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http://internacional.elpais.com/internacional/2013/04/25/actualidad/1366919348_421582.html
JUAN MANUEL SANTOS, PRESIDENTE DE COLOMBIA.
“Tengo mis líneas rojas y sé qué ceder; de ahí no me mueve nadie”.
Esta semana se retomaron las negociaciones entre el Gobierno de Colombia y las FARC.
De estas difíciles conversaciones depende el legado político del presidente colombiano.
Juan Manuel Santos (Bogotá, 1951) lleva 33 meses en la presidencia de Colombia. Ha pasado el ecuador de su mandato, se acerca el momento en el que debería anunciar si se presenta a la reelección o no, y mantiene una negociación con las FARC, la guerrilla más antigua y potente de América Latina que puede hacerle pasar a la historia de Colombia como el hombre que logró la paz o suponer el fin de su carrera política. El texto que sigue es fruto de una conversación de media hora con el presidente en su residencia oficial, más dos charlas en su automóvil durante los viajes de ida y vuelta a un evento en el que su gobierno presentó los resultados de sus programas contra la pobreza, la otra gran bandera política de la presidencia de Santos.
1. LA REGIÓN Y LA ESTABILIDAD DE VENEZUELA.
La retirada de la política del expresidente brasileño Luiz Inácio Lula Da Silva y la reciente muerte del mandatario venezolano Hugo Chávez, distinta como era la apreciación que de ambos tenía la comunidad internacional, han convertido a Juan Manuel Santos, lo quiera él o no, lo reconozca o no, en un líder sin cuyo concurso no cabe imaginar arreglo alguno en la región, le digo para empezar la entrevista.
—Yo no me considero un líder de la región. Ni mucho menos. Sería muy pretencioso.
—¿Pero sí es consciente de la responsabilidad añadida?
—Entiendo que debo jugar un papel proactivo. Tengo muy buenas relaciones con todos los países; no importa su tendencia ideológica, inclusive con Venezuela, con Chávez y ahora con Maduro, tenemos grandes diferencias en materia de ideología, de forma de ver la vida, la vida económica, el modelo de desarrollo; pero respetando esas diferencias, tenemos una magníficas relaciones y creo que en la medida en que uno pueda contribuir como estamos haciendo en este momento a solucionar problemas y también a estimular políticas que a todos nos convengan, ahí estaremos. Todos esperamos que la situación en Venezuela se distensione y se normalice. Una Venezuela distensionada y normalizada le conviene a los venezolanos y a todos los países de la región y estamos haciendo todos los esfuerzos para que eso sea posible.
Más de 2.000 kilómetros de frontera y un historial de tensiones, bordeando la guerra en ocasiones, explican los desvelos con Venezuela del presidente, quien confesó hace un año su preocupación por que si algo le hubiera de suceder a Chávez, la estabilidad del vecino podría venirse al traste y la consiguiente anarquía devendría en desastre para el conjunto de la región. “Quién me hubiera dicho”, le confesó Santos al venezolano la última vez que le vio en Cuba, “que yo habría de rezar por su salud”. La situación ahora en Venezuela no hace más que deteriorarse, ayer mismo el líder de la oposición, Henrique Capriles, acusó al candidato del régimen, Nicolás Maduro, de haber robado la elección, todo indica que en cualquier momento se puede producir un estallido que ningún mandatario de la región desea.
La entrevista se realizó el jueves por la tarde de la semana pasada en la Casa de Nariño, la residencia oficial del presidente de la República. Santos estaba a punto de partir a una cumbre en Lima de UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas) esa misma tarde en la que las tensiones postelectorales de Venezuela protagonizaron el encuentro. El presidente ha hecho gestiones, ha hablado con líderes de la región, se ha movilizado para asegurar un entendimiento que evite el estallido. ¿Es esa la razón del temprano reconocimiento por parte de Colombia del triunfo de Maduro, le pregunto, antes incluso de que el régimen aceptase una auditoría de los comicios por la sospecha generalizada de flagrantes violaciones en el proceso electoral?
—No. El reconocimiento fue producto de la manifestación oficial del Consejo Nacional Electoral, que dijo expresamente que por ley ellos anuncian el ganador cuando la tendencia es irreversible y han contabilizado un número suficiente de votos. Nosotros tomamos eso como base porque no podía ser de otra manera. Una democracia tiene unas reglas de juego que en la elección pasada fueron exactamente las mismas reglas y se acataron, se respetaron. ¿Por qué no va a ser lo mismo ahora a pesar de que la diferencia es menor? Las diferencias pequeñas se han visto en muchos países: México con Calderón, inclusive Bush con Al Gore. Cuando una autoridad respetada por las dos partes da un veredicto, la obligación de todo el mundo es aceptarlo.
—Estados Unidos ha anunciado que si no hay recuento no reconocerá a Maduro.
—No me parece que sea lo más constructivo. Nosotros esperamos que haya recuento y Maduro, en este momento, ha dicho que sí, que está dispuesto al recuento; hemos tratado de estimular que el recuento se pueda efectuar porque eso distensiona y normaliza la situación.
Aunque ambos hablamos de recuento, las autoridades venezolanas han dejado meridianamente claro que se trata más bien de una auditoría del proceso en sí, cuyo objetivo no consiste en la revisión de los resultados ni tampoco en recontar voto alguno. Pero en la reunión de UNASUR, efectivamente, se fraguó un consenso que permitió al régimen venezolano aceptar esa auditoría del proceso electoral tras las sólidas denuncias presentadas por la oposición de Henrique Capriles. No son pocos ni faltos de criterio o peso político los observadores que creen que perder por la mínima es el mejor resultado que ha podido tener éste. De haber ganado, sin duda la democracia se hubiese anotado un gran tanto, pero instalarle en el poder, y mantenerle en él, con todas las estructuras del chavismo intactas tras 14 años de autocracia sí hubiese podido llevar el caos y la inestabilidad a Venezuela y de rebote a toda la región. Con el resultado obtenido, Capriles se consolida como alternativa y Maduro, pese a su retórica, sabe que tiene la mitad del país en contra y una situación política y económica que se deteriora a toda velocidad. Es una paradoja, le digo a Santos.
—Es una apreciación respetable de quienes dicen eso. Sí, sin duda alguna a Capriles le fue mejor ahora de lo que le fue hace unos meses: el haber aumentado su votación en términos relativos en forma tan importante, pues es un resultado muy positivo para él. Sin duda alguna. Ya en lo otro, son especulaciones donde a mí me queda muy difícil de entrar a juzgar.
—¿Le queda muy difícil por ser presidente de Colombia?
—Pues ni más ni menos. Y porque no quiero aparecer interfiriendo en los asuntos internos de Venezuela. Yo lo que sí hago y quiero es que Venezuela esté distensionada, normalizada y que ojala le vaya bien en todo, porque estamos nosotros atados al futuro de Venezuela. Si allá algo sucede nos afecta inmediatamente a nosotros más que a ningún otro país.
2. LA PAZ Y SUS CONSECUENCIAS.
Después de 50 años de guerrilla, de ataques terroristas sin tregua, de miles de víctimas y de secuestros, de chantaje a un país y de cerco a sus instituciones, que en los peores momentos corrieron riesgo de derrumbarse, no cabe sorprenderse de que una cierta esquizofrenia se haya instalado en la sociedad colombiana. Dependiendo del encuestador, hasta un 70% de la población desea un acuerdo con las FARC, aunque porcentajes similares muestran que la confianza en que esta vez se logre es muy escasa. No sé, le digo a Santos, qué se da más entre los colombianos, si las ganas de lograr la paz o la triste convicción de que no se va a conseguir.
—Yo le diría lo siguiente: primero, hacer la guerra es más fácil que hacer la paz. Cuando yo tomé esta decisión sabía de sus dificultades. Sobre todo cuando decidimos negociar en medio del conflicto. Aquí no hay cese al fuego sino cuando lleguemos a un acuerdo.
—Desde fuera de Colombia resulta difícil entender que mientras se negocia en Cuba, aquí se sigan dando de tiros.
—Esa es una decisión deliberada mía, porque ellos están pidiendo cese al fuego. ¿Por qué la tomé? Primero, porque yo creo que un cese al fuego, y la experiencia así nos lo ha demostrado, lo que hace es prolongar el conflicto; yo quiero exterminarlo lo más rápido posible. Segundo, porque siempre la historia nos ha demostrado que la guerrilla aprovecha mucho el cese al fuego para volverse a oxigenar, para volverse a fortalecer y continuar la lucha armada; yo no quiero eso. Ya hemos aprendido de las lecciones del pasado y por eso he tomado esa decisión que sé que genera confusiones pero que a la larga va a ser más positiva. Ahora bien, la gente se confunde en un proceso como este porque hay mucha gente que está tratando de vender una realidad que no es cierta. Y en un proceso como este, que es discreto, en donde hay un acuerdo entre las dos partes de no divulgar lo que se va acordando en la mesa, pues da pie para mucha especulación y para que mucha gente diga que allá se negoció equis o ye, cuando eso no es cierto. Y eso genera mucho ruido y genera oportunidades para los enemigos del proceso de acrecentar el miedo y de acrecentar el escepticismo, un escepticismo que es válido. Yo también lo tengo.
—Esa es una explicación muy racional. ¿Pero siente usted lo mismo que razona?
—Sí. Lo mismo. Porque la gente dice: “Yo no les creo a las FARC”. Y yo les respondo: yo tampoco, en el sentido de que nos han engañado muchas veces, pero por eso mismo estamos negociando de la forma como estamos negociando.
Esta misma semana, esto es, con posterioridad a la entrevista, comenzó en La Habana la octava ronda de conversaciones entre el Gobierno colombiano y los guerrilleros, después de un mes de receso. A ellas se incorporó Jorge Torres Victoria, alias Pablo Catatumbo, uno de los dirigentes con más guerrilleros a su cargo, lo que para los optimistas demuestra que la guerrilla está unida en su decisión de negociar, que el sector duro está por el proceso y que el asunto tiene recorrido.
—Yo cada vez me convenzo más de que sí va a haber paz porque veo que hay voluntad de avanzar, hasta ahora. Pero siempre he obrado con gran dosis de escepticismo y de cautela y creo que esa es la actitud que tengo que mantener hasta llegar al acuerdo final. Eso me obliga a protegerme. Parte de no haber entregado un centímetro de nuestro territorio, de no aceptar cese el fuego es en cierta medida una forma de proteger al país en la eventualidad de un fracaso porque si se fracasa continuamos exactamente como veníamos los últimos 50 años; esto no nos ha costado nada en materia militar, en materia de ventaja estratégica. Por eso son formas de negociar y condiciones en una negociación que, yo por lo menos, estoy convencido que son las más convenientes. A sabiendas de que genera confusiones.
Resulta probable que parte de la ciudadanía, en efecto, sufra algún tipo de confusión. Pero otra, con el expresidente Álvaro Uribe por estandarte, no sufre ninguna, sino que considera que Santos está traicionando a su país y dilapidando por interés electoral, cuando la acusación no es más gruesa, el legado de su antecesor. La presidencia de Uribe (con Santos como ministro de Defensa) hizo retroceder a los guerrilleros golpe a golpe y dejó a las FARC en la posición de mayor debilidad de su historia. Uribe denuncia de forma incansable el abandono de esa política de firmeza con decenas de tuits al día (cuenta con 2,1 millones de seguidores en esta red social), lo que considera una indignidad y un retroceso en la seguridad de Colombia. El expresidente goza de mucha popularidad, no pocos colombianos sienten gratitud por su ofensiva contra las FARC, aquellos que vieron retroceder a los guerrilleros en sus propias comunidades sienten incluso que Uribe les devolvió la libertad que el conflicto les había arrebatado. También el expresidente Andrés Pastrana se ha sumado a las críticas. ¿Qué les pasa a los expresidentes de este país?, le pregunto a Santos.
—No, yo no quiero referirme a los ex presidentes. Esa pregunta se la dejo a que la respondan otros. Yo, francamente, no entiendo esa actitud.
—¿Se imaginó alguna vez, en los años de colaboración con Uribe, conociendo su carácter, que esto pudiera llegar a pasar?
—No. No me imaginé nunca. Sobre todo a los extremos a los que ha llegado.
Las críticas y acusaciones de Uribe y sus seguidores germinan en suelo fértil porque de forma legítima muchos colombianos sienten un rechazo instintivo a la idea de que los responsables de las desgracias del país queden exonerados de culpa en la negociación de paz, e incluso se puedan dedicar a la política sin haber purgado antes sus penas. La palabra impunidad centra los acalorados debates, como compruebo en apenas tres días en Colombia.
—Esa es la demostración, una de muchas, de los instrumentos tan mezquinos que se están utilizando por parte de los enemigos de la paz. Están diciendo que allá están negociando paz con impunidad sin que ni siquiera hayamos iniciado la discusión sobre ese tema. Ahí se demuestra claramente cómo los enemigos de la paz están utilizando todo tipo de armas innobles en este debate y hemos visto propaganda negra de todo tipo diciéndole a las fuerzas militares que los van a reducir a su mínima expresión, diciendo que les van a quitar todas sus primas y sus beneficios, diciéndole al país que ya se negoció en Cuba darle a las FARC autonomía en lo que llamamos las reservas campesinas. Todo eso es una mentira. Y una forma de tratar de envenenar el proceso. Por eso hay que hacer una labor permanente de pedagogía explicándole a la gente que no hay tal. Cuando uno les expone a los colombianos qué estamos haciendo y por qué lo estamos haciendo y hasta dónde vamos a llegar todos lo aceptan; por eso yo estoy muy confiado.
—¿En un proceso de paz, es más importante la sabiduría que la justicia? ¿Cuán difícil resulta para el gobernante, para el presidente de la República, solucionar este dilema?
—Yo lo pondría de otra forma: dónde traza uno la línea entre justicia y paz. Ese es el gran dilema. Ese es el gran desafío. Si uno le pregunta a las víctimas, siempre le van a pedir más justicia; si uno le pregunta a las futuras víctimas, siempre van a pedir más paz. ¿Cuánto está dispuesto a permitir la sociedad colombiana en materia de sacrificio de la justicia para obtener la paz? Ahí es donde el gobernante, en este caso este servidor, va a tener que decidir; dónde trazo esa línea y dónde percibo yo que el pueblo colombiano quedaría satisfecho en materia de sacrificio y la justicia en aras de la paz. Yo pienso que, de todas formas, la justicia, y eso lo digo como una cuestión de filosofía jurídica, no puede ser un obstáculo para la paz. Esa fue una frase que inclusive oí al propio fiscal Luis Moreno, de la Corte Penal Internacional. La justicia no puede ser obstáculo para la paz; y la paz, al fin y al cabo, es el objetivo más sublime que debe tener cualquier sociedad. Además, me rehúso a creer que nosotros somos violentos por naturaleza. Yo eso no lo creo. Si llegamos a fracasar en estas negociaciones, me da pena decirlo, yo he demostrado que sé hacer la guerra. He sido la persona que más duro le ha pegado a las FARC en toda su historia, como ministro de Defensa y como presidente.
—¿Cree usted que es posible acabar militarmente con las FARC?
—Es posible, pero nos demoraríamos otros 50 años. A costa de muchas vidas, de mucha sangre, de parte y parte.
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