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Japón-España

editado diciembre 2022 en Actualidad General
Uno de diciembre de 2022. En Qatar se jugaba el mundial de fútbol, y ese día a España no
le tocaba desclasificarse gracias a los siete goles que había marcado a Costa Rica una
semana antes y a que Alemania consiguió imponerse a Costa Rica ese mismo día. España
pasaba a octavos, pero perdiendo frente a un Japón mediocre que no dio tregua a una
Selección inexperta y joven liderada por un vehemente y arrogante entrenador que se topó
con una muralla de jugadores nipones infranqueable: un equipo con poca técnica pero lo
suficientemente rápido como para dejar atrás a la defensa del equipo español y llegar a
puerta marcando los dos goles que dejaron por los suelos las expectativas de quienes en el
fondo nunca creyeron que llevarían a España, ya no a ganar en mundial, sino ni tan siquiera
a pasar a cuartos de final.

No me gusta el fútbol. Si lo veo solo me aburre. Pero aquél partido lo vi, lo viví y lo disfruté
como hacía tiempo no disfrutaba de algo. Desde una butaca de una habitación random de cualquier hospital de Valencia, lugar que ha sido casi mi
segundo hogar durante los últimos meses por diversas razones. Por desgracia o quizá por
fortuna, porque tenemos la enorme suerte de disponer de esos fríos recintos en los que
nunca queremos estar, ni mucho menos ver a nuestros familiares allí, pero donde grandes
profesionales salvan la vida de nuestros seres queridos y las nuestras propias, dándonos
una nueva oportunidad para seguir compartiendo momentos en esta vida finita e incierta.

Aquel día mi padre, todavía casi sin voz y con las secuelas del derrame cerebral que nos
golpeó a toda la familia el cinco de noviembre de 2022, casi un mes antes del mencionado
partido, allí estábamos delante de la pantalla expectantes. A mi padre sí que le gusta el
fútbol, aunque como él mismo dice, ya no es lo que fue, y tiene toda la razón. Pero jugaba
España, y un partido de España es un partido de España y mi padre no se lo pierde. Tras el
avance del partido, cabalgando sobre la indignación de ver a una Selección impotente frente
a un equipo tradicionalmente irrelevante como Japón, yo, que no tengo ni idea de fútbol, le
dije:

-Los japoneses son demasiado rápidos.

A lo que mi padre me contestó:

-Existen dos formas de jugar al fútbol. Una, corriendo mucho con el balón. La otra, que es
como suelen jugar las buenas selecciones, como la española, es usando la estrategia y la
táctica. Si los jugadores saben posicionarse debidamente y pasar el balón con destreza, no
hace falta correr tanto. Con destreza y una buena estrategia, los adversarios, ¡que corran y
se cansen! Y claro, tenía todo el sentido. Y es que mi padre a la hora de hablar no es de
cantidad, pero cuando habla, sentencia.

Ese día ciertamente no había nadie al volante (el que lo estaba no tardaría en salir unos
días después) y los jugadores sólo hacían pases retrocediendo el balón. Nadie tiraba a
puerta. Nadie se posicionaba en el punto clave para superar la muralla defensiva nipona.
Ese día, mi padre, con sus perfectamente llevados 70 años, y yo con 38, me dio una nueva
lección de vida. No sabría decir cuánto he aprendido de él a base de este tipo de pequeñas
y valiosas píldoras.

Como en el fútbol, en la vida hay dos formas de enfocar la vida: usando la cabeza, o usando
la fuerza. Algo que en casa he escuchado desde que tengo uso de razón. La fuerza puede
vencer con un coste extra si no se usa la cabeza, pero la fuerza puede suponer un desgaste
descomunal que se puede evitar con buenas estrategias y buenas ideas. Nunca podrá ser
lo mismo subir un peso a pulso que hacerlo con una polea. Las ideas son herramientas. Y en casa de mis padres existe un armario que es una joya en cuanto a herramientas
se refiere. Quizá no exista nada en el mercado de la pequeña herramienta que no esté en
ese armario. No en vano el ser humano comenzó a demostrar su inteligencia con la
fabricación y uso de herramientas, que no son más que ideas materializadas para facilitar el
trabajo, ahorrar esfuerzos y conseguir mucho más con menos tiempo y esfuerzo. Una de las
claves de esta vida.

Así pues, con miles de detalles y pequeñas o grandes experiencias vitales, no sabes cómo
gestionar el enorme agradecimiento por tantas y tantas y tantas veces que un padre te haga consciente de que siempre te hará falta. Y que su ejemplo, con el que tengo la
enorme suerte de seguir contando, es el mayor de los tesoros de la vida. Eso, junto con
todos los recuerdos, vivencias, viajes, experiencias, anécdotas, lecciones de vida, todo ello
fruto de un sacrificio incomparable. Del que un padre que quiere de verdad a sus hijos hace
sin plantearse en ningún caso no hacerlo o sustituirlo por otras opciones en beneficio propio.

En mi caso sólo aspiro a, primero, ser capaz de transmitir a mis dos hijas al menos la mitad de los
valores que mi padre me ha transmitido a mí y, segundo, pedir vivir lo suficiente como para
al menos intentarlo hasta que mis pequeñas sean independientes y autosuficientes. Y
tercero, a saber comprender a mis hijas cuando se comporten injustamente como yo haya
podido hacer con mis padres en el pasado, porque a ellas también les queda un largo
trayecto de aprendizaje, en el que se equivocarán, en el que seguramente se comportarán
de forma injusta e inmadura (más adelante, que ahora son muy pequeñas). Pero todo esto
forma parte de la vida y yo sabré que también fui injusto e inmaduro en numerosas
ocasiones. Y por supuesto sabré que yo tampoco no siempre acertaré, porque ser padre es
muy complicado, pero sólo uno alcanza a comprenderlo cuando llega un día y lo es. Pero lo
importante es que mis hijas, como yo, piensen en un futuro que absolutamente todo, más o
menos acertado, tiene un único fin: pretender lo mejor para ellas. Conseguir eso es uno de
los objetivos más difíciles en esta vida. Mi padre (y mi madre) lo han conseguido con
creces. Sólo espero acercarme un poquito a cumplir con esta tarea. Eso e intentar disfrutar
de la familia y de la vida. Y nada más. Si ellas en edad adulta piensan que han tenido las
mejor de las suertes, como yo lo pìenso, habré conseguido el mayor orgullo que se puede
obtener de esta vida.

Me guardo el sentimiento de gratitud, el ejemplo de mis padres, es decir, el mayor de mis
tesoros, para al menos intentar transmitirlo a lo que más quiero, que son mis hijas. Y que
sus propios abuelos también les transmitan esa esencia basada en el amor y en atesorar lo
que más se quiere en esta vida.

Me quedó pendiente ver junto a mi padre el partido Marruecos-España, pero con una chiquilla de dos
años y medio y otra de 5 meses no pude sacar el tiempo necesario. No fue por falta de
ganas. Aunque visto lo visto no sé si mi padre acabaría apagando la tele antes de los
penaltis. Pero el siguiente partido de España en un Mundial no me lo pierdo al lado de mi
padre. Mi padre para mí siempre será el mejor comentarista y estaré a su lado para
escucharlo.

Disculpad el tochazo pero disfrutad de los seres queridos que tengáis con vosotros, y no seáis demasiado duros con ellos ni con vosotros mismos.

Gracias y un abrazo.

Feliz navidad.

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