Los prisioneros eran ganado humano
El Ejército japonés practicó el canibalismo como “una estrategia militar organizada” al final de la II Guerra Mundial, concluye Antony Beevor en su último libro
GUILLERMO ALTARES Madrid 13 SEP 2012 - 01:33 CET80
La II Guerra Mundial todavía esconde secretos. Durante la investigación de su nuevo libro, una historia global del conflicto que publicará la semana que viene en España la editorial Pasado y Presente, el prestigioso historiador Antony Beevor se topó con una desagradable sorpresa. El Ejército estadounidense y el australiano prefirieron no divulgar una atrocidad japonesa al final del conflicto: el canibalismo y el uso de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser devorados. Esta salvajada formó parte, según los datos recogidos por el escritor británico, de “una estrategia militar sistemática y organizada”.
“Las autoridades aliadas, comprensiblemente, por temor al horror que esto podría causar en las familias de aquellos que murieron en campos de prisioneros, decidieron ocultar los hechos totalmente”, explica por correo electrónico Beevor, que se encuentra promocionando en Australia su libro, publicado en junio en inglés. “Por ese motivo, el canibalismo no formó parte de los delitos juzgados en el Tribunal de Crímenes de Guerra de Tokio de 1946”.
Como sucedió con el resto de sus libros anteriores, la búsqueda de nuevas fuentes y documentos produce sus frutos. Hasta ahora, este historiador británico, que encontró un filón en los archivos soviéticos que comenzaron a abrirse tras la perestroika, había hecho minuciosas descripciones de las batallas de Stalingrado, Berlín, Creta y el desembarco de Normandía (todos ellos publicados en España por Crítica, todos ellos best sellers). En La II Guerra Mundial, un volumen de más de 1.200 páginas, traza un relato global del conflicto, que no empieza con la invasión de Polonia, sino un mes antes y en el otro lado del mundo, en agosto de 1939, en el río Khalkin-Gol. Aquella batalla en la que el Ejército Rojo derrotó a los japoneses en Manchuria demostró que Zukhov era uno de los grandes generales soviéticos y significó una gran lección para Tokio, que abandonó su intención de abrir un segundo frente en Siberia. Si Stalin hubiese tenido que proteger su retaguardia en Extremo Oriente, el conflicto hubiese sido muy diferente.
La II Guerra Mundial es una fuente infinita de historias y horrores y Beevor rescata muchas en este volumen, desde cómo los nacionalistas chinos sobornaron a las tríadas de Hong Kong para evitar matanzas de extranjeros hasta la guerra bacteriológica en Italia. Tras el desembarco aliado, los nazis inundaron grandes extensiones de terreno en Pontino, introdujeron el mosquito anofeles y confiscaron la quinina. Unas 55.000 personas contrajeron la malaria al año siguiente.
En su historia sobre el final de la guerra en Asia, Némesis. La derrota de Japón 1944-1945, Max Hastings explica que los relatos de las atrocidades que sufrieron muchos prisioneros a manos de los japoneses fueron censurados para evitar que se produjese una espiral de venganzas. De los 132.134 prisioneros de Japón, murieron 35.756, un 27%. Tanto Hastings como Beevor describen todo tipo de crueldades contra prisioneros de guerra aliados, desde vivisecciones sin anestesia hasta palizas mortales o ejecuciones a bayonetazos, además de trabajos forzados. Sin embargo, el canibalismo organizado va más allá de lo imaginable.
“No fueron casos aislados: existió un patrón similar en todas las guarniciones de China y el Pacífico que se quedaron sin suministros por la Marina estadounidense”, explica Beevor, que visitará España a finales de mes y que estará en el Hay Festival de Segovia. No existen datos sobre el número de prisioneros que pudieron sufrir esa suerte, aunque sí que la mayoría de los casos ocurrieron al final del conflicto, en Nueva Guinea y Borneo. Las víctimas fueron locales y soldados papuenses, australianos, estadounidenses y prisioneros indios, que se negaron a combatir con los japoneses. “Los informes lo dejan muy claro: ‘No fueron incidentes aislados perpetrados por individuos o pequeños grupos en condiciones extremas”, explica Beevor, de 66 años, militar reconvertido en historiador.
La revelación del canibalismo en el Pacífico se suma al redescubrimiento de las violaciones masivas por parte del Ejército soviético en su avance por Alemania, que describió en Berlín. La caída, 1945. Existían muchos testimonios, incluso una de las obras fundamentales sobre la II Guerra Mundial, Una mujer en Berlín (Anagrama, 2005), lo relataba con una pavorosa mezcla de horror y resignación. Este libro, anónimo, había sido publicado en inglés en 1954. Pero esa atrocidad no entró a formar parte del acervo de conocimiento popular sobre el conflicto hasta que el ensayo se convirtió en un éxito de ventas.
Un profesor de la Universidad de Melbourne, Toshiyuki Tanaka, había descubierto en los años noventa documentos que describían casos de canibalismo, pero, según su versión, se trataba de una orgía de muerte de tropas fuera de control, algo similar a lo que ocurrió en circunstancias extremas en el sitio de Leningrado, donde 600.000 personas murieron de hambre o a manos de prisioneros rusos que no recibían ningún tipo de alimentos. Los documentos que ha encontrado Beevor describen algo muy diferente, una nueva vuelta de tuerca en el horror infinito de la II Guerra Mundial.
Comentarios
Por cierto, 1.200 peiches (como diría Guidah ). Beevor se pasa. Pero bueno, leeremos su libro
¿En qué sentido lo dices?
mejor lo lees tú y luego nos cuentas
El problema está en el uso de prisioneros de guerra como “ganado humano”, que eran mantenidos con vida solo para ser asesinados de uno en uno con el objetivo de ser devorados. Esta salvajada formó parte, según los datos recogidos por el escritor británico, de “una estrategia militar sistemática y organizada”.
http://esmateria.com/2012/09/14/las-transfusiones-con-sangre-de-cadaver-pudieron-prolongarse-de-forma-clandestina/
Vuelvo a pegar aquí algo que puse en otro hilo:
Tras la guerra, Japón siguió gobernado prácticamente por los mismos burócratas que antes, y el sistema electoral se organizó de tal manera que el mismo partido conservador corrupto, el Partido Liberal Democrático (PLD), pudo permanecer en el poder ininterrumpidamente durante cuatro décadas. O sea, mientras que duró la Guerra Fría. Esta situación convenía a los Estados Unidos, a los burócratas nipones, a los políticos del PLD y a los grandes consorcios industriales, porque aseguraba que Japón continuara siendo un aliado rico y estable contra el comunismo. Pero también contribuyó a silenciar el debate público e impidió que los japoneses crecieran políticamente.
El debate en torno a la Segunda Guerra Mundial quedó estancado a finales de los años cuarenta, y sólo a finales de los ochenta, cuando la Guerra Fría se acercaba a su fin, se reanudó, aunque con muchos problemas. Por ejemplo, en diciembre de 1988, mientras Hirohito agonizaba, el por entonces alcalde de Nagasaki, Hitoshi Motoshima, se atrevió a decir que el emperador había sido responsable de la guerra. Aquello fue un escándalo político, y en enero de 1990 un ultraderechista le disparó por la espalda. Sobrevivió de milagro. Estuvo en su coche, tosiendo sangre, mientras llegaba la ambulancia. Carecía de escolta policial porque los concejales conservadores se habían quejado del gasto que suponía.
Ningún pueblo desarrolla una madurez política hasta que no se dan las condiciones necesarias, hasta que no es educado de esa forma.
En el caso de los japoneses, tras la Segunda Guerra Mundial el general Douglas MacArthur dijo de ellos que eran como un país de niños de doce años. Y efectivamente, lo era desde el punto de vista político. Políticamente hablando, los japoneses eran inmaduros. El problema es que en el Japón derrotado se implantaron unas condiciones que impidieron que maduraran políticamente y que desarrollaran una conciencia acerca de su responsabilidad en la Segunda Guerra Mundial.
El primer gran error es que se respetara la figura del Emperador. Puede que Hirohito no fuese tan criminal como Hitler, pero lo cierto es que absolutamente todos los crímenes de guerra que cometieron los japoneses en los años treinta y cuarenta, los hicieron en nombre del emperador Shōwa. Cuando los japoneses invadían territorios, cuando asesinaban a los chinos porque los creían seres inferiores (haciendo gala de un racismo tan asesino como el de los nazis), lo hacían en nombre del Emperador. Puede que Hirohito no fuera como Hitler, pero sí tenía su mismo valor simbólico y psicológico. Actuar en nombre del Führer era igual que actuar en nombre del Emperador. Evidentemente el Emperador fue responsable de la guerra (y además hoy sabemos que de una forma bastante activa). Tras la contienda se juzgó y castigó en Tokio a unos cuantos criminales japoneses, pero Hirohito ni siquiera tuvo que comparecer como testigo.
En 1945, los japoneses pusieron como condición a su rendición que se respetase el símbolo de autoridad más sagrado que tenían, la figura del Emperador. Los aliados rechazaron esa condición y lanzaron dos bombas atómicas para obligar a Japón a rendirse sin condiciones pero, paradójicamente, terminaron por hacer lo que los nipones les habían pedido. Mucha culpa la tuvo MacArthur, que se comportó como un caudillo japonés (lo que no contribuyó para nada a que los japoneses entendieran la idea de "democracia") y utilizó el símbolo imperial para reforzar su propio poder. Según MacArthur, Hirohito era necesario para que Japón no se volviera ingobernable durante la ocupación.
Hirohito no sólo no fue juzgado sino que encima se mantuvo en el trono. Ni siquiera se le hizo abdicar. ¿Qué habría pasado si Hitler hubiera sobrevivido a la guerra y los aliados le hubieran mantenido en su puesto como jefe del Estado aleman? Nos podrá parecer algo de locos, pero es que eso es precisamente lo que hicieron los yanquis en Japón. ¿Cómo demonios iban los japoneses a sentir alguna culpa por la guerra si el tipo en nombre del cual se habían cometido toda clase de crímenes y barbaridades seguía en su puesto?
Lógicamente esta situación provocó una distorsión histórica del copón.
A todo lo anterior hay que unir el papel de MacArthur como caudillo nipón hasta 1948, que malogró la ocasión de instaurar una democracia japonesa eficaz, y lo que conté más arriba de los burócratas, el sistema electoral y el PLD: entre 1955 y 2009, el PLD se mantuvo en el poder constantemente con la única excepción de once meses entre los años 1993 y 1994.
Esta situación convino a los yanquis mientras duró la Guerra Fría. Japón se mantuvo como un aliado frente al comunismo bajo las faldas de los yanquis y se convirtió en una gran potencia industrial (no todo iba a ser malo). Otra consecuencia es que se instaló en la cultura japonesa un infantilismo brutal Disney style. Japón es el país de las chicas disfrazadas de niñas, los videojuegos, los mangas y los muñequitos. Seguramente MacArthur seguiría hoy opinando que es una nación de críos de 12 años.
Pero creo que no debemos pensar que los japoneses son un pueblo congénitamente infantil, o insensible, o inhumano, o peligroso. Dice Ian Buruma en su libro que no hay pueblos peligrosos, sino situaciones peligrosas, y que éstas son el resultado de decisiones políticas. Si las decisiones políticas que se han tomado en Japón a lo largo del último siglo hubieran sido otras, seguramente hoy tendríamos una visión distinta de aquella gente.
Bueno, supongo que ahora está evolucionando. Durante la Guerra Fría no podía, y ahí la culpa fue de Estados Unidos.