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Del polvo de estrellas al superordenador marenostrum.

Hace ya unos años, el astrónomo y divulgador científico Carl Sagan, en su serie Cosmos, de documentales para la televisión, decía que somos polvo de estrellas. Esta afirmación, que puede parecer poética o filosófica en realidad es literal. Casi todos nuestros átomos, casi todos los átomos que forman todo aquello que tocamos cada día, han sido creados en el interior de una estrella.

Cuando se formó el universo, hace unos trece mil setecientos millones de años, se formaron átomos de hidrógeno (un 75% del total), de helio (un 24% del total) y unas trazas de litio. Este fue el contenido del universo durante unos cuatrocientos millones de años. La atracción gravitatoria mutua que sentían las partículas de polvo de hidrógeno y helio hizo que estas se fuesen agrupando, formando grumos de materia. Estos grumos de materia fueron creciendo y aumentando la presión que soportaban.

Al aumentar la presión aumentó la temperatura y llegó un momento en que se encendieron, formando estrellas. El funcionamiento de una estrella consiste en quemar hidrógeno en su núcleo, a varios millones de grados, para formar helio y emitir ingentes cantidades de energía. Esto se hace mediante reacciones de fusión nuclear. Cuando se agota el hidrógeno del núcleo, el helio resultante se fusiona para formar berilio y carbono que a su vez pueden fusionar para formar otros elementos.

Pero llega un momento en que el proceso de fusión ya no puede continuar: la estrella colapsa y muere. Muchas estrellas mueren de manera violenta. Las más grandes lo hacen en una espectacular explosión llamada supernova. En esta explosión también se forman nuevos elementos, normalmente más pesados. La muerte violenta de las grandes estrellas disemina por el espacio parte de su contenido. Es así como elementos como el carbono, el nitrógeno, el potasio, el oxígeno, el calcio o el hierro, tan imprescindibles para formar estructuras complejas, como por ejemplo, los seres humanos y que no se formaron con el universo, llegan al espacio.

De esta manera, un proceso cataclísmico, la muerte violenta de una estrella, posibilita que, con el paso de miles de millones de años, nazcan nuevas estrellas, planetas y formas de vida con el material que un día estuvo forjándose en los calientes núcleos estelares.

Un reciente estudio llevado a cabo, entre otros, por investigadores de la Universidad Politécnica de Cataluña, que han utilizado el superordenador marenostrum, de esta universidad, ha mostrado otra manera en que tiene la naturaleza de esparcir los elementos de la tabla periódica. Se produce cuando una estrella muy densa, los restos de una explosión, absorbe material de otra estrella vecina. Cuando parte del material de la vecina cae sobre la primera, el material acumulado hace que se produzca una nueva explosión que  extrae parte de estos elementos más pesados y los esparce por el espacio.

Los únicos átomos que poseemos, que no han estado dentro de ninguna estrella, son aquellos que son producto de una desintegración radioactiva. El uranio es el último elemento de la tabla periódica que se encuentra en la Tierra de forma natural. Pero elementos radioactivos como el uranio, el radio o el polonio, que también se fabricaron en las estrellas, son inestables. Al cabo de cierto tiempo, se desintegran formando nuevos átomos. Estos átomos hijos serían los únicos que han nacido en la Tierra. Es por ello que la cantidad de uranio va disminuyendo con el paso del tiempo. Este proceso de desintegración radioactiva ayuda a los paleontólogos a determinar la edad de determinados fósiles.

fuente: http://e-ciencia.com/blog/divulgacion/somos-polvo-de-estrellas/

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