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Sin Rey ni amo

editado enero 2013 en Ciencia e Historia
Ültimamente no me gusta mucho leer a Reverte, con sus cojones esto y sus hijosdelagranputa lo otro. Pero cuando modera excesos, suele ser un gusto...no conocía esta historia, y me ha fascinado  :)

SIN REY NI AMO

Hace unas semanas mencioné aquí al fraile Caracciolo y al capitán Misson, los piratas buenos del índico. Y unos cuantos amigos se han interesado por los personajes, preguntándome quién diablos eran esos pájaros y a santo de qué viene ese epíteto de piratas buenos, cuando se supone que un pirata es un perfecto hijo de puta que saquea, y viola, y mata, y cosas así, y es notorio que se empieza con ese tipo de cosas y al final se termina vaya usted a saber cómo. Votando al Pepé o haciendo trampa al mus.

Así que voy a contarles la historia de ese par de interesantes sujetos, que vivieron entre los siglos XVII y XVIII. Caracciolo era un fraile dominico napolitano, un poco golfo, que había leído la Utopía de Tomás Moro y soñaba con una república ideal basada en la liberté, la egalité y la fraternité. Una noche que andaba de furcias y vino, el fraile topó en una taberna con un oficial de la marina francesa que se llamaba Misson: joven, bastante cultivado, que como muchos marinos de la época andaba provisto de cultura filosófica, lógica, retórica y otras disciplinas humanísticas que ahora a nadie le importan una mierda, pero que entonces tenían su cosita y su encanto. Se hicieron colegas en el curso de una recia intoxicación etílica, y se comieron el tarro el uno al otro: Caracciolo convenció al marino de que la utopía era posible, y Misson hizo que el fraile se embarcara en el Victoria, que era su barco. Viajaron bajo el mando de un capitán llamado Fourbin, hasta que estando en las Antillas, y después de un combate naval con los inevitables ingleses, Fourbin palmó y Caracciolo, que era un tipo visionario y convincente, propuso a la tripulación nombrar a su colega Misson capitán y dedicarse al filibusterismo, y que al rey de Francia y a la armada real les fuesen dando.

Y dicho y hecho, pero con una notable diferencia. En vez del Jolly Roger, la bandera negra de los piratas, Caracciolo y Misson izaron una de seda blanca con la leyenda: Por Dios y la Libertad. Y dispuestos a hacer realidad el sueño de una república de hombres iguales e independientes, pusieron proa al océano Índico para materializar allí su utopía. De camino escribieron un código de conducta para sus hombres que habría causado depresión traumática a cualquier rudo bucanero de Jamaica o Tortuga, pues se establecía el trato humanitario a los prisioneros, la prohibición de emborracharse o de blasfemar y el respeto a las mujeres. Y lo cierto es que aquellos insólitos piratas predicaron con el ejemplo, pues cada vez que abordaron un buque lo hicieron sólo para aprovisionarse de lo imprescindible –en aquel tiempo, el oro era lo más imprescindible- o para reclutar nuevos ciudadanos para su república, como los esclavos de un barco negrero holandés, a cuyo capitán afearon muy seriamente su conducta antes de darle unas cuantas collejas y dejarlo irse.

En el fondo eran unos primaveras, supongo. Pero con una suerte de cojón de pato. Porque siguieron viaje como si tal cosa, empleando Caracciolo la larga travesía en adoctrinar a sus piratas para que fuesen buenos y temerosos de Dios, y en educar en gramática y humanidades –eso tuvo que ser digno de verse- a los mandingas liberados. Durante una larga temporada el Victoria anduvo de aquí para allá, capturando lo mismo barcos ingleses que portugueses o árabes, aprovechando cada presa para aumentar la flotilla y el número de tripulantes. Y al final, capitaneando una tropa bastante marchosa, se establecieron primero en las Comores y luego en Madagascar, donde al fin fundaron Libertatia; que fue, que yo sepa, una de las primeras repúblicas comunistas de la Historia, con estatutos que abolían la propiedad privada y obligaban a sus ciudadanos al trabajo y a la defensa común, so pena de inflarlos a hostias. Libertatia se convirtió en un activo nido de piratas al que se fueron uniendo con el tiempo destacados fulanos del oficio, como el capitán inglés Thomas Tew y otros elementos de alivio, reclutados entre lo mejor de cada casa. Y hay que reconocer que, pese a que asolaron las costas y las rutas marítimas, reuniendo un tesoro considerable, aquellos piratas, vigilados por el ojo filantrópico del ideólogo Caracciolo, se comportaron, dentro de lo que cabe, de una manera bastante decente.

Aunque parezca imposible, la aventura duró veinte años. Y luego pasó lo que pasa siempre: Caracciolo, Misson y Tew se hicieron viejos, hubo desavenencias, y los indígenas malgaches vecinos, que aquello no lo veían muy claro y estaban de Libertatia hasta el gorro, asaltaron un día la república. Caracciolo murió allí, y Misson y Tew huyeron en los barcos, acosados por todas las marinas del mundo. Ya no eran piratas poderosos y buenos, sino proscritos fugitivos y cabreados, cuya única patria era la cubierta del barco que pisaban. Destrozada la utopía, se hicieron sanguinarios. Misson lo perdió todo en una tormenta, incluido el pellejo; y el capitán Tew, el último superviviente de Libertatia, murió de un tiro en el estómago durante un abordaje desesperado en el mar Rojo.

Y ese fue, triste como el de todas las utopías, el final de los piratas buenos del océano Índico.


Comentarios

  • Además, seguro que ocurrió tal cual lo cuenta Arturito  :chis:
  • Yo no estaba allí, así que sólo podía pegar el texto ;)
  • Me ha gustado el artículo.


    Con el permiso de Tarrou voy a aprovechar el hilo para pegar otro artículo de Pérez-Reverte que también me mola. Tiene más de un año, pero bueh...

    Una tragedia española

    XLSemanal - 18/7/2011


    Hoy toca batallita, de las que fueron borradas de los libros de texto españoles, o casi, porque contar eso a los jóvenes es propio, dicen, de carcamales y de fascistas. Por estas mismas fechas, en Waterloo, se conmemora el 196º aniversario de la derrota de Napoleón ante Wellington; y el campo de batalla, muy bien conservado, se convierte en excepcional espectáculo para escolares, aficionados y turistas. En España, gracias a los grupos locales de recreación histórica, esas iniciativas son cada vez más frecuentes, supliendo las lecciones de Historia que por ignorancia o negligencia, sin distinción de partido o ideología, descuidan nuestros responsables de Educación y de Cultura. Sin embargo, hay fechas aciagas que ni siquiera así se recuerdan. Si la tragedia de un campo de batalla es siempre una lección sobre los pueblos y su naturaleza, la que este 23 de julio cumple 90 años exactos dice mucho sobre España y quienes la habitamos. Y en lo que dice, apenas hay algo bueno. En esa fecha, en lo que se conoce como desastre de Annual, casi 8.000 soldados españoles fueron sacrificados como corderos, y más de medio millar apresados por las harkas sublevadas en Marruecos por Abd el Krim, que en pocos días reconquistaron todas las posiciones establecidas por nuestro ejército en la zona oriental del Protectorado. Lo que había empezado como una arrogante campaña para ocupar el Rif desembocó en una sucesión de desastres culminados por terribles matanzas: la caída de Igueriben, la trágica fuga de Annual y la carnicería de Monte Arruit, con masivos asesinatos de heridos y prisioneros por parte de los rifeños, salvajes mutilaciones, crucifixiones y empalamientos con estacas de alambradas. Y toda esa barbarie, toda esa desgracia estremecedora, muy bien narrada por los novelistas Ramón J. Sender y Arturo Barea, que allí fueron soldados y testigos de excepción, la sufrieron los de siempre: los pobres soldaditos del sistema de cuotas; la humilde carne de cañón que no podía, como los ricos, pagar a otro pobre desgraciado para quedar exenta del servicio militar.

    El horror de esos días merece ser recordado cada año en España con más razón que los hechos de armas heroicos, porque fue peor que una sangrienta derrota. Fue, sobre todo, una tragedia tan típica y nuestra como la paella, el jamón ibérico o el flamenco. Aquello fue la derrota de un país entero, la expresión de incompetencia de generales y de políticos, la improvisación, la desidia, la indisciplina, la cobardía y la desfachatez llevadas al extremo: España en estado puro. Y sobre el terreno, desde el general Silvestre, jefe de las operaciones -muerto allí sin honor ni decencia- hasta los oficiales y mandos subalternos, aterrorizados, embrutecidos por el horror de la huida en tropel y la matanza, casi todos cuantos tuvieron mando en la tragedia fueron indignos de sus estrellas y galones, llevando a la infeliz tropa al calvario para abandonarla luego, indefensa, en manos del enemigo. Los relatos de los supervivientes, más que indignación, lo que causan es sonrojo. Una inmensa vergüenza por lo que a veces fuimos. Por lo que a menudo somos.

    Recordar aquello es, para cualquier español, un ejercicio doloroso y necesario. Una clave más para comprender el triste país donde se vive y la infame clase dirigente con la que seguimos jugándonos los cuartos y la vida. Pero también, como sucede hasta en las mayores desgracias, el desastre de 1921 proporciona cierto consuelo al demostrar que ni siquiera en situaciones trágicas desaparecen por completo la dignidad y el coraje. Bajo tanta incompetencia y cobardía, entre las imágenes de miles de cadáveres mutilados y resecos al sol, quien lee sobre aquello encuentra también retazos analgésicos, hechos admirables que permiten respirar entre tanto horror y tanta patriotera mierda. El último mensaje de los defensores de Igueriben, por ejemplo: «Sólo nos quedan doce cargas de cañón. Contadlas, y a la duodécima, fuego contra nosotros porque el enemigo habrá entrado en la posición». O las sucesivas cargas de caballería dadas sable en mano, para proteger a los desbandados de Annual, por el heroico regimiento de Alcántara: ensangrentado, diezmado y tan agotado en hombres y caballos que los últimos ataques hubo de darlos despacio, al paso, bajo el fuego horroroso de los rifeños. Si quieren hacerse idea, busquen en Internet: hay un cuadro estremecedor de nuestro mejor pintor de batallas vivo, el catalán Ferrer-Dalmau, titulado «Las cargas del Gan». Uno de esos lienzos que a veces lo reconcilian a uno con esta infeliz España que, pese a ella misma y gracias a unos cuantos, merece salvarse siempre.


    http://www.perezreverte.com/articulo/patentes-corso/610/una-tragedia-espanola/


    augustoferrerdalmaucart.jpg


    El 90º aniversario del Desastre de Annual pasó completamente desapercibido el año pasado. El único recordatorio al respecto del que he tenido noticias es que este mismo año se concedió la Laureada al famoso regimiento "Alcántara".
  • Es que acá estamos acostumbrados a los desastres 'anuales'.

    Tabién este artículo de Reverte que te quiero verte  :)
  • Es una lástima que no haya más escritores como Reverte, que ensalzen lo español sin tirar de furbo y fieshta, que es la imagen que más daño nos ha hecho dentro y fuera de España.
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