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Adolfo Suárez, el hombre que nos traicionó

Adolfo Suárez, el hombre que nos traicionó

A. Robles.- Hacerse responsable del paso del franquismo a la partitocracia y de todo el cúmulo de malsanas circunstancias que han conducido a España a su situación actual de desastre político, económico y moral debería aligerar el peso de nuestras condolencias hacia su muerte. En la política española hay ejemplos arrebatadores de camaleonismo (la figura de don Pipeón es una de las más celebradas de los episodios nacionales de Pérez Galdós), pero ninguno tan indigno como el de Adolfo Suárez, figura icónica y emblemática de la Transición.

Adolfo Suárez, abogado sin fortuna, indudablemente muy conocido entonces en su casa, por su familia y sus amigos, comienza su meterórica carrera política en 1961 al convertirse en miembro de la Secretaría General del Movimiento y jefe del Gabinete Técnico del vicesecretario general, procurador en Cortes por Ávila en 1967 y gobernador civil de Segovia en 1968. Su popularidad comienza a crecer y su fidelidad a los principios ideológicos del franquismo le lleva a convertirse en director general de Radiodifusión y Televisión, permaneciendo en el cargo hasta 1973. Sin dejar en ningún momento su vinculación con el Movimiento Nacional, Adolfo Suárez es nombrado ministro secretario general del Movimiento el 11 de diciembre de 1975 tras el trágico fallecimiento de su indiscutible mentor, Fernando Herrero Tejedor y un mes después de la muerte de Franco. Como la política democráticamente entendida es el arte de decir digo donde ayer se decía diego, Suárez se acopló con tanta docilidad a los nuevos aires democráticos que fue llamado por el Rey para la puesta en escena del guión democrático minuciosamente elaborado por la secretaría de Estado norteamericana. Era la época en la que casi todos arrumbaron al cajón de los recuerdos las banderas que siempre habían defendido. Suárez el primero.

El mediocre abogado abulense vio entonces la posibilidad de lucir, de subirse al púpito, al mismo que se subían sus antiguos enemigos políticos y de pregonar su amor a la democracia, por su obediencia a los enemigos seculares de la nación española, incluídos los nacionalistas.

Es oportuno y conveniente hablar hoy, al tener que dar cuentas de sus acciones al Altísimo, que Suárez fue la mascarada más visible y grotesca del actual aquelarre democrático, al permitir que España desviara el rumbo de su destino histórico, que él juró defender. Suárez simboliza la perpetuación de un proyecto político que ha sido índice de una perniciosa decadencia en todos los campos de la vida española y que no ha sido remedio de ninguno de nuestros males, sino que los extendió y agravó aún más, favoreciendo las desigualdades sociales, la voracidad de las multinacionales, la discordia entre los españoles, los enfrentamientos entre las regiones y que sacrificó con despiadada crueldad los intereses y los derechos de las familias, de los ancianos, de los trabajadores, de los no nacidos…

El legislador tiene obligación de procurar el bien común. Ese es un principio que Suárez ignoró a los pocos meses de morir Franco, su viejo mentor. Suárez avaló el establecimiento de las bases legales y políticas para que la descomposición, la anarquía y el sometimiento a los intereses extranjeros se apoderara de la nación española. Suárez es también el máximo responsable, en tanto precusor del actual sistema autonómico, de las divisiones y deslealtades que hoy ponen en peligro la supervivencia de España como nación.

A Suárez debemos que el Ejército dejara de ser la base de la Patria para la guarda de la unidad y del derecho. A su obstinado compromiso con la desmilitarización de España, siguiendo las siniestras órdenes mandilescas a las que se debió durante años, hay que sumar su responsabilidad en la debilitación del vínculo familiar (la ley del divorcio fue aprobada con él al frente del Gobierno de UCD); la destrucción de las bases en las que se asentó el milagro económico español de los años 60; la aceptación del chantaje de los nacionalistas, a veces acompañado de la violencia terrorista, como instrumento coactivo para el logro de objetivos políticos; la cesión a la izquierda del control ideológico en las escuelas, los centros de trabajo y los medios informativos. Suárez hizo todo lo contrario de aquello que juró defender como secretario general del Movimiento y abjuró al inicio de la Transición de cualquier principio que defendiera y estimulara nuestros bienes espirituales, que evitara el enfrentamiento de españoles contra españoles, que diera al pueblo la realidad de una mejor economía, de una más auténtica justicia social, de una más efectiva participación, de una mayor cultura, de un derecho vivido, de una democracia que enraizara con la tradición española y fuese contraria al actual engendro partitocrático, foco de corrupción y lubridio.

Como broma está bien que se pretenda ensalzar hoy a Suárez como uno de los prohombres de nuestra historia, pero si en serio hay que recordar al antiguo gobernador civil de Segovia, que no se engañe a nadie, ya que su puesto estaría con los canallas que han dilapidado la herencia recibida en 1975 y no con los españoles de historial clarísimo. Que Dios se apiade de su pobre alma.

Comentarios

  • El análisis de Roberto Centeno: El error Suárez

    Por Roberto Centeno.- Al caer la monarquía de Alfonso XIII, nuestro filósofo José Ortega y Gasset atribuyó su fracaso no a un fallo del último Gobierno monárquico presidido por el general Berenguer, sino al gravísimo error cometido por el Rey de haber nombrado presidente del Gobierno a un militar que había apoyado la dictadura de Primo de Rivera. El dominio del periodista Ortega sobre el idioma español le permitió significar de forma genial y con el solo título de su artículo –“El error Berenguer”– la esencia del desacierto que condujo a la caída de la monarquía. El error no fue del general Berenguer, incapaz de restaurar la normalidad constitucional, sino del Rey. “Españoles, vuestro Estado ya no existe, ¡reconstruidlo!”, concluía Ortega.

    Del mismo modo, “el error Suárez” no es de Suárez, sino de un rey franquista, más preocupado por calmar los temores de las oligarquías, hoy con muchísimo más poder que entonces, que por asegurar la futura libertad de los españoles. Juan Carlos utilizó los servicios de un mediocre, sin otro mérito que el de la servil adulación al superior, para conseguir de las Cortes franquistas el tránsito a un enriquecimiento personal impensable con Franco, a cambio de dejar vacíos sus escaños, para que fueran ocupados por la nueva ola de arribistas de partido.

    Es sencillamente inaudito el grado de estupidez e ignorancia del mito de que las Cortes franquistas se ‘hicieron el haraquiri’, cuando la realidad fue que los procuradores franquistas, mucho más listos y preparados que los ineptos y ‘abecedetos’ que les sustituyeron, eran absolutamente conscientes de que su futura riqueza dependería a partir de entonces de su escalada en la pirámide de poder de los partidos estatales. El mantenimiento del régimen autoritario anterior no era ya rentable para ellos. El gran negocio estaría a partir de ahora en la oligarquía de un Estado de partidos, desde donde podrían expoliar España impunemente y a gran escala, algo que Franco jamás les habría permitido.

    Suárez fue llamado por el Rey como parche temporal para evitar el nombramiento de Areilza o Fraga. Pero como suele suceder a los mediocres, ese inesperado ascenso se le subió a la cabeza y se creyó hombre providencial. Suárez, que sólo a duras penas terminó la carrera de Derecho en Salamanca, le tomó gusto al poder supremo, pero su ambición no sólo era de mando, sino como dijo el muñidor de tamaña chapuza que tan desastrosamente ha cambiado para mal el devenir de nuestra historia, Torcuato Fernández Miranda, también lo era de codicia. Aferrado al sillón no hubo manera de echarlo, pese a las presiones que desde todas las instancias económicas, culturales y políticas sufría el rey Juan Carlos para despedirlo, “qué error, qué inmenso error”, clamaría el diario El País.

    Pero el desastre de gestión económica y política, especialmente las acciones de ETA contra Oriol y Villaescusa, rebosó el vaso de la paciencia del Rey y este decidió prescindir de Suárez para siempre. Reunió a Suárez con dos tenientes generales en un despacho de Zarzuela, diciéndoles que de allí no saldrían sin haber llegado a una solución que era evidentemente la dimisión del presidente del Gobierno. Este convoca a las Cortes para la investidura de Calvo Sotelo, y proclama en televisión con toda solemnidad que dimite para que su presidencia no sea un paréntesis entre dos dictaduras. Lo increíble del golpe de Tejero fue que ni un solo diputado subiera a la tribuna para exigir a Suárez la completa confesión de por qué y quién le había obligado a dimitir, y ocultar este gravísimo hecho al pueblo español.

    Paso de la dictadura a la oligarquía

    Desde Aristóteles y Polibio, se sabe que a las dictaduras o tiranías (en la acepción griega) no las sucede la democracia. La secuencia histórica de las formas de Estado y de gobierno obedece a reglas muy fáciles de comprender. A la muerte de un tirano, un dictador o un jefe de Estado autoritario (caso de Franco), nunca le ha sucedido el gobierno de muchos, que es la esencia de la democracia, sino el gobierno de unos pocos, que es el meollo político de la oligocracia. La historia ha confirmado sin excepción que lo que sucede es la sustitución de una autoridad carismática por un reducido grupo de oligarcas.

    En este terreno hay que distinguir entre dos tipos de sistemas autoritarios, que pueden simbolizarse en el régimen bolchevique y en el franquista. No tiene el mismo porvenir la dictadura de una persona que la de un partido. La primera acaba con la muerte física del dictador, la segunda tiene delante de sí las dos generaciones siguientes para que agoten el contenido propagandístico de la dictadura de partidos. La Unión Soviética no se derrumbó a la muerte de Stalin sino por la degeneración del aparato dirigente. El sistema comunista se hundió cuando, agotada su energía revolucionaria, intentó reformarse desde dentro mediante la Perestroika de Gorvachov.

    El régimen comunista estaba ya derruido antes de que se derribara el muro de Berlín. Por eso resulta tan grotesco que se valore como un hecho extraordinario el reconocimiento de la legalidad del partido comunista por parte de Suárez, porque la guerra fría estaba terminada y en consecuencia la legalidad de los partidos comunistas europeos era lo normal. O más grotesco aún, que se mienta obscenamente a grandes titulares afirmando que Suárez trajo la democracia, cuando lo que trajo fue la oligarquía de partidos, hurtando a los españoles la democracia, que dicho sea de paso ni el Rey ni los grandes partidos estatales ni las élites económicas querían entonces ni mucho menos quieren ahora, ya que la oligarquía de partidos les permite saquear España a placer con total impunidad.

  • Los grandes errores históricos de Suárez

    Los grandes errores históricos y torpezas personales de Suárez fueron:

    1. El café para todos, que ha demolido la conciencia política y social de la unidad de España, y sembrado las semillas de nuestra destrucción nacional y nuestra ruina económica, sin duda uno de los hechos más graves y potencialmente destructivos de nuestra historia. En primer lugar, era algo tan insólito que no existe en ninguna otra nación histórica. No existe un precedente ni siquiera en la antigua Grecia, madre de todas las formas federadas o confederadas, donde se haya originado una federación a partir de un Estado unitario. En segundo lugar, es una aberración conceptual, porque la autonomía ni siquiera puede existir entre Estados soberanos en el concierto internacional, ningún Estado es autónomo, excepto los imperios. Y lo peor, que las autonomías españolas ocultan su verdadera causa original: la colocación masiva (unos dos millones) de partidarios y partidistas, más familiares y amigos, en puestos del Estado y el despilfarro de dinero público sin control alguno. En conjunto, una dilapidación anual del 10% del PIB, el mayor saqueo legal a un pueblo jamás conocido (1).

    2. Consagrar el sistema proporcional (listas de partidos) para la elección de los representantes políticos, un sistema que tendió una mullida alfombra a Mussolini y Hitler para que subieran al poder sin disparar un tiro.

    3. Haber copiado el desastroso y corrupto régimen italiano, para que el poder legislativo dependiera totalmente del poder ejecutivo.

    4. Haber impulsado la creación de un Tribunal Constitucional de carácter político.

    5. Haber puesto el poder judicial a las órdenes de los dos partidos hegemónicos.

    6. Haber cargado sobre los contribuyentes la financiación de los partidos políticos, sindicatos y patronales.

    7. Haber creado un Senado artificial sin nada que lo justifique.

    8.- Haber sometido al poder político todos los organismos de control: BdE, CNMV, CNE, Tribunal de Cuentas, INE, etc.

    Se trata del modelo de Estado más corrupto y disparatado del mundo desarrollado.

    En lo económico, Suárez y los traidores de la Transición llevaron a España al colapso. De un crecimiento económico anual del 7,5% en el periodo 1959-1975, se pasó a una caída del 2%; de un paro del 4% en 1974 al 36% en 1977; de una inflación del 7% al 44% a mediados de 1977. La renta per cápita, que en 1959 era equivalente al 56% de la media de los nueve países de la entonces CEE, pasó al 81,4% de 1975, según FUNCAS, y se desplomó al 70,8% en los diez primeros años del desastre de la Transición. ¡Hoy se encuentra en el 71,5% (2)! Fue necesario un drástico plan de ajuste realizado por nuestro mejor economista, el maestro Fuentes Quintana, los “Pactos de la Moncloa”, para evitar el hundimiento total.

    En 1975 España tenía la misma renta per cápita que Irlanda; hoy, casi 40 años después, es un 38% inferior. En 1975 la producción industrial de Corea del Sur era la misma que la de España, en 2012 es cuatro veces mayor. Este es el resumen del desastre económico que los traidores de la Transición, con Suárez como jefe de filas, pusieron en marcha en 1976.

    Que España sea uno de los países más incultos del mundo desarrollado, verdaderamente analfabeto en materia política y desinformado por unos medios mercenarios del poder, explica la impudicia de una casta política que eleva a la categoría de mito la mísera trayectoria de un pobre hombre. El mito de Suárez no es otro que el de la Transición. Una colosal mentira para hacer creer a los españoles que después de Franco llegó la democracia por obra y gracia del Rey franquista y del ministro falangista Suárez.

    El vergonzoso y rastrero festival de hipocresía y obscenidad montado la pasada semana por los grandes mentirosos de la Transición y traidores de la libertad, para tratar en vano de revalidarse a sí mismos, no puede ocultar ya el fracaso rotundo de la Transición en garantizar la unidad de España, la libertad colectiva de los españoles y el Estado de bienestar.

    Había dos maneras de engrandecer a Suárez, inventándose virtudes y logros inexistentes o empequeñeciendo los símbolos de España. Se han elegido las dos, pero la segunda resulta particularmente insultante para cualquier español informado. A diferencia de otros aeropuertos mundiales rebautizados con nombres de sus hombres gloriosos, Kennedy, Charles de Gaulle, Dulles, etc. Rajoy rebautiza el aeropuerto de Barajas con el nombre del principal responsable de un desastre nacional sin paliativos.

    ¡Españoles, vuestro Estado ya no existe, reconstruidlo! Esa es la misión histórica de UPyD, Ciutadans y VOX, inyectar sangre joven en un régimen podrido y corrupto hasta la médula a punto de fenecer, y que ha destruido la unidad de España en la conciencia política. Pero esa es otra historia, sobre la que volveremos muy pronto.

    (1) El Estado de las autonomías supera de lejos a los Estados federales. En estos, el gasto público no centralizado viene a ser un tercio del total, frente a los dos tercios en nuestro Estado autonómico, algo imposible de financiar y con un gasto público fuera de control donde todas las corrupciones y todos los latrocinios son posibles.

    (2) Calculado con los PIB per cápita estimados por el FMI para 2014, y vs. los nueve países de la entonces CEE, no sobre la UE-15 o UE-27, que harían la comparación heterogénea.
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