fosa formando hileras antes de ser asesinadas con un tiro en la nuca. El siguiente grupo era obligado a tumbarse directamente sobre la capa de cadáveres, y así sucesivamente. Cuando la fosa estaba llena, los verdugos caminaban sobre los cuerpos rematándolos. Si alguna víctima sobrevivía a los disparos, era enterrada viva cuando la fosa se cubría de tierra.
Jeckeln
En las masacres de Jekeln participaron los Einsatzgruppen, la OrPo, la Wehrmacht y los consabidos colaboradores locales.
Cuando los soviéticos se anexionaron Estonia, en 1940, llevaron a cabo unas 400 ejecuciones. Después llegaron las deportaciones y los asesinatos masivos, estos últimos justo en el momento de la invasión alemana. Entre deportados y ejecutados, el año de ocupación soviética produjo en Estonia unas 60.000 víctimas. Igual que en los otros Estados bálticos, cuando los alemanes llegaron al país, a principios de julio de 1941, lo hicieron acompañados de exiliados a los que pensaban utilizar. De nuevo los nazis esgrimieron el mito del judeobolchevismo y de nuevo encontraron colaboradores deseosos de limpiar su primera colaboración con los soviéticos. Antes de la guerra había unos 4.300 judíos en Estonia. Los soviéticos deportaron a 450 -alrededor del 10%- junto a otros estonios. Casi todos los restantes escaparon hacia el este en el momento de la invasión nazi, quedando en el país unos 1.000 judíos. Prácticamente todos ellos serían asesinados.
La doble colaboración en Estonia fue muy habitual, tanto que los nazis no necesitaron organizar pogromos. La policía estonia, que había participado en las deportaciones de estonios y judíos, ahora ejecutaba las órdenes alemanas y asesinaba a estonios y judíos: en total, unos 10.000 ejecutados, de los que 963 eran judíos. En este caso, el número de no judíos asesinados fue diez veces mayor que el de judíos. Ain-Ervin Mere fue un agente de la NKVD en Estonia, y con la llegada de los alemanes se incorporó a la Policía de Seguridad, la principal institución estonia encargada del exterminio de judíos. Desde 1943 fue oficial de la 20ª Waffen Grenadier Division de las SS (1ª Estonia). Ervin Viks fue policía en la Estonia anterior a la guerra, trabajó para la NKVD entre 1940 y 1941 y luego se unió a la Policía de Seguridad con los nazis. Ordenó cientos de ejecuciones, tanto de judíos como de no judíos. Alexander Viidik trabajó para la Policía Política Estonia, luego para la NKVD y después para el SD, el servicio de inteligencia de las SS, donde contrató a sus antiguos contactos soviéticos.
Mapa enviado por Stahlecker en octubre de 1941 detallando 220.250 asesinatos cometidos por el Einsatzgruppe A bajo su mando. Estonia está marcada como judenfrei ("libre de judíos")
Rumanía fue el principal aliado de Alemania en el frente oriental, y fue el único otro Estado en desarrollar una política propia para el exterminio de judíos. Tradicionalmente el antisemitismo había estado más arraigado en la historia rumana que en la alemana. En el siglo XIX las autoridades rumanas ya había estigmatizado a los judíos como un peligro para la seguridad del país, y solo la presión de las potencias occidentales tras la Primera Guerra Mundial consiguió que se los reconociera como ciudadanos de pleno derecho. Durante la Segunda Guerra Mundial Rumanía no perdió la estatalidad, pero sí perdió territorios. Recuperar esas tierras se convirtió en la mayor obsesión del Gobierno de Bucarest y, más tarde, los judíos de dichas zonas fueron las principales víctimas de las nuevas políticas genocidas.
Tras la Primera Guerra Mundial, además de advertencias acerca del trato igualitario a los judíos, Rumanía también recibió enormes ganancias territoriales. En los años veinte y treinta la gran preocupación de Bucarest fue la rumanización de esas tierras, pero en el verano de 1940 perdió la mayor parte de lo que había ganado: la Unión Soviética ocupó y se anexionó el noreste de Rumanía (Besarabia y el norte de Bucovina), en virtud de sus acuerdos con los nazis. Además, Alemania ordenó a Bucarest que cediera a Hungría el norte de Transilvania, y poco después los rumanos perdieron el sur de Dobruja en favor de Bulgaria. Así que, de un plumazo, en aquel verano Rumanía perdió cerca de un tercio de su territorio y de su población. El rey Carlos II, un tipo corrupto que se había declarado a sí mismo dictador real dos años antes, trató de desviar hacia los judíos la culpa de todo lo que estaba pasando, pero tuvo que abdicar en septiembre en favor de su hijo Miguel: quienes depusieron al rey lo culpaban tanto a él como a los judíos de las pérdidas territoriales.
Se hizo entonces con el poder el general Ion Antonescu, que gobernaría con poderes dictatoriales y que tuvo el apoyo durantes los primeros meses del movimiento fascista rumano Guardia de Hierro. Rumanía era un tradicional aliado de Francia, pero este país había sido derrotado por Alemania, que a continuación había obligado a Bucarest a ceder territorios a sus vecinos. Para Antonescu, la única opción era aliarse con Alemania, puesto que París ya no era relevante y Alemania podía modificar las fronteras a su antojo. La propaganda rumana no criticó las acciones alemanas, sino que se centró en la agresión soviética. Los judíos rumanos perdieron todos sus derechos, y la ley rumana se diseñó a imagen de la nazi. En enero de 1941 Antonescu visitó Berlín y fue el primer líder extranjero en enterarse del plan de Hitler de invadir la URSS. A Hitler le interesaba tener al Ejército rumano de su lado en la lucha contra los soviéticos, y a Antonescu le interesaba contar con la confianza de Hitler. En esas condiciones, el dictador rumano rompió con la Guardia de Hierro y decidió gobernar en solitario.
Antonescu con Hitler, 1941
Igual que en otras zonas reocupadas, tras la retirada del Ejército Rojo hubo ajustes de cuentas entre la población, pero no tuvieron prácticamente ningún carácter étnico, puesto que los colabores de los soviéticos habían sido tanto judíos como no judíos. Las fuerzas rumanas recuperaron rápidamente esos territorios y continuaron hacia el este, ocupando una parte considerable de Ucrania: lo que se conoció como Transnistria.
Igual que en el caso de la Wehrmacht, tras el Ejército rumano llegaban unidades especiales con la misión de instigar pogromos, aunque dando apariencia de espontaneidad. Pero como pasaba en todas partes, la mayoría de la población veía aquello con pasividad, no reaccionaba lanzándose contra los judíos. Tras algunos pogromos, se llevó a cabo la deportación general de los judíos de Besarabia y el norte de Bucovina -unas 200.000 personas- a campos de concentración improvisados en Transnistria. Durante las deportaciones, los rumanos cometieron robos, violaciones y asesinatos. La vida en los campos era infernal, de modo que los judíos empezaron a morir de inmediato. Aparte, desde octubre de 1941, tras la batalla de Odesa, en la que Rumanía tuvo decenas de miles de bajas, los soldados rumanos masacraron a decenas de miles de judíos en las afueras de la ciudad.
Durante la Segunda Guerra Mundial, Rumanía fue responsable del asesinato de unos 280.000 judíos, el 94% de los cuales procedía de Besarabia, el norte de Bucovina o Transnistria, es decir, de lugares en los que se les podía culpar del comunismo. Las autoridades rumanas también planearon deportar a los judíos de la zona central de su país, pero jamás lo hicieron. Esos judíos no habían perdido la ciudadanía, ya que en aquella parte del país no se podía culpar a nadie del comunismo.
En 1942, la política rumana respecto a los judíos, hasta entonces supeditada a la nazi, cambió. Los nazis trataron de que todos los judíos supervivientes bajo control rumano fueran enviados a los campos de exterminio, en Polonia, pero Bucarest se opuso alegando razones de soberanía. El Gobierno rumano se creía con derecho a deportar y asesinar a los judíos que estaban bajo su control, pero el despotismo de los alemanes le molestó. Tampoco le gustó que, mientras a Rumanía se le pedía que entregara a sus judíos, los de Hungría e Italia, países también aliados de Alemania, permanecieran en sus casas. También le disgustó que, a pesar de su contribución a la guerra en el frente oriental, no pudiera recuperar el norte de Transilvania, anexionado por Hungría. En definitiva, el Gobierno rumano decidió evitar que aumentara la influencia germana en su país.
Los rumanos pretendían deportar y asesinar a los judíos sin complicaciones políticas, pero cuando este cálculo cambió, su política también lo hizo. De ese modo, en octubre de 1942 detuvieron las deportaciones y los asesinatos masivos. También deportaron y asesinaron a miles de gitanos al amparo de la guerra, pero como este proceso iba ligado al de los judíos, también se interrumpió. En 1943, después del desastre de Stalingrado, Antonescu decidió que las montañas de cadáveres rumanos alrededor de aquella ciudad ya eran bastante sacrificio y continuó protegiendo a los judíos de su nacionalidad. Al año siguiente, el rey Miguel I dio un golpe de Estado contra Antonescu, que fue depuesto. Rumanía cambió radicalmente sus alianzas y su Ejército terminó la guerra luchando contra los alemanes, al lado de los soviéticos. En total sobrevivieron al Holocausto dos tercios de los judíos rumanos. Casi todos los que murieron pertenecían a las zonas donde la URSS destruyó las estructuras del Estado rumano, y después Rumanía hizo lo propio con las estructuras soviéticas. La diferencia entre Antonescu y Hitler fue que si bien el primero era antisemita, consideraba la cuestión judía como un problema más entre otros, y por encima de todo trataba de proteger su país. Así, cuando la supervivencia del Estado empezó a peligrar, redujo las persecuciones a los judíos. Hitler, que creía en un mundo de razas y no en un mundo de Estados, hizo todo lo contrario.
Continuará...
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Bueno, la España de aquellos años eligió sin dudar.
Un saludo
Pues no sé qué decirte. La verdad es que millones de personas siguieron a Hitler, alemanes y no alemanes, sobre todo desde que invadió la URSS y empezó a matar a los judíos en masa. Y millones de personas admiraron a Stalin. Bueno, mucha gente aún hoy admira a Stalin, especialmente en Rusia, aunque no solo allí. Y admirar a Hitler está mal visto en nuestros días, pero no pocas veces uno lee ciertos comentarios en foros y redes sociales que asustan mucho.
La verdad es que aquella época no nos queda tan lejos, y sería muy cómodo pensar que el ser humano de inicios del siglo XXI es éticamente superior al de mediados del siglo XX. La cuestión es: ¿qué haríamos en una situación similar? Y bueno, ha habido una buena colección de guerras y genocidios desde la Segunda Guerra Mundial y el Holocausto, y lo cierto es que en esos casos el comportamiento de la gente no suele ser ejemplar.
Cenquius.
La guerra saca lo peor del ser humano (a veces también lo mejor). El hombre de inicios del siglo XXI está más formado y mejor informado que el de mediados del siglo XX. No creo que se de una situación similar. Vivimos en un mundo globalizado, sería imposible ocultar un genocidio al estilo nazi/soviético. A la menor sospecha se pondría freno. Tampoco es probable que un cruel dictador sea popular entre la opinión pública si está bien informada (para desgracia de Cao de Benós). Y ya no es tan fácil que uno inicie guerras por su cuenta a lo Saddam Hussein. También es verdad que la segunda potencia mundial (China) es una dictadura y que hay paises del tercer mundo donde la moral de la población no ha cambiado desde la Edad Media (Ruanda).
En lo que a mi se refiere creo saber diferenciar entre el bien y el mal.
Hombre, votando al PP no sé yo
No pretendía llamarte nazi, hombre, solo decirte que el PP es el mal.
Pero ya que lo mencionas, en los actos del PP sí se ha visto alguna bandera franquista, sí:
Aunque de lo que hay una buena colección es de casos recientes en los que militantes e incluso cargos del partido han posado con símbolos franquistas o directamente nazis.
Pero no creo que tenga que explicarte la relación entre el PP y la extrema derecha.